Bárbaro Borbón

 

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La monarquía española se siente a salvo. Si los chanchullos de Juan Carlos I con los que ha amasado una fortuna, los delitos fiscales de su hija Cristina, los negocios sucios de su yerno Urdangarin, el hecho de que la corona devenga de Franco y la insultante dolce vita de la familia real a costa de los ciudadanos no la han tumbado, difícilmente la va a derribar Bárbara Rey, una vedette de tres al cuarto y su aventura carnal de hace veinte años. La habilidad de los perros guardianes de la Zarzuela ha consistido en telebasurizar el asunto, dejando que fuera pasto de Sálvame, Ana Rosa y programas por el estilo, porque nada en ellos es creíble. Así que el emérito se estará riendo a gusto viendo cómo su calaverada y el fraude del chantaje pagado por el CNI con fondos reservados quedará en nada en dos semanas y limpio su expediente con las babas del plantel dedicado al despelleje público.

El evento de Deluxe del viernes en Telecinco era el deseado por los estrategas del Estado. Estaban todos y todas del oficio de la murmuración, hasta Paloma Zorrilla, recuperada para la ocasión. La navarra no se cortó al decir que lo normal es que un señor le ponga un piso a su amante, dando cobertura así a la hipocresía del macho hispano, que el domingo acude devoto a misa y el lunes le pone una escondida vela a su putilla. Frivolizar un escándalo político es la mejor forma de desactivarlo. Además, contado así, por víboras y a berridos, homologa la monarquía española a las europeas, entre las que abundan las secretas coyundas y los cuernos, si bien los pitones de aquí al lado son más cutres.

Una vez telebasurizado el caso, ¿qué cadena solvente se atreverá a informar sobre esta malversación? ¿Qué partido tendrá agallas, sin morirse de vergüenza, de llevarlo al parlamento? A Bárbara Rey le ha ido bien con su apellido y a Juan Carlos le ha venido bárbaro su impune privilegio. También el cariño a Corina nos ha salido caro. Con una sociedad que acepta que la envilezcan, los borbones, con el auxilio de la teledesperdicio, continuarán haciendo lo que les sale de la bragueta.

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¡Todos a la oposición!


EL FOCO

26 enero 2017

 

Unknown

¿Qué queda de aquel ideal profesional de querer ser funcionario, con trabajo fijo para toda la vida, sueldo arreglado y un horario de trabajo muy ventajoso? Hubo un tiempo en que nuestros jóvenes y los no tan jóvenes soñaban con colocarse en la administración y despreocuparse de los despidos, los ERES y los efectos de las crisis. En mi opinión, todavía hay mucho de este deseo en nuestra sociedad, pero menos que lo que hubo en años anteriores, seguramente porque la administración, por los efectos de la crisis de 2008, no convoca desde entonces convocatorias de empleo, oposiciones para entendernos.

Nuestro mercado de trabajo tienes tres rasgos que lo identifican: Uno, hay un enorme paro juvenil, con la consiguiente huida de nuestros chicos y chicas al extranjero, con toda la tragedia familiar y de desarraigo y derroche de inversión en educación que implican para nuestro país; dos, hay miles de personas mayores de 45 años que nunca volverán a trabajar, lo que es dramático y habla del horror de los cambios tecnológicos y económicos y hasta qué punto se alcanzan cotas de inhumanidad; y tres, nuestra administración pública va a sufrir un proceso masivo de jubilaciones. Según declaró el consejero de Gobernanza Pública del Gobierno Vasco, Josu Erkoreka, el 68% de la plantilla de la administración general de Euskadi se jubilará de aquí al 2030. Es un dato que impresiona.

Quiere esto decir que casi el 70% de la plantilla de funcionarios vascos adscritos al Gobierno Vasco tiene hoy más de 51 años. Y me pregunto, ¿cómo es que hemos llegado a esta situación y no se ha previsto unas sustituciones progresivas, mientras teníamos a miles de jóvenes mano sobre mano y 140.000 personas en paro? El asunto se puede valorar desde muchas perspectivas técnicas, en las que no voy a entrar. Lo que sí cabe criticar como un hecho inaceptable es el abuso de la estrategia de interinidad, que se refiere a las personas que trabajan en la administración con carácter provisional y que no tienen consolidado su puesto de trabajo al no haberse convocado oposiciones. Hay miles de trabajadores/as así.

