Que viene… el fútbol

balon-amarillo-liga-bbva-2012-2013Ya lo sabe. Este próximo sábado vuelve a rodar el balón por los campos de fútbol, un deporte practicado por millonarios y costeado por un país empobrecido. Serán 380 partidos de liga que presenciarán in situ unos diez millones de personas, poca cosa si lo comparamos con los cientos de millones de espectadores que los verán en casa o en el bar. La tele, con diferencia, es el estadio más grande que existe. Todo es exagerado en este tinglado: el fanatismo, los contratos, la repercusión económica, el interés informativo, las polémicas que provoca… Si se desviara solo una parte de la pasión de este juego a lo que de verdad importa, ganarse la dignidad de vivir y la libertad, nuestra sociedad crecería en honra y autoestima; pero no voy a entrar en la función enajenadora del fútbol, algo tan obvio que nadie lo cree.  

            Lo relevante, por paradójico, es que la superliga española, seguramente la más potente y disparatada del mundo, esté sostenida por dos empresas ruinosas. Los derechos de retransmisión están en manos de dos entidades, Mediapro y Prisa, que tienen de todo menos dinero y que se deshacen de sus trabajadores y otros activos para pagar sus deudas. Ambas empresas tienen más cañones que Navarone y deben millones a los clubes. Y para disimular su mutua insolvencia se inventaron una contienda, la guerra del fútbol, que no es más que una riña de pillos para quedarse con todos los caramelos de la tienda y tener a quien echarle la culpa.

            Pero hay una esperanza y viene de Qatar, donde sobra el dinero y los espejismos europeos. Al Jazeera tiene la intención de comprar los derechos a Roures e implantar un canal de noticias y deportes en España con el incontestable argumento de sus petrodólares. Aun así, el fútbol español experimentará el pinchazo de su burbuja. Será lento, porque un país que ha soportado la explosión de la burbuja inmobiliaria y financiera, no resistiría el dolor de perder lo más amado, el circo del balompié. Ya viene el dinero de los moros al rescate del fútbol y la tele, y en España empieza a amanecer

¿Bretón forrado y derrimido por la tele? Ni por el forro

breton“Los de la tele van a forrarme”, ha anunciado José Bretón, verdugo de sus dos hijos de corta edad a los que hizo desaparecer en una hoguera. Al parecer, ha recibido sustanciosas ofertas económicas a cambio de entrevistas y reportajes. Suena creíble, porque hay un modelo de televisión coherente con la propuesta de presentar a este asesino en el centro del escenario, como hay millones de personas dispuestas a seguir sus palabras sin el menor reproche de conciencia. Y es imaginable ver a Mercedes Milá en el papel de conductora de un programa con ese demoledor contenido. Tal vez haya que esperar un año para que la estrella de Bretón brille en Telecinco; pero, salvo que antes se establezca por ley -y por decencia- la prohibición de que sujetos infames se conviertan en figuras mediáticas, veremos al criminal en la pantalla bajo la excusa del interés periodístico. ¿Cuánto estaría dispuesto a pagar Vasile por la exclusiva de la confesión pública del parricida y el relato salvaje de cómo mató a los niños y los convirtió en cenizas? Una legión de periodistas, asociaciones y medios justificarían este scoop por encima de toda repugnancia deontológica.

Concernida por la culpa y los antecedentes (“excusatio non petita accusatio manifesta”) la directora de comunicación de la cadena berlusconiana, Mirta Drago, se ha apresurado a advertir al condenado “que no cuente con los canales de Mediaset” para su empeño de gloria y dinero. Como la neutralidad es cobardía y puesto que la telebasura jamás ha acatado las normas de autorregulación, es hora de señalar una rotunda línea roja para que un asesino de menores y sus allegados jamás protagonicen una emisión en los medios. Lo prohibitivo es consustancial a la libertad, al tiempo que una sociedad con autoestima no puede aceptar que la ambición comercial destruya el mínimo común ético. La Ley General Audiovisual o el Código Penal esperan para dar cobijo a esta protectora frontera. La alternativa es la furia del boicot publicitario. ¿Bretón forrado y redimido por la tele? Ni por el forro.

