No hay modo de hacer carrera con la Ponencia de Paz y Convivencia del Parlamento Vasco. Cuando no se atasca por babor, le entra una vía de agua por estribor… o todo al mismo tiempo. Seguramente, en la historia de la cámara de Gasteiz habrá habido pocas iniciativas que hayan conllevado tanto esfuerzo para tan pobre rendimiento. Resulta sarcástico que, teniendo el nombre que tiene, sus logros públicos hasta la fecha hayan sido acelerar la ruptura de Aralar y provocar un cúmulo de reyertas cruzadas entre los partidos, da igual presentes o ausentes. Se diría que más que como fin, está funcionando —es decir, siendo utilizada— como medio para ajustarse las cuentas, marcar paquete ideológico, salir en los papeles o intercambiarse recados en clave interna. Es inevitable preguntarse si para este viaje merece la pena sacrificar las alforjas de los domingos. O más directa y crudamente, si no ha llegado el momento de echar la persiana.
Sería, claro, el doloroso reconocimiento del fracaso. Suena demasiado rotundo, pero es lo que hay: los hechos acreditados hasta ahora han demostrado que la nobleza de lo que se dice perseguir es una excusa para politiquear en el peor sentido de la palabra. Es mejor ser sinceros y admitir que hay quien se pasa la paz y la convivencia por debajo del sobaco. ¿A qué viene el PSE a estas alturas de la liga a amenazar con el portazo pretextando una ofensa que se ha fabricado a medida? No cuela ese ataque de dignidad sobrevenida. Si alguno de los rasputines de la sucursal vasca de Ferraz ha llegado a la conclusión de que en el momento actual —primarias a la vista— no es conveniente salir en según qué fotos, óbrese en consecuencia. Está de más, porque todos nos conocemos, vender que hay poderosas razones éticas y morales para el abandono. Llegados a ese punto, sería inútil que los que aún no se han ido pretendieran seguir adelante con una ponencia definitivamente maldita.