Por primera vez en ni sé los años, no vi en directo la charla borbónica de estasfechastanentrañables. Acababa de sintonizar la Uno de Televisión Española (ya dije que es la única en la que de verdad se pueden apreciar todos los taninos rancios que exhala el mensaje), y el ring de mi teléfono le ganó la partida al chuntachunta. Hacía como mil o dos mil lunas que no hablaba con la encantadora persona que llamaba en tan peculiar momento, así que ni lo dudé. Curiosidades de la vida o tal vez no, colgamos en el preciso instante en que el sucesor de Franco a título de rey cerraba su siempre pastosa boca y el realizador fundía su imagen con la de la choza en la que vive como preámbulo a la clásica programación intelectual que cascan las teles, públicas o no, el 24 de diciembre por la noche.
Con la salvedad de una miradita en diagonal a Twitter, donde llegué a apostar que el discurso del año que viene lo daría otro, fui capaz de sentarme a cenar en la ignorancia de las monárquicas palabras. Tampoco me acordé de ellas, la verdad, durante la sobremesa surtida de peladillas, turrón de chocolate de marca blanca y todo lo demás contraindicado para mi colesterol. Luego, claro, había que irse a la cama, no fuera que Olentzero viera luz y pasara de largo. Unas horas más tarde, mientras el peque —el auténtico monarca, no nos engañemos— rasgaba papeles y disimulaba la decepción al encontrarse con un pijama o un paraguas, seguía sin parecer el mejor momento. Lo mismo, cuando tocó hacer el tour de abuelos, cuñados y amigos cercanos a ver qué había caído en sus casas.
Total, que hasta el telediario de las tres, banda sonora ambiental de la comida de sobras de ayer, no volvió a mi mente la homilía juancarluda. En cuádruple genuflexión, la voz en off gorgojeó tras la sintonía: “Su majestad el rey reivindica la política con mayúsculas para superar la crisis”. Y a partir de ahí, francamente, dejé de escuchar.
En mi casa no se pone nunca la tele ese dia, a esas horas.
Pasamos del poteo a la mesa y de ahí a la escandalera que montamos los mayores a cuenta del Olentzero y ni nos acordamos del Bodbón y su interpretación hipotensa.
Pero tal vez si se hiciera realidad una portada de El Jueves de hace años en las que Froilán reclamaba para sí el momentazo estelar, tal vez digo, iríamos a cenar en compañía de la Reina Plana.
Que conste que tampoco los lehendakaris reciben ese honor: ni aunque Urkullu fuera el mejor orador del mundo mundial dejaríamos de ir a lo nuestro.
Siemre es mejoir que sufran otros y que se recreen después en el relato.
La papada le delata, esa grabación está hecha antes de la operación de cadera.
Y el inconsciente también le deata: confianza(equipo médico habitual); unión(de la prótesis al hueso); Mayúsculas (miedo);ser españa un miembro fundamental( para andar….)
Yo hablé con un hombre, con el que no habalaba ni sé de soles pasados, y fue otra delicia.
PS:No sé qué mensaje escrito en alemán o en holandés me salía y no podái escribir..