¿Qué les das, Bertín?

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Que un señorito andaluz, pijo y algo facha, finalmente reconvertido a ser humano tras una cruel experiencia personal, sea hoy el triunfador de la televisión en España es muy llamativo y señala el espíritu volátil de nuestro sector audiovisual y las arbitrarias preferencias de los espectadores en la pantalla. Para los periodistas tiene que resultar insoportable este nuevo episodio de intrusismo profesional, de un cantante mediocre metido a reportero de élite; pero es el pueblo soberano quien otorga su favor a Bertín Osborne, que firma medias superiores a cuatro millones de seguidores en su espacio de entrevistas En la tuya o en la mía y rompe los audímetros allí donde va. ¿Qué les das, Bertín, que no pueden dejar de mirarte? ¿Qué tienes, viejo crápula, que tu amistad procuran?

La gente ha despojado de su etiqueta de personaje frívolo a Osborne y le percibe como un tipo cordial, natural y ocurrente que acude al diálogo sin pose intelectual ni pretensiones trascendentes. Bertín se sienta con sus invitados a hablar como lo hacen los amigos comúnmente y tira de la fibra emocional, los recuerdos, la familia, los hechos felices y desdichados y las curiosidades del alma. El espectador se siente a gusto en el clima sosegado y cálido que se establece en ese cara a cara. Cierta tranquilidad, bastante corazón y mucha ligereza hacen que la charla fluya como en casa y ahí quiera quedarse a descansar del día malogrado o malvivido.

Bertín se ha aproximado al arte de la buena conversación, ese punto mágico donde nos despojamos del yo y nos volcamos en escuchar por completo. Para aprovechar su éxito en el diálogo público le van a meter en casa a unos intrusos, Rajoy y Pedro Sánchez y también a Iglesias y Rivera, las cuatro esquinitas de la política española. Cuando un país vive un vacío de densidad cultural y radicalidad democrática aparece un Bertín que complace a las masas con solo una pizca de afecto. Hay demasiada tibieza, incluso para las pequeñas heroicidades cotidianas, como llorar sin sentirse ridículo, hablar sin temor y confiar ciegamente.

 

Atracón informativo en París.

Hablamos de televisión en Onda Vasca.
19 noviembre 2015

1. A debate

La tele y los sucesos extraordinarios. ¿Qué hacer?

A raíz de los atentados de París del pasado viernes, 13 de noviembre, se ha debatido en los ámbitos profesionales de la televisión sobre qué tipo de reacción -llamémosle protocolo- se debe seguir cuando, de repente, se producen sucesos de carácter realmente extraordinario. Los sucesos de París tenían, sin duda, ese carácter.

Lo que aconteció fue que solo las cadenas puramente informativas o las que estaban en directo con programas de debate hicieron un seguimiento en directo de lo que estaba ocurriendo, mientras que las demás, públicas o privadas, siguieron con su programación habitual o se limitaron a insertar un pequeño espacio informativo, de minutos, para luego seguir con los espacios que tenían programados.

En mi opinión, el debate es un poco apresurado y algo injusto con los profesionales. Lo cierto es que la televisión se ha especializado en diferentes cadenas lo que le permite responder con inmediatez a los acontecimientos y al mismo tiempo dar satisfacción a los gustos de la gente. ¿Dónde está la clave del debate? En que los criterios de interés de las personas (y dentro de las personas hay un amplísimo abanico) en lo referente a la actualidad es muy distinta de los criterios de la información periodística. Dicho de manera más clara: mucha gente prefiere que no le interrumpan su película o su programa favorito por una información de alcance, más aún cuando la noticia aún está sin aclarar en sus extremos. Hay personas con alto interés informativo y otras con un bajo interés informativo, y la televisión lo sabe y trata de interpretar con el mejor estilo qué hacer en momentos graves como el viernes pasado.

La cadena de TVE “24 h” hizo un excelente trabajo y adaptó sus contenidos a los acontecimientos. Lo mismo hizo 13 TV, que a esas horas estaba en pleno debate político. Las demás cadenas siguieron a los suyo. Antena 3 interrumpió el concurso ‘Tu cara me suena’ para ofrecer un avance informativo de ocho minutos que vieron más de 4 millones de espectadores. En Telecinco siguió con su ‘Sálvame deluxe’ (2,1 millones de audiencia) y el sábado pidió disculpas por no haber actuado de urgencia.

