Hace ya un par de semanas que recogí en un post la polémica surgida en torno a unas fotos retocadas de la actriz Inma Cuesta, y la consiguiente denuncia por los excesos cometidos.
Ahora es Kate Winslet la que salta a la palestra con una clausula anti-Photoshop (así la definen muchos medios), en la que obliga a una conocida marca de cosméticos a no utilizar, según algunas fuentes, y no abusar, según otras, del retoque de sus imágenes en la campaña publicitaria.
El retoque es casi tan antiguo como la fotografía. Las modificaciones en los tiempos analógicos, de carrete y laboratorio, eran pura artesanía, digna de maestros del renacimiento. Tampoco deja de ser una falsa realidad la que se obtiene con una buena iluminación y un correcto maquillaje, así que no entiendo esa intensidad en la crítica de todos los que se rasgan las vestiduras con los ajustes digitales.
El abuso es denunciable, otro caso reciente es el de la estrella de Disney Zendaya, que mostraba otro «antes y después», con lo que esto se empieza a parecer a los infocomerciales de aparatos gimnásticos que muestran similares (y milagrosos) cambios corporales.
Todos los excesos son perniciosos, pero creo que los «gurús» del marketing están aprovechando está polémica a su favor. La conocida marca de cosméticos, cuyo nombre me niego a citar, está acaparando titulares con la «supuesta» negativa al retoque de Kate Winslet. De momento ha logrado multiplicar la efectividad de su campaña y ha elevado exponencialmente la expectación de la misma.
No creo que haya fotógrafos, ni agencias, que vayan a tirar piedras contra su tejado, pero una apuesta segura es que el mayor número de sugerencias, peticiones, o exigencias, caen del lado de la balanza de personas que solicitan que se mejore digitalmente su imagen. El debate creo que es estéril, y va tomando derroteros comerciales, que supongo se irán diluyendo con la sobreexposición y consiguiente perdida de interés.