Jordi Évole, Ararteko salvador

Zaida Evole

Lo primero que hace el ciudadano afectado por un conflicto es llamar a la tele. Antes incluso que a su ayuntamiento o la Ertzaintza. El vecino ha adoptado, con la experiencia sindical, una estrategia de combate asociada a la propaganda, agitprop de baratillo. No cree en la justicia, pero sí en los medios como aliados. Si no tienes la tele no te hace caso nadie, diría hoy la canción. Antes los medios eran un desahogo, ahora son la solución. Tener razón es información emocionada. Jordi Évole ha revertido la indignación en género televisivo con Salvados, el juzgado de guardia de la crisis, la última oportunidad de que te escuchen. El reportero de la Sexta es el genuino defensor del pueblo, el Ararteko de los damnificados del sistema. Y así ha convertido en cuestión de Estado el caso de la comandante Zaida Cantera, acosada sexualmente por un superior y menoscabada en su salud física y mental en los cuarteles hasta el punto de obligarla a solicitar la baja en el ejército. Évole ya había provocado hace un tiempo la reapertura sumarial del accidente del metro de Valencia, mal cerrado y peor resuelto, con sus cuarenta y tres muertos por negligencia pública.

La demoledora historia de Zaida retuvo en la pantalla a más de 3,5 millones de espectadores e innumerables mensajes a su favor en las redes sociales, de lo que se dedujo una enorme expectación sobre la réplica que el ministro Morenés, un negurítico envarado, ofrecería en las Cortes de Madrid, que arrojó más sal sobre la herida. Derrotada de cuerpo y alma, pero honrosa hasta la admiración, Zaida ha ganado con la tele una batalla decisiva en el impenetrable mundo militar, uno de los tres espacios, junto a la Iglesia y la banca, donde nunca sale el sol y no hay verdad ni compasión.

A Évole se le acumulan las causas perdidas. Peregrinan hasta su despacho cientos de injusticias rogando el milagro de la audiencia. Por algo el programa se llama Salvados. Seguimos bajo el mito del ángel y el demonio. Lo mío y lo suyo es que la tele nos salve y conduzca al paraíso.

Cuenta atrás

Silencios475 Homenaje a todos los que supieron esperar luchando. Y entender que cada proyecto tiene su momento. Sin ansiedad. Con convicción. Decididamente.

 

Diario de un observador: si a la percepción le faltan noticias, a la intuición le sobran urgencias.

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El sentimiento de inocencia frente al sentimiento de culpa: esa es la liberación.

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Se pueden perdonar los errores, a cambio de que haya hechos imperdonables.

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En vías de extinción: la autenticidad, la intimidad, la lentitud, el entusiasmo, la compasión, la memoria… el tiempo.

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Una buena causa necesita una estética, porque la mejor razón se malogra sin la belleza.

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No me hace feliz lo mucho que ignoro: me hace feliz lo mucho que intuyo.

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A cada miedo le corresponde una ansiedad y a cada osadía una grandiosa liberación.

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¿Dónde aprender a controlar tu “lenguaje no verbal”, en una academia de idiomas o una escuela de teatro?

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Vivimos mal porque vivimos de ilusiones sin riesgo. Los sueños son preludios de historias temerarias.

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Los enemigos del pensamiento creativo confunden lo difícil con lo malo.

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La desmemoria, ese miserable refugio de los desagradecidos.

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En la vida solo hay presente y futuro. El pasado no existe: el pasado existió.

Vámonos de promoción

Sabina

La promoción es al marketing lo que las campañas electorales son a la política, es decir, un estado de agitación en la venta a corto plazo que se vive con enorme ansiedad -de la ilusión al pánico- por sus resultados inmediatos. Asusta la ligereza con que la televisión se presta a las operaciones promocionales y los oscuros cambalaches entre cadenas y marcas de consumo. Ingenuamente, la Comisión de la Competencia ha abierto una investigación a Telecinco por publicidad encubierta en un programa de la Campos. ¡Será por tu torpeza en el disimulo, María Teresa, porque nos lanzan decenas de mensajes soterrados cada día, y no sólo en los corrillos del corazón! A ver. ¿Por qué ha sido noticia de telediario el rediseño de los envases de Cocacola? Hace mucho tiempo que la frontera entre información y publicidad saltó por los aires, antes con la propaganda y ahora con el anuncio entreverado.

Si la tele y los medios no se respetan a sí mismos por sus urgencias económicas, ¿cómo no les vamos a despreciar sus engañados clientes? El Hormiguero de Antena 3 es una creativa plataforma de estrategias promocionales. Sin rubor. Músico con nuevo disco, escritor de novela reciente o actriz con película de estreno allá van prestos a anunciarse. Acudió Mariló Montero con su libraco, lo mismo que el líder socialista Pedro Sánchez, necesitado de notoriedad y mercado. Ya lo dijo Umbral, descaradamente pionero: “Yo he venido aquí a hablar de mi libro”. Las citas en los platós son parte del marketing editorial, musical, escénico y electoral. También Joaquín Sabina ha hecho su ronda por las cadenas para pregonar su gira y álbum 500 noches para una crisis, una delicia a la que me rendiré. Y fue encantado a La Sexta Noche; y ahora el disco del flaco de Úbeda es el patrocinador del formato satírico de Wyoming. ¡Qué cutre!