Con este horizonte, hay que declarar Euskadi en situación de oposición. ¡Todos a la oposición! No a la oposición al Lehendakari Urkullu, que gobierna con cierta tranquilidad y cuasi mayoría, sino a la oposición para ser funcionario. Quiere decir esto que durante estos años mucha gente se los pasará estudiando, aprendiéndose gruesos y pesados temarios de exámenes, se matriculará en academias especializadas en la preparación de futuros funcionarios. Euskadi va a vivir una década en estado de examen, bajo la angustia de esas masivas oposiciones, que retratan las imágenes de cientos y cientos de personas examinándose en los pabellones del BEC.

Volvemos, pues, al sueño vasco de querer resolver nuestra vida profesional, y por tanto vital, llegando a convertirse en funcionario. Se calculan en 30.000 los puestos a cubrir durante esta próxima década, lo que determina un modo de vida, una sociología muy marcada y una realidad humana de efectos muy poderosos. ¿Quién quiere ser funcionario? Pues miles de jóvenes y no tan jóvenes.

Específicamente, Euskadi va a necesitar nueva savia en la educación. No en vano, Magisterio es una de las carreras de mayor matriculación, lo que no ocurría hace veinte años atrás. Necesitaremos también miles de médicos y profesionales de enfermería para el sistema público de Osakidetza, lo que implica que ya no se volverán a producir los éxodos masivos de licenciados en medicina y enfermería que se iban a Inglaterra, Francia y otros países europeos. Necesitaremos también cientos y cientos de nuevos efectivos para la Ertzaintza, cuya plantilla actual está muy envejecida. Y necesitaremos informáticos, abogados, jueces y personal administrativo preparado para una atención directa al ciudadano. Así que es el momento de ir preparándose quienes ahora tengan la edad para ese horizonte o incluso para quienes ahora estén en la Universidad o el cole.

En mi opinión, paralelamente a este proceso gigantesco de sustitución de nuestros actuales funcionarios/as mayores de 50 años, deberíamos hacer un esfuerzo en un doble sentido. Por un lado, proyectar sobre la sociedad vasca una renovada imagen del funcionario/a. Por favor, el trabajador público, de alto, medio o bajo escalafón, no es un vago redomado, si alguien que se escaquea todo lo que pueda, que tiene privilegios que no tienen los demás trabajadores, que vive divinamente en su trabajo. Esto no es así. El funcionario/a trabajo mucho y no siempre tiene posibilidades de escalar en su proyección profesional, no está suficientemente reconocido. Y por otro lado, es necesario otro cambio respecto de los funcionarios/as. Y es que, tan importante como sus conocimientos y estudios, es necesario que se le forme para una atención de calidad a la ciudadanía. Necesitamos un cuerpo de funcionarios humanistas y entregados al mejor servicio público. Gente que tenga un criterio de atención cercana, cordial y eficaz.

Y en esta revolución estamos en Euskadi cuando esta misma semana el Gobierno Vasco ha lanzado la convocatoria de siete bolsas de trabajo. El plazo termina el próximo 3 de febrero. Y ya son miles las candidaturas presentadas, más de 100.000 personas apuntadas. En estas bolsas de trabajo se piden licenciados en derecho, arquitectura, medicina, ingenieros, psicólogos y otros titulados universitarios, así como también candidatos para la plantilla administrativa, con titulación en bachillerato y formación profesional. Así que en los próximos meses veremos a miles de personas viviendo en ascuas en pos de ese puesto de trabajo que mejore sus expectativas de vida.

Ser funcionario/a no es más que querer trabajar directamente para los demás. A mí me parece un noble proyecto. De paso que rejuvenecemos nuestra administración, dotémosla de herramientas de trato cercano, cordial y de calidad hacia la ciudadanía. Es parte de esta revolución que se vivirá en Euskadi en una década.

