Túneles de la vergüenza

Se cuenta que en la época del bajito de Ferrol, un avispado subsecretario dio con una brillante solución para reducir drásticamente la gravedad del rosario de accidentes ferroviarios que ocurrían por entonces. Dado que el mayor número de víctimas se registraba entre los que viajaban en el vagón de cola, propuso eliminar de los convoyes el último coche. Cuando un machaca de la centuria que sabía sumar y restar le hizo ver en voz baja que en ese caso, el penúltimo pasaría a ser el último y se estaría en las mismas, el fulano se rascó la cabeza y concluyó: “Pues no va a quedar otro remedio que prohibir que los ciudadanos utilicen el tren”.

No se puede negar que la lógica de aquella luminaria del régimen era aplastante. Tanto como la que ha aplicado el ayuntamiento de Barakaldo para acabar con las agresiones sexuales en los túneles de Lutxana: se cierran y santas pascuas. Allá películas cómo se las tengan que apañar los y las que deben cruzar de un extremo a otro. Y mucho peor: que le vayan dando al derecho a circular con seguridad por los espacios públicos. Como sigamos profundizando en el argumento, el mensaje final será: “Mujer, si no quieres que te violen, no salgas de casa”.

Leo con tristeza y asombro que la medida se ha tomado de acuerdo con asociaciones de mujeres y tras consultarlo con los grupos políticos. Sigo esperando que fuera una disculpa inventada por el portavoz municipal que anunció la clausura. Si no llega el desmentido contundente, lo tomaré por una dolorosa claudicación. Por desgracia, debo añadir que tampoco me extrañaría. De un tiempo a esta parte, percibo horrorizado e impotente que todo lo que se hace frente a los ataques sexuales es ponerse tras una pancarta cuando han sucedido. Ya escribí que somos el copón condenando y rechazando. Lo de evitarlo lo tenemos atragantado. Y si hay que echarle la culpa a alguien, para eso están los túneles. Los agresores, encantados.