Vicepresidente Jiménez

Antes de las elecciones del 22 de mayo, Roberto Jiménez, el rampante y trepante líder del PSN, obviaba el nombre de su presunta rival, Yolanda Barcina, y se refería a ella como “la señora”. Como suele ocurrir con tantas gracietas de campaña, cuando los votos estuvieron contados, al ingenioso vendedor de humo el chiste se le volvió calabaza. La “señora” chascó los dedos y llamó a su presencia a Jiménez para endiñarle una de esas ofertas que un partido en liquidación por derribo no se puede permitir el lujo de rechazar. Magnánima ella, antes de usarlo como felpudo durante la inminente legislatura foral, permitió que su futuro siervo tuviera unas migajas de gloria haciendo como que negociaba supuestas mayorías de progreso. El mismo timo que hace cuatro años, pero corregido y aumentado.

Es curioso, no obstante, que pese a la profunda huella que dejó aquella felonía, las tres fuerzas que ahora representan las ganas de aire fresco en Navarra volvieran a morder el anzuelo. Probablemente les pudo más la intensidad de su deseo que su capacidad de análisis. Alguien que te la da con queso la primera vez, la segunda te la pega con un calcentín, y más, como es el caso, si se trata de un tipo que desconoce voluntariamente la existencia de cualquier cosa parecida a unos principios. Desgraciadamente, salvo honrosas y contadas excepciones, es la clase de personas (más bien, de individuos) que se llevan el gato al agua en la política. La ideología es un lastre muy grande camino de la cima.

Habrá que reconocérselo como mérito. Cualquiera con media gota de pundonor que hubiera cosechado un fracaso tan bochornoso como el suyo, habría cogido el abrigo y estaría a esta hora conduciendo un quitanieves en Vladivostok. Él no. Él se ha colocado como palafrenero y a la vez mascota de “la señora”, con derecho a utilizar resmillería con el membrete de Vicepresidente del Gobierno más reaccionario del hemisferio norte.

Barcina y la pintada

Yolanda Barcina ya tenía una foto en Basaburua. Se la sacó en el mismo rally donde, pasándose por el arco del triunfo el código de la circulación, completó el álbum de instantáneas que atestiguaban que, siquiera por unos segundos, había pisado las 272 demarcaciones sobre las que aspira ordenar y mandar con la vara de su padrino, Miguel Sanz. Pero a la coleccionista compulsiva de imágenes le debía de saber a poco ese retrato apresurado y clónico de los otros 271 que se hizo al lado de las placas con el nombre de los pueblos. Necesitaba que la inmortalizaran junto a un souvenir gráfico con más intensidad dramática, algo que la presentara -sobre todo, ante quienes no la conocen y, por tanto, son más fáciles de engañufar- con ese coraje pinturero de sus ex-socias San Gil, Otaola o Esperanza Aguirre.

¿Qué tal una pared de ladrillo cutremente blanqueada sobre la que una firme mano armada con spray negro hubiera escrito Gora E.T.A., así, con puntos entre las siglas, a la antigua usanza? ¡Fantástico! Esa era la idea. Y allá que se puso en marcha rumbo al norte el Barcibús, sin que nadie se parase a solicitar el pertinente permiso municipal para hacer un acto público. ¿Para qué? ¿Acaso el Séptimo de caballería mandaba una instancia a los pieles rojas para advertirles de su llegada? Esas formalidades no proceden en las acciones de conquista, o sea, de reconquista.

La intrépida comitiva llevaba lo necesario para adentrarse en tierra hostil. Como se sabe, al kit básico -atril, megafonía, carteles- hay que añadirle como elementos imprescindibles unos aguerridos periodistas que cuenten la hazaña al mundo. En este caso, además, era menester completar el lote con un puñado de entusiastas que hicieran de asistentes al mitin, pues no se esperaba que hubiera muchos nativos por la labor.

Todo salió a pedir de boca. La prensa afín da gozosa fe de ello. Sepa la Chula Potra quién reparte aquí las bofetadas.