 ¡Hasta el próximo jueves!

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Risto fuma Chester

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Mientras que el amor sigue palpitando en el cine, la literatura y la música con mayor o menor intensidad, en la tele es un tema más de entretenimiento. Se ha puesto de moda, al igual que no hace mucho les dio a todos los canales por los programas de gastronomía, que después fueron decayendo y de los que algún vestigio queda. Ahora es el amor en su versión vulgar y exhibicionista lo que mola. Triunfan First dates, en Cuatro, con su espectáculo de citas, y también el degradante Mujeres y hombres y viceversa, en Telecinco, barrizal en el que chapotea nuestra Emma García, y, sin embargo, erigida madrina de la nueva temporada de sidrerías del Goierri. Fracasaron El amor está en el aire, en Antena 3, y 60 minutos a solas, una de las peores ocurrencias de la televisión pública vasca. En primavera reaparecerán Adán y Eva y otros espacios explícitos, y quizás Vasile emprenda por fin el gran empacho de All you need is love, actualización de Lo que necesitas es amor.

La moda cursi ha alcanzado de lleno a Risto Mejide, que ha pasado de vivir airado a estar enamorado, una locura más, con el resultado de Chester in love, emitido los domingos por la noche en Cuatro, algo así como la conversión del sofá inglés en sofá cama. ¿Es posible soportar largas entrevistas a personajes diversos, desde políticos a cantantes y actores porno, con el único argumento del amor? No lo creo, porque empalagará por exceso de merengue. Millón y medio de espectadores en la primera entrega no está mal, Risto, pero no te fíes, ni aun cuando estés pensando en sentar a tu joven novia en el diván como regalo. No lo hagas, por tu propia honra. El amor no es menú del día, es banquete extraordinario y exclusivo de paladares cultivados. No lo estropees hurgando en historias de amor, inmortales y conclusas, que no pueden narrarse sin lágrimas o exagerando.

El siglo XXI es el de las emociones, quizás el de un nuevo romanticismo. Espero que la tele no lo ponga difícil sometiendo el amor a concurso. Porque es el amor y no el dolor lo que nos hace vulnerables.

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En un pequeño país que construía en las laderas

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EL FOCO

ONDA VASCA, 19 enero 2017

Pues verán ustedes: Euskadi es como es. Tenemos montes y llueve mucho, bendito sea. Y como hay montes, hay desniveles y no tenemos más remedio que construir las casas y los caseríos en sus laderas, dejando por encima de ellas o tras ellas bosques de árboles, que tenemos muchos y que son parte de nuestra riqueza natural, que disfrutamos y presumimos. Y esto ocurre en casi todos los pueblos de Bizkaia y Gipuzkoa, Navarra y en menor medida en Álava. Podríamos no construir en plano inclinado, para no tener que talar árboles y no edificar tanto. Podemos, pero en los valles no cabríamos todos, por lo que el hormigón y los ladrillos han de escalar los montes. Es así, fue así y tendrá que seguir siendo así.

Euskadi no es zona sísmica, como en el centro de Italia, o Japón. Pero hay derrumbes, porque las laderas de los montes delante de las que hemos construido nuestras casas y carreteras, se caen, y arrojan sobre los edificios y los caminos grandes piedras, árboles, tierras y maleza. Y se produce una gran catástrofe que, si bien no arroja generalmente víctimas humanas, provoca desgracias a muchas familias, muchas personas, muchos pueblos.

Cuando todavía no nos hemos recuperado de los derrumbes de las laderas de Kamiñalde, en Ondarroa, ocurridos en marzo del pasado año, con más de cien familias aún fuera de sus casas y sin fecha de regreso, cuando todavía ni siquiera hay un plan financiero de cómo y quién va a pagar estos destrozos, divididas las administraciones en querellas, informes geológicos y planes alternativos que incluso pasan por el derribo de una parte de los edificios, cuando aún estamos en estas, llegan las lluvias de este extraño invierno y tumba las laderas en Bergara, donde el monte le ha dado un abrazo de piedras al barrio de Bolu, lo que ha provocado que 21 familias hayan tenido que ser desalojadas de sus casas ante los riesgos de nuevos desprendimientos.