En lo que no podemos caer es en la histeria informativa. Algo de eso hemos vivido. Ha existido mucha ansiedad, una exagerada exposición para estar ahí, en París, aunque los contenidos de la información fueran nulos y no se hiciera otra cosa que llenar horas y horas con debates sin contenido y sin ofrecer, porque nada había, ninguna novedad al espectador. La tele es mejor cuanto más cerca y más rápido está de la realidad; pero de ahí a hacer espectáculo de los acontecimientos hay un trecho. Y, en todo caso, dígase que la mayoría social, aun siendo más o menos sensibles a hechos tan graves como los de París, no necesita que se le ofrezca un atracón informativo. Lo más interesante de todo esto es, para mí, la explosión emocional generada a nivel de calle y sus manifestaciones espontáneas o contagiadas. Eso es lo que no se ve en televisión.

 

2. El impacto

Charlie Sheen sorprende con su noticia personal

Al margen de los sucesos de París, que lo han acaparado todo, la TV se ha convulsionado estos días con el anuncio, hecho por él mismo, de que el actor Charlie Sheen tiene el virus VIH desde hace unos años. Siguiendo el patrón de hacerlo público, Sheen hizo público este hecho personal a través de la televisión. Y lo hizo de forma valiente y tratando de desdramatizar. Creo que es un gesto que le honra y ayuda a la causa de normalizar la vida de los afectados por el virus del SIDA.

Sheen es actor de una sola película buena, “Platoon”, pero también es actor de televisión. Aquí le conocemos por la serie “Dos hombres y medio”. Y se le conoce por una vida de excesos que no le ha ayudado en su carrera en la tele y en la gran pantalla. Lo mejor que puede ocurrir es que siga con su carrera como si nada hubiera dicho. >De eso se trataba. De normalizar. De no dramatizar.

 

3. Audiencias. Lo que nos gusta y lo que no

Sigue el fenómeno Bertín

Sigo sin entender el fenómeno de Bertín Osborne y su éxito en televisión con su espacio de entrevistas en TVE, “En la tuya o en la mía”, que se emite los miércoles. Ayer volvió a subir de los 4 millones de espectadores y una cuota del 21.3%. Aparte de esto, dos cosas más: el lunes en El Hormiguero, de Pablo Motos, con la visita de Osborne el programa obtuvo récord histórico de espectadores, con 4.172.000. Impresionante.

Y por si esto fuera poco, Osborne va a poder entrevistar, de cara a la campaña electoral, a Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, los líderes del PP y del PSOE, respectivamente, lo cual, aparte de que sea electoralmente una apuesta ilegal por el bipartidismo, habla claro de hasta qué punto Bertín se ha convertido en un referente, probablemente pasajero, de la televisión y por eso la política acude al panal.

¿Qué es lo que ocurre con Bertín, qué les da a los espectadores? Es difícil explicar, porque Bertín sigue siendo, pese a todos los cambios en su vida, algunos muy traumáticos, sigue siendo un personaje frívolo y poco sustancial. Seguramente, hay un vacío de referentes, aparte de Évole y Risto. Y ese vacío, en el contexto de una sociedad muy light, ha sido llenado con este hombre, cuyo factor de éxito es una canalización emocional muy adecuada, con una estética agradable y muy alejada de lo político puro, muy de andar por casa.

 

4. La buena publi

Anuncio de la Lotería de Navidad: lo mismo, pero en animación y más mágico

Este anuncio no puede “verse” en la radio. Porque no tiene diálogos. Es todo imagen, en animación o dibujos animados en 3D, al estilo de la película Up! Sigue los derroteros del año pasado, la generosidad de los compañeros para que todos participen de la suerte, más allá de las circunstancias. Por así decirlo, hay que participar de la suerte con aquellos que lo merecen. Y esto es lo que se refleja en Justino, un buen hombre, que trabaja como guardia de seguridad nocturno de una fábrica de maniquíes en alguna ciudad cualquiera, que cumple con sus obligaciones y, además, y esto es lo importante, trata de hacer mejor la vida a los demás, con sus bromas, con sus detalles de humanidad, con su compañerismo y bondad. Total, que este hombre, que es todo corazón y cordialidad, se olvida accidentalmente de pedir su décimo en la fábrica. Y toca, toca el Gordo allí. Y aceptando su desgracia, al día siguiente cuando vuelve a la fábrica a hacer su trabajo, le esperan sus compañeros con un décimo de regalo y su agradecimiento.