 

 

Caso Snowden: no es una película de espías

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Edward Snowden no es el protagonista de una película de espías como las autoridades norteamericanas nos quieren hacer creer. Las peripecias del caso pertenecen al realismo contemporáneo con una visión aterradora del mundo sometido a la merma y tutela de las libertades individuales y colectivas (empezando por el secreto de las comunicaciones) cuyo propósito es garantizar la hegemonía política, económica y militar de los Estados Unidos. Las películas de espionaje, en todo caso, no serían más que ensayos justificativos, de corte heroico, que avalarían ante las masas el derecho de arbitrariedad que asiste al país dominante en su designio histórico de preservar la democracia y garantizar la seguridad frente a las amenazas del terrorismo. Al fondo se percibe, nítido, un mensaje redentor.

            En esta trama hay buenos y malos, tan desdibujados por el sesgo de la información que puede inducirnos a error en la calificación de sus conductas. Hay también actores secundarios, como Evo Morales, vilipendiado en su condición de jefe de estado en un sainete aeronáutico indigno de las democracias europeas. Por muy antigua y sistemática que sea la vigilancia estadounidense sobre los gobiernos, las empresas y los individuos, esta historia traerá consecuencias y movilizará al mundo, porque si internet facilita y universaliza el espionaje, también permite que la respuesta defensiva vaya más allá del fatalismo conformista con el que tradicionalmente nos hemos tomado el espionaje de las agencias americanas.

            Uno de los protagonistas es un viejo conocido, el discurso paradójico de la libertad, según el cual es inexcusable que los ciudadanos asuman ciertas limitaciones de sus derechos para hacer posible la supervivencia del modelo democrático frente a la acción de sus enemigos, específicamente el terrorismo. Es el cínico mensaje del miedo, tan podrido y falaz hoy como en el período de la guerra fría. Lo ha admitido el presidente Obama, desenmascarado como paladín del cambio ético, al decir que «uno no tiene que sacrificar su libertad para lograr seguridad” y añadir con demoledora indecencia que “eso no quiere decir que no haya precios que uno tenga que pagar por algunos programas”. Claro, uno de esos programas es PRISM, técnica secreta de vigilancia electrónica desarrollada por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) desde 2007, mediante la que se ha husmeado a millones de personas y a los gobiernos nacionales, incluidos los aliados europeos. En esta entidad oficial, además de en la CIA, trabajó el joven Edward Snowden antes de que decidiera exilarse en Rusia y denunciar el escándalo de la vigilancia universal.

No es la democracia lo que está en juego, sino la estrategia del control absoluto, generadora de odios, especialmente entre Oriente Medio, de los que se nutre el terrorismo islámico y su victimismo. Este es el punto de partida de la cadena delictiva de un sistema que no admite ser cuestionado y que por perpetuarse se atreve con la instauración efectiva del Big Brother, terror imaginado por Orwell en su novela 1984. ¿Qué derechos democráticos nos quedan en un régimen de libertad vigilada?

 

Los esbirros

Todo sistema abusivo tiene, además de los medios coercitivos, a sus valedores intelectuales para el ejercicio de la propaganda sedante. En el mundo hispánico es Mario Vargas Llosa quien ejerce de rapsoda del Pentágono. Un esbirro con habilidad dialéctica, como un mago con la chistera, aspira a hacernos creer que la realidad es un espejismo y que los malos son los buenos y los héroes, traidores. En un reciente artículo (El País, 14 de julio), el Nobel peruano hacía suyo el embuste argumental de la libertad restringida, al decir que “por desgracia, mientras existan guerras, los peligros de las guerras y un terrorismo religioso e ideológico que provoca a diario los estragos que sabemos, es prácticamente imposible que los Estados democráticos renuncien a una actividad de la que podrían depender en buena medida la seguridad, políticas eficaces contra la repetición de tragedias como las de las Torres Gemelas o de la estación de Atocha”. ¿Y cómo es que el precio de nuestra privacidad no sirvió para prevenir aquellos y posteriores ataques? La historia nos enseña más que la ingenua ficción del novelista: unos pocos enemigos son la excusa del poder con vocación totalitaria para sostener la vigilancia sobre todos.