El alud de piedras, árboles y tierra ha producido un enorme surco a través del cual empezó a correr el agua que iba directamente hasta las casas. No sabemos cuál es la situación actual, si los derrumbes han dañado los edificios o se trata de algo que puede corregirse mediante el apuntalamiento de la ladera o alguna actuación de este tipo que garantice la seguridad de las personas. Además, en Ugao-Miraballes, en un tramo de la autopista A-8, se han desprendido rocas de la ladera, taponando dos carriles que dificultan el tráfico. Y por supuesto, de nuevo en la carretera de costa entre Zumaia y Getaria, todo un clásico, el monte ha lanzado su regalo de piedras sobre el camino, que una vez más ha tenido que cerrarse para el enésimo arreglo. Creo que hay que incluir esta carretera entre los atractivos turísticos vascos, donde los visitantes podrían contemplar cómo caen pedruscos de la ladera y tapan el camino. Es una idea.

Junto a la tragedia de las familias y los quebrantos que supone para las instituciones acometer estas catástrofes, quiero poner el foco en los rituales que acompañan estos hechos dramáticos. Hay tres fases: la primera es la que corresponde a esos héroes del salvamento, bomberos, ambulancias, personal sanitario y brigadas de desescombro, que han de realizar su trabajo en el momento de la desgracias, para los desalojos, el traslado y atención de personas, la limpieza inicial, lo imprescindible y urgente. Es la fase del impacto. Ocurre durante las primeras horas. La segunda es la fase de la solidaridad, cuando todo el pueblo, con su Ayuntamiento a la cabeza, se vuelca con los afectados. Y viene el apoyo a las familias y su realojo en hoteles, casas rurales o en domicilios de allegados. Todo esto ocurre en el siguiente día. Es la orgía de la solidaridad y también de las promesas de solución. Y la tercera, es la fase de la confusión y la soledad, cuando con el paso de los días, mientras los geólogos y los técnicos analizan la situación de las laderas y del estado de los edificios, se entabla la discusión de quién paga los destrozos y los gastos que generan las familias realojadas. Las víctimas se quedan solas.

No queremos que en Bergara ocurra lo que en Ondárroa, con un lío monumental sobre quién y cómo se van a pagar los muchos millones que cuesta toda la avería. ¿Les corresponde a los vecinos, a los seguros, a las constructoras, al Ayuntamiento, al Diputación, al Gobierno Vasco, al central? ¿A todos? ¿Y en qué medida? Sé que es un asunto complicado, pero la larga experiencia que estamos acumulando en los destrozos por las laderas derrumbadas y las lluvias caídas, deberíamos ser al menos un país serio. Y establecer un protocolo, incluso a nivel de ley, que contemple cómo prevenir y resolver esta situación.

Me imagino que tendremos que ser más exigentes en las condiciones técnicas de construcción en laderas. Y que los ayuntamientos deberían tener respaldo técnico suficiente para establecer criterios en cuanto a permisos de edificación junto a taludes. Y que se deberá establecer una previsión financiera para los casos extremos. Quizás haya que crear un fondo de catástrofes para que los vecinos, que son los menos culpables no tengan que sufrir el ping-pong institucional que les deje sin solución clara y solos, muy solos.

Somos en este país muy de solidaridad en caliente y poca efectividad en frío. Muy poco previsores. A mí me produce vergüenza el desconcierto cuando unos y otros no saben qué hacer ante un imprevisto. Somos un pueblo de montes, lluvias, viviendas en las laderas y carreteras de montaña. Necesitamos una actuación integral en esta materia y menos espectáculo de solidaridad sin solución. Tenemos que hablar de esto. Y no esperar a que las próximas lluvias nos dejen otra vez en evidencia. Por favor, la culpa no la tienen nuestros divinos montes, nuestros adorables árboles y la lluvia que nos baña. No es una maldición. Carecemos de una visión general de país en medio de tanta administración y tan poco entendimiento.

