Mínimo recordatorio para quienes tienden a pensar que nada cambia. Hace cuatro años, cuando se convocaron las elecciones inmediatamente anteriores a las del próximo domingo, en la demarcación autonómica de Baskonia gobernaba la que aparece como cuarta fuerza en las encuestas actuales con el apoyo hasta hacía poco de la quinta. La segunda o tercera —según qué sondeo miremos— estaba recién relegalizada, pero fuera del parlamento, y la tercera (o segunda) ni siquiera existía.
Por entonces, ya llevábamos sufridos diez meses del rodillo inmisericorde del PP. Bajo la amenaza de la intervención —rescate lo llamaban, ¡qué joíos!— de la Unión Europea, Mariano Rajoy al frente de un ejecutivo compuesto por lo peor de cada casa había acometido la mayor ristra de recortes económicos, sociales y de libertad desde la muerte del bajito de Ferrol. Y era solo el menú degustación de la política de palo y tentetieso que seguiría en una legislatura literalmente interminable; tanto, que a efectos prácticos, y pese a dos citas con las urnas, todavía dura. Aunque ahora suene a pleistoceno, lideraba la oposición solo desde hacía medio año un tal Alfredo Pérez-Rubalcaba. Nada habíamos oído de Pedro Sánchez ni de Susana Díaz. A Pablo Iglesias le conocíamos cuatro frikis y Albert Rivera era una extravagancia de la Catalunya que ya había entrado en ebullición.
Volviendo a lo cercano, ETA aún no había cumplido el primer aniversario desde que parió su eufemismo “cese definitivo de la actividad armada”, y en la Diputación de Gipuzkoa y el ayuntamiento de Donostia gobernaba Bildu. Aunque lo parezca, el tiempo no pasa en balde.