La tarde de ayer transcurrió charlando mientras paseaba con Morgana, la hija de Itzi, por la banda este de Abandoibarra. Morgana tiene dieciocho años y está comenzando Bellas Artes. Estuvimos hablando largo y tendido acerca de la vida del artista. De su inevitabilidad, de la renuncia que supone a los modos de vida convencionales, a sus ritos y ritmos, de la soledad que implica la creación.
Morgana escuchaba atentamente haciendo mohines de disgusto de vez en cuando. De pronto, no pudo más y estalló: » O sea que te quedas más sola que la una».
Y yo me reí, intentando parecer profesoral , profesional y equilibrado: » Sí, pero se trata de una soledad positiva, la soledad que necesitamos para poder crear». Y no supe si decirle algo más porque estábamos hablando de algo muy duro que ella, por ahora, sólo había atisbado. “Soledad positiva, soledad positiva. . . » repetía Morgana ,como un mantra, casi con los ojos cerrados como queriendo aprenderse de memoria una consigna. » ¡De todos modos una cabronada!» estalló de nuevo. » Sí , desde luego no es ninguna bicoca». Y Morgana , dando un salto como una potranca, se rió con una risa de duendecillo que valía por un bautismo.
¡Ah sí, la vida del artista! ¡Cuanta soledad y cuantas horas de trabajo se esconden tras una exposición recién inaugurada, tras un libro recién publicado! Y cuantas quedan, sabiendo que la Belleza- cualquier forma de belleza- no es una cualidad, sino un efecto muy trabajado, como bien decía Edgar Allan Poe.