            Vargas, revestido con el manto de juez supremo, se ha ocupado, primero, de socavar la gesta de Snowden por “haber roto su compromiso de confidencialidad que tenía contraído con el Estado para el que trabajaba” y, después, amonestar a cuantos hemos ponderado la rebelión del joven analista, al que reprocha no haber recurrido a la denuncia ante la justicia: “¿Por qué Edward Snowden no optó por este camino legítimo, en vez de violentar a su vez la legalidad y convertirse en un instrumento de regímenes autoritarios y totalitarios que se valen de él para atacar el “imperialismo” y rasgarse las vestiduras en nombre de una libertad y unos derechos que ellos pisotean sin el menor escrúpulo?”. Hay que ser muy cínico para soslayar el sacrificio personal de Snowden, quien ha roto su vida para siempre por hacer el favor al mundo libre de revelar las prácticas criminales del gobierno americano. En el colmo del paroxismo inquisitorial, el escritor sentencia que “ni Edward Snowden ni Julian Assange son paladines sino depredadores de la libertad que dicen defender”. Los juicios absolutos de Vargas Llosa nos devuelven a épocas predemocráticas, cuando la libertad era la osadía de los siervos.

Los cómplices

            De la denuncia de Snowden se desprende, además de que Obama es igual de corruptor de la libertad que sus predecesores, la nula fiabilidad que para los usuarios de internet poseen las grandes marcas de comunicación, como Google, Microsoft, Apple y Facebook, que han reconocido su participación activa en el montaje y sostenimiento de la red de espionaje de la NSA. Lo que queda demostrado es que no existe la mínima posibilidad de privacidad en los entornos digitales y que a medida que el mundo avanza en recursos tecnológicos retrocede en libertades fundamentales, lo que nos lleva a deducir un futuro bajo el terror de estar permanentemente observados.

            La complicidad de estas y posiblemente de otras muchas empresas de telecomunicaciones en la red mundial de espionaje nos indica que nada ni nadie dentro del sistema actual es confiable y que en un entorno democrático tan podrido solo se podría sobrevivir con cierta dignidad a costa de asumir cierto aislamiento digital y de reducir el uso habitual de las tecnologías de comunicación. La privacidad, si es que todavía vivía, ha sido asesinada. Los únicos seres humanos felices serán quienes prescindan de las telecomunicaciones, puesto que no hay nadie que no tenga secretos y vida reservada.

            Si se han preguntado por qué al mismo tiempo que avanzan los métodos de vigilancia y control se incentiva la aniquilación de la intimidad individual, sepan que lo uno y lo otro, el espionaje masivo y la degradación de la privacidad, son parte del mismo proyecto deshumanizador y liberticida. ¿Qué le puede importar a una persona que escudriñen sus correos y mensajes, si expone cada día su intimidad en las redes sociales? Varias generaciones de niños y jóvenes están aprendiendo a renunciar a su vida privada e identidad personal para la posterior aceptación de la censura de su libertad. A los adultos solo nos queda no sucumbir, por estupidez o desestima, al efecto contagio.