¡Hasta el próximo jueves!

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La pederastia y la ley del silencio

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Se creía impune. Como todos quienes han vivido amparados por poderes absolutos como la Iglesia católica, Juan Kruz Mendizabal, el cura pederasta puesto al descubierto en la diócesis de San Sebastián, pensaba que sus acciones de depredador sexual permanecerían ocultas. Por eso, encadenó varias, tres, de las que de momento se tienen noticia cierta. Se sabe que los tipos como él, con conciencia de su inmunidad, no tienen freno. Son insaciables, mienten, manipulan y suelen ser encantadores en su entorno. Y lo peor de todo, carecen de empatía y dejan un rastro de sufrimiento infinito en las vidas de sus víctimas, a quienes considera objetos de su deseo. Bajo la sotana de este sujeto había una historia desconocida de maldades infringidas a los seres humanos más indefensos, los niños, y la vieja ley del silencio que, finalmente, le ha dado patente de corso para sus fechorías, envuelto en una leyenda de carisma y admiración popular. Ese silencio cómplice hizo que Mendizabal llegara a ser el número dos en el escalafón del obispado.

¿Qué nos enseña este suceso? Incontables lecciones. La primera es la perenne ingenuidad de la sociedad vasca. La sensación de sorpresa con que los medios de comunicación locales han narrado este brutal episodio pone de manifiesto una enorme carencia de información sobre la naturaleza de la pederastia y hasta qué punto el sector profesional de la fe está atravesado por su práctica. ¿Qué tiene de raro un cura que abusa sexualmente de los niños en Euskadi? Contándose por miles los hombres y las mujeres que siendo menores fueron violentados por sacerdotes, ¿cómo se entiende la enfurecida extrañeza de la gente? ¿Tan potente es el olvido y tan indigna es la justificación de lo que ocurrió durante décadas en parroquias, colegios, seminarios e instituciones benéficas?

El caso Mendizabal pone en evidencia que el miedo reverencial que suscita la Iglesia sigue instalado entre nosotros, a pesar de la marginalidad del catolicismo real en Euskadi. Es una herencia cultural, y no sé si genética, para cuya superación necesitaríamos mucho más que el conocimiento de escándalos como este y la valentía de examinar lo que fue aquí la tragedia de la pederastia eclesiástica y sus devastadores efectos. Es como si haber sido creyentes alguna vez nos hubiera proporcionado la negación de la verdad humana a cambio de la divina. No comprendo esta flojera moral en una Euskadi crítica.

La estrategia Munilla

El espectáculo de la prelatura de San Sebastián en este asunto, coherente con la personalidad de Munilla, es digno de análisis. Tenemos al obispo oficial, el indignado y justiciero, que castiga al depredador y dice apartarlo de la comunidad cristiana, obligándole a “un proceso terapéutico psicológico y espiritual, colaborando en la reparación de lo ocurrido”. Y tenemos al obispo real, el auténtico Munilla, desde cuyo despacho se comunicó que Mendizabal, una vez destituido como vicario general y párroco de San Vicente, se tomaba “un año sabático”. Munilla mintió. Lo de menos es el octavo mandamiento y su quebranto; lo que importa es la falsa estrategia del prelado, que consiste en aparentar una cosa -la indignación, el perdón y el castigo- y hacer otra, dejando a Mendizabal seguir ejerciendo como sacerdote, casi sin control, hasta que se conoció el tercer caso de pederastia de quien fuera su mano derecha. Lejos de ser un obispo identificado con el Papa Francisco, Munilla está tratando de apagar el incendio de su diócesis con mentiras y una actuación permisiva con el depredador sexual, bajo el disfraz de la contundencia verbal y el semblante sombrío. En ningún caso, el sacerdote abusador de niños debería haber seguido como cura ni un día más después de conocerse tan miserables hechos.