El anuncio es una obra de arte en el relato y en el uso de la animación. Es sencillamente magnífico y su hechura es fantástica. ¿Un relato demasiado sensiblero? Yo creo que no, en el contexto de la magia -y la irrealidad aceptada de la Navidad-, pero a los que no les gusta la Navidad no les va a gustar. Y es posible que guste menos que el anuncio del pasado año, que iba de lo mismo. Es más mágico y un poco más ingenuo. ¿Los dibujos animados son la mejor opción? Tal vez no, pero es un cambio que hay que valorar. En todo caso, se deja ver y está en la línea de la alta calidad de los anuncios de Navidad.

 

5. Recomendaciones para el fin de semana

Dos propuestas bien distintas. Como no hay buen cine y quizás procesa ir este fin de semana a ver “8 apellidos catalanes”, mis recomendaciones se salen del cine:

– Mañana viernes. En Cuatro, a las 21.30. Uno de los mejores programas de TV. Hermano Mayor. EL programa lo lleva ahora Jero García, un coach joven pero con mucho carácter. La vida real y de cómo es posible resolver problemas graves en el interior de las familias.

– Domingo, a las 21:30, en Discovery Max. El aventurero Frank Cuesta nos lleva a México para descifrar la profecía del fin del mundo e intentará descubrir los misterios del mundo Maya.

¡Feliz semana!

Románticos, a Catalunya

 

declaracion-independencia-catalunaLos soberanistas catalanes, al menos la mitad de Cataluña, han elegido el ecléctico -y televisivo- término de desconexión para definir el proceso hacia la independencia de España. No es una palabra muy atractiva que digamos, ni creo que recoja el sentido de lo que históricamente se está viviendo. Se desconectan los aparatos, las señales electrónicas, las emisiones de la tele. Por pérdida de afecto las personas se separan, se rechazan o se ignoran: no se desconectan, por favor. Poco o nada tiene que ver ese deslucido concepto con la estación romántica a la que se asoma la nación catalana con todos sus factores de rebeldía, inmolación, radicalidad, confusión, atrevimiento, paroxismo emocional y heroísmo frente a un adversario superior. Aquella es una causa sublime, la de un pueblo contra el imperio (el imperio de la ley contra la democracia) y las contradicciones de una sociedad entre sí. Es grande lo que está aconteciendo, no es una refriega política efímera, es mucho más.

Todas las sediciones comienzan con los desprecios recibidos y prenden por la injusticia largamente acreditada. Es así como va germinando el derecho al desacato, fruto del agravio acumulado y la dignidad de su respuesta. Llegados a este punto, se debe adoptar una estética que combine alegría y sacrificio y eleve la desobediencia de categoría, de la inestable algarada a la insumisión pacífica, de la ira a la ilusión y de lo imposible a lo probable. Ganar la libertad es todo un arte.

Lo mejor que podría ocurrirle a Cataluña es que España encadenase una sucesión de inhabilitaciones, multas y sentencias de cárcel para Artur Mas y su gobierno, cuyo testigo sería recogido por otros rebeldes que igualmente serían sustituidos y castigados. Y así durante meses y con miles de insurrectos esperando turno para relevar a los caídos por la acción de un ejército de abogados del Estado. Derogada la autonomía, Madrid tendría que ponerla en manos de traidores. No veremos esta épica apasionante por la tele. Los románticos nos vamos a Cataluña, a las barricadas.

Cuando Euskadi miraba para «este lado»

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“Gran parte de la sociedad vasca ha justificado la violencia, otra no la ha justificado pero ha ayudado a que la violencia haya durado tanto tiempo”. Esta tremenda acusación se realizó hace unos días en el transcurso del acto denominado Los valores de la autocrítica”, organizado por el Instituto de Gobernanza Democrática Globerance en el Museo de San Telmo de Donostia. Es uno de tantos juicios que se vierten alrededor del proceso de paz y convivencia en Euskadi, una de las muchas estridencias partidistas y mediáticas aceptadas con resignación por la mayoría social; pero falso, injusto y hasta calumnioso. ¿Cuál es el fundamento de este discurso culpabilizador? En mi opinión, se trata de insertar tramposamente en el relato de los años de violencia y en su evaluación ética que los vascos, en su conjunto y a reserva de determinar el grado de culpabilidad de cada uno, fuimos responsables directos o indirectos de aquella violencia, una certeza agradable para el Estado y los colectivos de víctimas. La idea es que cuanto más extendidas estén las complicidades del terror, más fácil puede resultar el cierre histórico de la violencia. Parece que consuela tener a todo el pueblo en el banquillo. Si esto es un macroproceso moral y político, es evidente que deja indefensos a tres millones de inocentes y perplejos ciudadanos.

