Hace poco más de un año murió Pedro Sorela, escritor colombiano afincado en Madrid, novelista ,pero, sobre todo, periodista. Nos conocimos hace mucho tiempo y, desde entonces, tuvimos contactos puntuales, el último a raíz de la publicación de un libro mío titulado Aproximaciones a la razón narrativa ( Historia, Novela, Autobiografía).Aún así, él nunca llegó a saber lo importancia que tuvo en mi adolescencia…
«Teníamos quince años pero ya sabíamos quién era Janis Joplin. Nos juntamos para hacer teatro bajo el auspicio de algunos frailes y monjas que atisbaban lo que se escondía bajo el Concilio Vaticano II. Ensayábamos en un escenario colegial con mucha precaución y recato: los chicos intentado modular unas voces inexpertas, las chicas ocultando su excesivo desarrollo con amplios pololos de algodón negro. Alguien – ¿ quién sería ? – puso al frente del grupo a dos universitarios un poco mayores que nosotros y, encabezándolos, apareció un sudamericano espigado y disciplinado.
Bajo las atentas miradas de aquella trinidad comenzaron las improvisaciones. Primero tímidamente y después entre risas – casi carcajadas – fuimos soltando nuestras manos, nuestros pies, nuestras voces y , sobre todo, nuestros rostros. Pedro, el colombiano de ojos vivos y bigote apurado, decidió al cabo de un tiempo que ya era hora de ir montando la obra y , para nuestra sorpresa, añadió que la tal obra estaba hecha pues no era sino lo que debería resultar de ordenar tanta improvisación.
Y nos pusimos a ello quitando de aquí y añadiendo de allá, todo muy en la tónica de un hacer teatro de principios de los setenta. Al resultado le llamamos » ESO» , que era un buen título, aunque también se podía haber llamado » TODO».
Se estrenó , por fin, la obra y constituyó un campanazo. Frailes y monjas , aún los vaticanistas, no acababan de ver en aquello arte alguno y menos todavía tras tantos meses de ensayo. Alguna monja más bien trentista y vivaracha sólo vio – textualmente – un » grupo de perros drogadictos revolcándose en el fango». Padres y madres, aunque no entendieron nada – en realidad no había nada que entender – y hubieran preferido ver algo de los hermanos Quintero, se felicitaron por el simple hecho de ver a sus retoños subidos en un escenario, ya hombrecitos y mujercitas, y aplaudieron a rabiar.
La obra se representó unas cuantas veces , casi siempre en salones de actos colegiales, y, animados por el controvertido éxito, nos dispusimos a emprender una nueva andadura teatral. Pero, por lo visto, ya había sido demasiado y ni la negra provincia que tan bien ha descrito Miguel Sánchez-Ostiz ni los vaticanistas estaban dispuestos a hacer otro experimento: » Ya continuaréis cuando lleguéis a la Universidad» nos dijeron en una reunión – todavía no había asambleas – catártica y definitiva. Así que nos disolvimos y cada uno y cada una retornó a sus estudios y amistades.
Han pasado muchos años desde que ocurrió todo esto. Un episodio perdido entre otros avatares tardo-franquistas de una ciudad de provincias. Un episodio que hizo soplar , por unos meses , un poco de viento de fresca libertad sobre algunas cabezas. Cosas, en fin , para no olvidar»
En Quién crea la noche, la novela postuma de Pedro Sorela , decenas de personajes relatan una parte de su vida dando cuenta de encuentros insospechados y despedidas inesperadas. Como la de aquel encuentro fortuito de 1970…