Hay una crisis de autenticidad como nunca en nuestro mundo, cuyo fondo es el repliegue de la autoestima. Nada es lo que parece, nadie es como se muestra. Y la tele, como la calle, es un mercadillo de sueños y mentiras.

Mi patria, la duda.

PortadaNo entender. No saber qué hacer. No tener respuestas. La eterna duda. Viajar en precario por la vida. Pero ser honesto con la verdad, ser auténtico. Tener miedo y reconocerlo. Ser débil y no ocultarlo. Ser uno mismo, eso de lo que no tienes duda.

 

 

Arquímedes se equivocó: dadme una incertidumbre y moveré el mundo.

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Pragmatismo: si no consigues que te quieran por lo que eres, que al menos te admiren por lo que haces.

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Cuatro vidas en una: la vida que recordamos, la vida que olvidamos, la vida que queremos y la vida que tenemos.

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Trágicas percepciones: la bondad es tonta; y la maldad, inteligente.

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Fíate de las personas que demandan afecto: son entusiastas y entregadas.

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Diagnóstico de la enfermedad: déficit de imaginación y exceso de realismo.

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Dos corazones tenemos: un corazón que se entrega y un corazón que conquista.

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Secuencia del fin: nada que creer,  nada que decir, nada que hacer.

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Cesiones y concesiones: habilidades de la inteligencia y debilidades del corazón que hacen gobernable la vida.

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Lo que vale para todo no vale para nada. La historia, por ejemplo: una escombrera de argumentos para justificar una cosa y la contraria.

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Argumentario general: si no encuentras las razones, busca al menos los motivos.

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En el sueño la mente no descansa, tan solo se divierte.

 

El Club de las Últimas Oportunidades

Artículo DeiaEste es un club con millones de adeptos. Aquí te encuentras a perdedores y desesperados, ciudadanos excluidos, individuos muy aparentes pero malogrados, hombres y mujeres que han traicionado sus sueños, gente con mala fortuna y peor cabeza y casi todos los seres humanos, más o menos inteligentes, que quieren cambiar su suerte pero no saben cómo. Desean lo mismo, aplicado a su historia: tener una oportunidad. Sí, nada menos que una oportunidad, quizás la última. O la primera. Una, la única que podrían conseguir. Realmente aquí se experimenta la grandeza de una de las experiencias más sugestivas de la vida, la oportunidad, que no es una redención, sino la viabilidad de una meta que quien la recibe se siente capaz de alcanzar por su propio mérito y esfuerzo. Una opción para reivindicarse, una alternativa para la validación personal, el precio de su autoestima. No hay en el universo de lo humano nada más digno y sublime que la idea de oportunidad, en la que se contiene todo nuestro espíritu y también su fragilidad. El que demanda una oportunidad pide algo así como un préstamo -muy caro, porque apenas tiene avales- para invertirlo en la conquista o reconquista de su destino.

No hace falta que llegara la crisis, con todos sus dramas de pobreza, precariedad y abandono, para que el número de miembros de este club se haya incrementado. Ya había una crisis y ya eran muchos los demandantes de oportunidades antes de que arribaran las vacas flacas. Mi lema es: “Nos juzgarán por las oportunidades que dimos”. Incluso las personas autosuficientes necesitan en algún momento que alguien les tienda una mano. Vale añadir que si grande es la honra de quien solicita su opción, aún más es la de quien se prodiga en facilitarla, porque puede y quiere hacerlo. El hombre más rico y poderoso es aquel que tiene a su alcance ofrecer oportunidades y se arriesga a prestarlas. He ahí un poder al alcance de cualquiera. Ideologías aparte, no hay proyecto ético y compasivo de la sociedad que no tenga su raíz en la inteligente prodigalidad de las oportunidades. Dar ese impulso se ha convertido en una de las más formidables tareas humanas. Mis mejores recuerdos son para aquellos que me abrieron camino (eskerrik asko, Javier Elorriaga!), como percibo un sincero agradecimiento en quienes pude regalar mi pobre patrocinio, a veces en circunstancias dramáticas. Acaso por eso las oportunidades que brindé son mi principal caudal de orgullo; y las que negué, mi máxima amargura.

¿Igualdad de oportunidades?