Lo preocupante es la vocación de verdad absoluta que acompaña la culpabilidad social del terrorismo. Siendo indudable que hubo un sector que aprobó y hasta amparó las actividades terroristas de ETA, como también hubo quienes celebraron, aquí y en España, las réplicas violentas del Estado, nada induce a confirmar, salvo por mala fe o insidiosa desviación política, que los vascos apoyamos los asesinatos. Se nos dice, tópicamente: “Los ciudadanos miraban para otro lado”, pues mostraron con su pasividad un apoyo tácito a tantas salvajadas. ¿Y cómo llegan a semejante conclusión? ¿Por la soledad de las víctimas? ¿Porque las fechorías se realizaban en nombre del pueblo vasco? ¿Porque no salíamos a la calle a manifestar nuestra repulsa? ¿Porque no hubo delaciones? ¿O quizás es que leían nuestras emociones con su penetrante mirada de confesores de almas? Volvamos la vista a aquellos años.

Buscando culpables

Lo que otorga carta de naturaleza a la culpabilización colectiva del terrorismo es la insensibilidad institucional hacia las víctimas, algo que ya ocurría en los últimos años del franquismo y que se extendió con oprobio hasta 1993, momento en el que el PP, más por rédito electoral para acceder a la Moncloa que por justo compromiso hacia los damnificados, decidió poner sobre el tablero la protección y valor político de los masacrados por la violencia y sus familias. Desde entonces los partidos y la ciudadanía nos vimos envueltos en una continua convulsión emocional ante cualquier atentado, lo que implicaba una disposición explícita -mejor cuanto más airada- a manifestarse contra el uso de las armas. No mostrar repugnancia teatralizada o inmoderada en gestos equivalía a ser señalados por insensibilidad o cooperación con ETA. De hecho, la sociedad fue artificialmente fragmentada en tres grupos: los contrarios a la violencia, los favorables a la misma y una mayoría de equidistantes, cada sector con sus exactas siglas.
El desastre de aquella operación de culpabilización se ha prolongado hasta hoy por interés institucional y por influencia emocional de los medios que la activaron. Sabemos que existía una motivación electoral y que después, tras su total putrefacción, ha quedado desarticulada, excepto para sectores ultras. Fuimos manipulados entonces, como ahora acusados de justificación del terrorismo por un mismo propósito abyecto: que la clase política salvase su responsabilidad por su dejación de apoyo a las víctimas y se diluyese su fracaso por no haber dado solución al problema que germinó y favoreció la violencia. Los partidos, todos, han hecho causa común para cargar sobre los hombros de la ciudadanía un soporte a la violencia que ésta jamás otorgó y evitar así el juicio merecido por su torpeza y mezquindad de tantos años.

Durante el tiempo en que las víctimas estuvieron solas, la acción de calle de Gesto por la Paz, de raíz cristiana y plural en su composición ideológica, tuvo la osadía de expresar silenciosamente un rechazo, compartido por la sociedad, a la violencia. El acierto de Gesto fue hacer las cosas evidentes, que la ciudadanía vasca no miraba hacia otro lado, sino al único que le importó, el de la paz y el respeto a la vida y la libertad. Después de su soledad y el acoso sufrido por los sectores intransigentes, los partidos se pusieron detrás de la pancarta y ahora nos imputan por connivencia.

¿Y usted hacia dónde miraba?

España siempre consideró a la mayoría de los vascos cómplices del terrorismo, y de la sentencia sumarísima de entonces se funda la pretendida culpabilización actual. ¿Recuerdan cuando se atacaban los coches matriculados en Euskadi y bienes de nuestros ciudadanos en diferentes lugares de la geografía española? ¿Se acuerdan de cómo las empresas y los productos vascos fueron sistemáticamente boicoteados en el Estado durante años como expresión de nuestra responsabilidad por los crímenes de ETA? Ahora, con igual majadería y bastarda justicia, se aspira a escribir la historia de que Euskadi fue culpable de la violencia. Hemos heredado aquellos mitos y hoy se van a insertar como verdades en la fabulación canalla del relato.

