Historias corinnáceas

Siempre he sostenido, y lo haré una vez más, que el verdadero fin de una monarquía a estas alturas del calendario es entretener al populacho. En ese sentido, los súbditos forzados de los Borbones no tenemos motivo de queja, y menos, desde que el circo capeto ofrece sus funciones simultáneamente en dos pistas, cada una con su payaso principal, a saber, el joven y el viejo. Aunque el primero apunta maneras, al que de verdad hay que estarle agradecido por el espectáculo es al veterano. Teóricamente retirado, el paquidermicida sigue dándolo todo para que a la plebe no nos falte solaz. Incluso, por persona interpuesta (o sea, testaferro, ejem) como está siendo el último caso, que encierra una jartá de guasa.

Para empezar, y al margen de las cuestiones de portería sobre queridas y tal, no me digan que no tiene su puntito que lo que puede acabar en hostia a la regia institución provenga de un medio de la extrema derecha (el tal OKdiario de Inda), que antes ha recogido la mercancía en lo más profundo de las cloacas del estado, léase comisario Villarejo, y me llevo una.

De esta historia corinnácea me quedo sin dudar con una de las frases de la mengana (sí, mejor así) en las grabaciones de matute: “Juan Carlos no distingue entre lo que es legal y lo que es ilegal”. La frase vale para 2018, para el día de su entronización como sucesor del caudillo a titulo de rey y para su largo y ancho reinado alfombrado de succionadores sin cuento. Claro que a su emérita majestad ahí se las pueden ir dando todas, que por algo abdicó, jodiéndole un congo, en su vástago varón. Ese, Felipe VI, es el que tiene motivos para apretar el culo.