De entre las utopías la igualdad de oportunidades es la que tiene mayor contenido transformador, porque repara las injusticias sociales y desequilibrios creados en origen. A nadie le deberían poner trabas a su desarrollo por la mala suerte de nacer pobre o quedar desamparado. Me temo que nunca habrá verdadera igualdad de oportunidades, porque la mezquindad y sus estragos siempre serán más fuertes que los derechos. Es una maldición que podremos minimizar, pero su eficacia no estará tanto en el Estado democrático, como en la épica de cada uno y cómo entienden los ciudadanos la sabiduría de la solidaridad: la oportunidad es revolucionaria y conmovedora.

En el club de las últimas oportunidades hay una sección especial, su porción más sufrida, la de los perdedores de oportunidades, gente sin salida. Una realidad en la que nos igualamos las personas es el drama de las oportunidades perdidas: las que nos ofreció la vida y las que nos proporcionaron los demás. No deberíamos malgastarlas, porque las opciones son limitadas; pero esto ocurre con frecuencia y nos acerca al umbral indeseable y terrible de las últimas oportunidades. Los perdedores son precisamente eso, perdedores de oportunidades. Y aunque sean dignos de consideración, los fracasados tienen tras de sí una historia de derroche y malversación de posibilidades y acaso merecieron su derrota. Ahí nos vemos todos retratados.

Las tres oportunidades

Creo que en la vida necesitamos disponer de tres géneros de oportunidades: profesional, afectiva y social. Las oportunidades básicas. O imprescindibles. Porque abarcan las áreas que nos proporcionan sustento, sentido y solidaridad, casi todo lo que precisamos como seres elementales, emocionales y tribales. Otras oportunidades caben, pero podemos vivir sin ellas. Para muchos la fundamental es la oportunidad laboral, que hoy están implorando nuestros jóvenes, los mayores de 45 años desterrados del mercado, los desahuciados, los olvidados del sistema, los que tienen que emigrar, los que carecen de prestaciones públicas, los que acuden a los comedores sociales o recurren a la ayuda de Caritas y el Banco de Alimentos. Resulta apabullante la ansiedad de estas miles de personas, que no quieren caridad, sino demostrar su valía con la llegada de una oportunidad. Tuve hace años la responsabilidad del departamento de recursos humanos en una pyme vizcaína de 70 trabajadores. Una vivencia que me marcó por el gozo de poder decir a alguien: estás contratado. Nada más gratificante que el reconocimiento ajeno. Incluso más que la autoestima, que es lo primero que extravían quienes no encuentran salida. De hecho la crisis ha puesto de manifiesto que entre los demandantes de oportunidades hay muchos incapaces de pedirlas. ¿Alguien duda de que las oportunidades hay que requerirlas y hasta suplicar por la última o por la primera? Demasiada dignidad (¿u orgullo?) no es competente en esta lucha.

La más compleja de las oportunidades es la emocional. ¡Hay tantos hombres y mujeres que se niegan una posibilidad amorosa! ¡Y tantas felices historias que surgieron de una última y precaria oportunidad! El amor en ocasiones es oportunista, cierto; pero es la mayor fuente de oportunidades. Nos costará encontrar a alguien más generoso en esto que los padres con sus hijos y no tanto al revés. Toda oportunidad se basa en dos pilares: la confianza y el riesgo. En la confianza está el riesgo y esa es su excelencia: que acepta la imperfección humana y que ciertas decisiones tienen que ser radicalmente incondicionales. Supongo que confiar ciegamente en alguien es la versión mágica de la oportunidad, de lo que están hechas las mejores proezas humanas y los amores heroicos.

Quienes más oportunidades precisan son las personas solitarias. La soledad no es estar sin compañía, es carecer de cualquiera de las distintas formas de amor: el afecto, la amistad, el eros y la caridad, según la clasificación de C. S. Lewis. Una soledad prolongada conduce, primero, a la tristeza y, finalmente, a la muerte. La última oportunidad para un ser humano es la que le rescata de ir a la deriva, una libertad indeseable. Inútil es el consuelo sin la donación de una salida. En lo social, también los pueblos exigen sus últimas oportunidades. La oportunidad de la paz, inseparable de la libertad. Mucho de esto sabemos en Euskadi, que tras la dictadura se nos siguió negando la paz y por nuestro futuro exigimos -y nos dimos- infinitas oportunidades. Y hoy tenemos que continuar dándonoslas. Oportunidades para las víctimas de la violencia, cruelmente relegadas. Oportunidades para los presos, que tienen sus derechos. Oportunidades para la reconciliación y la convivencia. Oportunidades para la democracia sobre la ley marchita y blindada. Romper la cadena de oportunidades mutuas es lo peor que nos puede suceder. O imponer el dogma como proyecto. Los políticos piden a la gente una oportunidad en las elecciones; pero sería bueno que, antes y después, se la dieran ellos a la sociedad. En el club de las últimas oportunidades se celebra la comprensión, la dignidad, la memoria, el pensamiento imaginativo y la osadía, todo lo que sirve para vivir y revivir. No se admite el fatalismo. Ni la rendición.

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