¿Y qué querían entonces que hiciera la gente, convertirse en héroes? ¿Que acudiéramos a los funerales donde el dominio simbólico de los grupos fascistas, que patrimonializaban las exequias, podría confundirse con nuestra deseable solidaridad? ¿Cómo hacer patente la repugnancia al terrorismo en medio de aquella época crítica y confusa, en la que las autoridades huían por la puerta trasera de las iglesias o no se dejaban ver en los entierros por cobardía? ¿Y cómo mostrar con igual dureza el rechazo a la violencia de los que atentaban contra miembros de la Guardia Civil y Policía Armada y la que estos cuerpos ejercían salvajemente contra el pueblo vasco? Manifestaciones antiviolencia las hubo y numerosas, pero la política española homologó con malicia la oposición al terrorismo con apoyo a los métodos del Estado represor. Así era imposible que el dolor de la mayoría fuera emergiera con claridad.

El recuerdo de los años más violentos ha dejado una profunda huella de mentiras y equívocos que ahora se pretenden incorporar al relato, como ese gran embuste de que la gente miraba para otro lado, indiferente al sufrimiento. Si esta historia la escriben los líderes políticos resultará enteramente falsa. La ansiedad simbólica en la que se mueven los partidos pone de manifiesto su sentido de escapatoria del pasado. Frente a estas prisas y aspavientos, con los que se trata de aparentar lo que no hicieron durante tantos años, la gente no siente el complejo de culpabilidad de sus políticos y mira con recelo el patético espectáculo de la edificación de monumentos, memoriales y monolitos y la exageración de conmemoraciones, efemérides y actos públicos donde las autoridades compiten en quién se pone más solemne y adopta el gesto de mayor aflicción, un victimismo de pandereta. Quizás deberían encargar estos eventos a una compañía de teatro, si hay que dramatizar de cara a la galería. Un poco más de sinceridad y proporcionalidad emocional nos harían a todos el favor de no tener que soportar, además de la acusación general de culpabilidad, la hipérbole del dolor institucional que, en todo caso, llega tarde, mal y a rastras. Arreglen eso y déjennos en paz con sus querellas de poder y entierren con honra el pasado.

No, los ciudadanos vascos no fuimos culpables. Fuimos testigos de lo que no se hizo y de lo que se gestionó mal por la clase política frente a la violencia y por la atención de las víctimas. Tampoco fuimos héroes, porque no era esa nuestra misión, más allá de intentar vivir a duras penas y sobrevivir al fraude democrático de la transición. Mi sugerencia a la cúpula dirigente y a los autoinvestidos escribas del relato de la violencia en Euskadi, como propuesta de vida decente y una feliz convivencia en paz, es esta: seamos duros con el pasado, indulgentes con el presente y generosos con el futuro.

La tele ha fracasado… y usted también

HABLAMOS DE TELEVISIÓN EN ONDA VASCA.

12 noviembre 2015

 

1. A debate

¿Ha fracasado la televisión?

Solo hay algo de lo que se habla peor que de los políticos: la tele. Lo normal es que, en este aspecto, se mienta como bellacos:

Que casi no la vemos (y sin embargo ahí están las cuatro diarias que cada persona la ve en este país, de media, es decir, una sexta parte de nuestra vida.

Que es una basura, que no hay más que cotilleo y mentiras en los telediarios.

Y que nos gustan mucho los documentales de La 2, es decir, que lo nuestro es la cultura y el programa de libros de Sánchez Dragó o el programa This is Opera (magnífico y original, por cierto, presentado por el barítono Ramón Gener los domingos).

Habría que preguntarse si la televisión ha fracasado como medio de masas para mejorar la sociedad. Yo no creo que la tele haya fracasado. Si alguien ha fracasado es la propia sociedad, cuyas demandas de consumo televisivo se han empobrecido. Básicamente, la tele ofrece 6 tipos de contenidos: el más consumido es ficción, es decir, series y películas. En segundo lugar, entretenimiento, que son los concursos, realities, actuaciones musicales y variedades, etc. En tercer lugar, deporte, con predominio del fútbol. En cuarto lugar, informativos, o sea, telediarios y debates. En quinto lugar, publicidad, que ocupa una quinta parte de la programación. Y en último lugar, cultura.

Ahí está lo injusto de esta clasificación de contenidos. Hemos separado ficción y cultura. ¿Qué pasa que el cine no es cultura, o las series, o las actuaciones musicales que habíamos situado en entretenimiento? Ya lo creo que son cultura, no solo son cultura los documentales de animales, de historia o la ópera y los libros. La cuestión, además, es que la gente, mayoritariamente, ve la televisión como objeto de distracción o evasión. Ese puede ser el fracaso. Pero yo sería indulgente con este juicio.