Lo peor no han sido las mentiras de Munilla y sus dobleces. Es que se ha hurtado a la justicia civil lo que le corresponde. Amparado en la ley de enjuiciamiento criminal español, que data de 1882, ¡aún vigente!, el año en que nacieron Igor Stravinski y James Joyce, que excluye de la obligación de la denuncia de delitos cometidos por eclesiásticos que hubieran sido revelados en el ejercicio de sus funciones. Este privilegio, absolutamente inconstitucional, es en el que se ha amparado Munilla para no cumplir su obligación de acudir a la justicia ordinaria en cuanto conoció estos delitos, ni siquiera presuntos, puesto que han sido reconocidos por su mismo autor.

Por mucho que los chicos, víctimas de Mendizabal, hubieran decidido no comunicar a la Ertzaintza o al juzgado los abusos sexuales a los que fueron sometidos y que optaran por la vía eclesiástica, no le quita a Munilla su responsabilidad por haber ocultado a la justicia civil estos delitos. ¿Cuál era el propósito del obispo? Aplicar la ley del silencio y negar la verdad a la sociedad conforme a la creencia de que la Iglesia no es de este mundo. ¿Qué grado de libertad real dispusieron las víctimas para que el cura fuera juzgado exclusivamente en el ámbito de la comunidad religiosa? ¿Por qué han tenido que transcurrir más de veinte años en un caso y más de diez en los otros dos para que se denunciaran los hechos? Por el mismo motivo que miles de adultos ocultan hoy la humillación sufrida en colegios y parroquias: por vergüenza y sentimiento de culpa, poderosas emociones, aliadas de los pederastas para encubrir su carrera delictiva. Cuando se entienda que la vergüenza y la culpabilidad son formas de cobardía quizás podamos emprender una regeneración histórica, largamente aplazada.

Victimismo sin compasión 

Cualquiera que haya leído Instrumental, del pianista y escritor británico James Rhodes, violado por su profesor de boxeo entre los cinco y diez años en un colegio de élite, y quien visitó Bilbao en septiembre pasado y volverá en junio al Arriaga, puede hacerse una idea de las secuelas psicológicas y emocionales, prácticamente incurables, que dejan los abusos sexuales sufridos en la infancia. Si la sociedad tuviera conciencia de esta tragedia no la escondería bajo un manto de silencio y, por qué no decirlo también, envuelta en la disculpa tácita hacia los sacerdotes católicos. Es mucho más grave si el autor es un cura, porque su delito aumenta por su posición de confianza y autoridad sobre los menores.

No, Euskadi tampoco hace justicia a las víctimas de la pederastia. Aquí somos mucho de callar y sentir vergüenza de lo que nos han hecho. Somos muy de sentimientos de culpa. El peso específico de la Iglesia en nuestras vidas ha sido demoledor, con su prédica de la resignación y su perverso sentido del perdón universal. En medio del escándalo Mendizabal hemos oído que la información sobre el caso está inspirada y motivada por la irreligiosidad y el odio a la Iglesia. La intocabilidad de esta institución antes estaba garantizada por el silencio impuesto por su rígido sistema de valores y su vínculo con la autoridad civil, por dos miedos que se complementaban. Y ahora, cuando una gran parte de la sociedad se ha liberado del yugo de la fe y la tutela eclesiástica, el argumento de defensa es el victimismo. Vuelve la persecución religiosa, dicen.

¿Y quién ha pensado en las víctimas de verdad, esos niños, todos los niños cuya inocencia fue profanada? ¿Quién se ha preocupado de cómo se encuentran, cuáles son sus necesidades, qué se puede hacer por ellas? Sí, el fiscal de Gipuzkoa va a intervenir ahora, una vez que los hechos han transcendido a los medios. Dicen desde la fiscalía que se ha iniciado una investigación contra Mendizabal, aun sabiendo que los delitos han prescrito. Una justicia que prescribe en una organización lenta y perezosa: esa es la justicia en España. La Iglesia exhibe su victimismo para salir impune. Sin compasión. La compasión es el mínimo ético que cabe en una sociedad humana digna de tal nombre. Sí, la compasión, el último vestigio de Dios en el mundo.  

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ 

Consultor de comunicación

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