Telecinco y PP mandan ¡a callar!

el-gran-debate-433x227Vasile es italiano y por algún motivo táctico ha aceptado enmudecer para siempre El Gran Debate de las noches de los sábados. Para el negacionismo informativo del PP, en huida desesperada, era indispensable que cesara el grito de la indignación contra el paro, los desahucios, la corrupción política, las estafas bancarias y los recortes de derechos, todos esos justos y airados reproches que tienen como diana a un gobierno obsesionado con la austeridad. Desde Moncloa han maniobrado, influido y conspirado, incluso han amenazado con represalias, para que la cólera de la gente no tuviera tan potente altavoz y Rajoy pudiese respirar mientras aguarda que algún brote verde le rescate del derrumbe histórico.

¿Qué espera conseguir Vasile con esta cesión estratégica? En realidad, la jugada es múltiple con cinco bazas ganadoras. Primero, se garantiza una disposición favorable del Gobierno para desenredar el mercado audiovisual, complicado por sentencias judiciales contra las fusiones y el redimensionamiento de la TDT. Segundo, desactiva a la competencia dejando sola a La Sexta con la imitación de su debate. Tercero, se asegura una fuerte inyección de publicidad institucional para otoño. Cuarto, reposiciona su errática línea editorial ante la presión de sus accionistas, que le exigen mayor sintonía con el proyecto del PP. Y quinto, salva el chantaje del regreso de la publicidad a TVE, con el que amagó el Ente estatal. Cree, además, que la fórmula del diálogo de actualidad está agotada después de seis años de La Noria y su finiquitado sucesor.

Se equivocan don Paolo y don Mariano.Si las discusiones de la tele callan, la ira se trasladará a la calle con virulencia. Hace falta que el enojo social se canalice en los medios y se exhiban en la picota digital los culpables del empobrecimiento. Alguien tiene que desentrañar con criterio las verdades y mentiras de la crisis. Euskadi tiene mayor conciencia política -aunque algo resentida- gracias a ETB y sus debates de mañana, tarde y noche, mientras España padece una democracia afónica.

Lucía y la tele

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No veo motivo de escándalo que Lucía Etxebarria se haya apuntado a Campamento de verano, el último reality de Telecinco, donde se han reunido una docena de frikis -desde la masturbatoria Olvido Hormigos a Karmele Marchante, pasando por la madre de Jesulín- con el propósito de provocar en ese encierro pasiones y odios lo bastante explícitos como para captar el interés de la plebe sedienta de emociones. ¿Qué tienen hoy de mágico los escritores o cualquier artista que expone su obra u ofrece conciertos? Son igual de vulgares que un taxista o un cartero: orinan y defecan como todos y, por supuesto, se sientan cada día delante del televisor para ver las noticias, fútbol y programas basura. Conscientes de que han perdido su superioridad estética, ya no nos miran con la altivez de antaño; ahora se arrastran por los platós suplicando un mendrugo de notoriedad audiovisual.

             La diferencia entre un friki y Etxebarria es el argumentario. Ambos acuden a la tele por dinero; pero la ganadora del Nadal y el Planeta es capaz de añadir cierta épica de disimulo. Lucía se ha agregado al reality porque tiene deudas fiscales. No es por la pasta, no se confundan: es contra la injusticia de Montoro, que quiere embargarle la casa. En esto la novelista recurre al pecado más literario, el cinismo, la incoherencia autojustificada. Y para acreditar su aventura cutre en la pantalla, emitió al mundo un mensaje atormentado: “Ha sido una de las decisiones más difíciles de mi vida. La tomé por mi hija”. Lo dicho, un poco de heroísmo de madre y una pose de damnificada del sistema dan para convencer de su hazaña en el estercolero.

             En pleno paroxismo garbancero, Giménez-Arnau dictó sentencia: “Ofreces silla a los intelectuales en un reality y vienen todos”. Después de la pionera Lucía, ¿por qué no imaginar un Gran Hermano con escritores? Siempre hubo rivalidades: Lope odiaba a Cervantes, Quevedo a Góngora, Sartre a Camus, Hemingway a Faulkner… Se lanzaban sátiras y poemas burlescos y el pueblo se entretenía. Ni versos ni filípicas: hoy solo tendrían que enseñar el culo.