Las organizaciones de consumidores llevan lustros reclamando, en vano, un mejor etiquetado de los productos que se ponen de venta al público. Hace tiempo también que se demanda una mayor garantía en la adquisición de la vivienda la cual brilla por su ausencia si la comparamos con la que te ofrece cualquier casa de electrodomésticos al comprar una vulgar plancha. Estas dos habituales carencias del mercado, el mal etiquetado del producto y la falta de garantía en grandes compras, curiosamente se dan la mano en nuestra contra cuando se trata de Obra y Servicios Públicos, pues fíjense ustedes con que facilidad se hacen, deshacen y rehacen las mismas aceras, zanjas, asfaltos, poniendo y quitando ladrillos, farolas y papeleras, lo que se dilatan los plazos de ejecución y entrega sin que observemos el ciudadano medio una sustancial rebaja en el coste presupuestario o sepamos de las consecuencias que ello conlleva para las empresas adjudicatarias, las contratadas, las subcontratadas y chapuceriles., y cuan indefensos nos hallamos ante retrasos y tardanzas varias de parte de la administración en los asuntos varios sean sanitarios, judiciales, educativos, o cualesquiera otros. Y con que descaro se da cuenta de todo ello en enormes carteles y lustrosas placas donde aparecen los datos informativos cuya información, deja mucho que desear, acorde a la calidad de las obras realizadas a plena luz del día, ante nuestras propia narices.
En los letreros informativos, aparecen los datos técnicos de la obra en cuestión, que está muy bien por si alguien no sabe distinguir una carretera de un edificio; el nombre de las empresas contratadas por si reconocemos la que ha hecho la mierda de casa en la que vivimos y poder advertírselo a la institución de turno para que denuncie el contrato; reflejan el coste en euros de la obra contratada cosa que está genial por si sobra dinero; y nos dicen que Instituciones sufragan su realización, que también estaría bien si junto a la Unión Europea, el Gobierno de España, el MOPU, los Gobiernos Autónomos, las Diputaciones, los Excelentísimos Ayuntamientos y el largo etc de negruzcas brumas interpuestas entre la factura de los hechos y nuestros impuestos, apareciera siempre en letras grandes ¡Sus vecinos y Usted mismo! pues, aunque se nos diga mil y una veces que ¡Hacienda somos todos! que las Instituciones democráticas nos representan velando por los intereses comunes que nos afectan, como que a los ciudadanos se nos olvida, tanto o más, que a los servidores públicos y dejamos de tener conciencia de que escuelas, carreteras, hospitales, parques, casas de cultura, polideportivos, servicios asistenciales, tribunales de justicia y toda la pesada carga que atribuimos al buen o mal hacer de las Instituciones, en resumidas cuentas, lo hacemos nosotros, por nosotros, para nosotros, con lo nuestro, mientras parece que lo hacen otros, para otros, con el dinero de otros, sin nosotros. Porque, es entonces, cuando nos trae sin cuidado que las cosas vayan de mal en peor, que se despilfarre, que haya corrupción, que las obras se eternicen o cuando se acaben se tengan que volver hacer y un si fin de calamidades en todos los ámbitos, que de seguir así, harán deseable la Fiesta de la Tortilla, versión española del Tea Party, que clamará por la privatización de todos los sectores públicos, más de lo que ya están, para que los beneficios sean privados mientras las pérdidas sean públicas, que es lo que se está buscando decididamente por parte de toda esta banda de malhechores a quienes votamos con la única esperanza de que no lo hagan peor que el anterior, o al menos que nos salga más barato. Pero sin suerte en cualquier caso, siendo su incompetencia cada vez más cara.
Los letreros informativos deberían reflejar siempre que, el que paga es el ciudadano, en un lenguaje directo como el que se utiliza para pedir el voto, de modo que cada persona que pase por delante de ese letrero, sienta suya la obra, el edificio de la biblioteca, propio el parque de bomberos, impresión que irá moldeando la conciencia particular y colectiva para que la ciudadanía empiece a preocuparse por sus bienes y no como hasta ahora que parece que todo lo público es del viento. Que ya sabemos lo que ocurre con el viento que se lo lleva todo, los discursos electorales, los derechos constitucionales y si nos descuidamos, hasta los letreros.