En mi opinión, el mayor fracaso de la tele es que ocupa el centro de la casa, en el salón, la cocina y las habitaciones. Es el rey de la casa y marca la vida de las familias. También es un fracaso que la tele se consuma cuatro horas diarias por persona y día. Es un atracón, un empacho indigesto. También ha fracasado estrepitosamente con la telebasura, que es su mayor putrefacción. Y creo que también es un fracaso el exceso de publicidad, que termina por reducir su eficacia. Ha fracasado en el respeto a las normas de horarios de protección y ha fracasado en la degradación del lenguaje hablado. Y, por último, es un auténtica tragedia su afán de crear y destruir personajes famosos, cuya mayor expresión son los frikis.

La tele, al menos en el Estado español, hizo patente su fracaso cuando entraron las cadenas privadas; pero antes que eso la televisión pública había pecado de dirigismo ideológico. Creo que es el fracaso de todos.

Teníamos un gran invento y lo hemos malogrado. Lástima.

 

2. El impacto

La desconexión catalana

Los sucesos históricos son un tópico. La mayor parte de ellos tienen una relevancia limitada. Son sucesos históricos aquellos que señalan un cambio de rumbo significativo en la sociedad. La declaración de desconexión (así se ha llamado, y suena muy televisivo) de Cataluña con España, producida el lunes en el Parlament catalán es uno de esos hechos históricos. Lo cambia todo, pase lo que pase. En este sentido, la televisión ha estado en su lugar, aunque de forma muy parcial en la mayoría de los casos. Ha sido, sin duda, un gran impacto, en la medida que se demuestra que se pueden hacer rupturas y revoluciones democráticas sin violencia, como hubiera ocurrido en otras épocas no muy lejanas. La televisión recogió un comportamiento plural, pero exquisitamente democrático. Una lección de democracia que la televisión ofreció en directo.

3. Audiencias. Lo que nos gusta y lo que no

Arrasa 8 apellidos vascos

La emisión, ayer, miércoles, de la película “8 apellidos vascos”, simultáneamente en Telecinco y Cuatro ha tenido un resultado arrollador. Si ya fue la película más taquillera de la historia, también ha sido la película más vista en la tele los últimos 20 años. Datos:

Telecinco: 30.8% y 5.359.000 espectadores
Cuatro: 16.7% y 2.911.000 espectadores
En total: 47.5% y 8.270.000 espectadores

Hay que decir que la emisión ahora de esta película tiene un claro propósito promocional. Se inscribe dentro del estreno de “8 apellidos catalanes”, obviamente una secuela de la anterior. Ya les digo que esta nueva película sobre los tópicos catalanes, que se estrena en cines el próximo 20 de noviembre, no tendrá ni de lejos el éxito de la peli sobre vascos. Porque segundas parte nunca fueron buenas. Porque la situación política en Cataluña no está para bromas. Y porque esta peli es demasiado previsible. Pero eso ya lo veremos.

 

4. La buena publi

Cosas que no pueden hacerse online

BMW vuelve a sorprender con un anuncio inteligente y perfectamente narrado, que refuerza su posición de liderazgo. La esencia creativa de este anuncio es que le da la vuelta al concepto online, lo que se compra o se hace desde casa con internet, que son luchas: comprar, estudiar, ligar, trabajar sin ir a la oficina, ir al banco sin ir al banco, casi todo. Menos una cosa: ir en coche, para lo que, según argumenta el anuncio, hay que tener una buena razón para no quedarse en casa. Es una rebelión contra el online. Y la verdad, suena muy sugestivo y auténtico. Sobresaliente.

 

5. Recomendaciones para el fin de semana

Os sugiero encarecidamente un reportaje en La 2 de TVE, este sábado a las 24.45 horas, con un tema fascinante. Dentro del programa la Noche Temática, uno de los mejores espacios que hay en TV, se desarrollará el tema titulado “El imperio del Olfato”, un viaje alrededor de los perfumes. Cómo se fabrican, con qué criterios, cuál son sus secretos, dentro de un sector que mueve miles de millones bajo la promesa más evanescente que es el perfume. Un tema arrebatador que nos lleva directamente a las historias como El Perfume, de Patrick Süskind.

No os lo perdáis, este sábado, a las 23:45, en la 2 de TVE.

Y una gran película, La Isla Mínima, en Canal Plus, quien pueda. A esa misma hora y día.

¡Feliz semana!