Tricornio Basque Tour 2013. A Fernández, el ministro de la triste figura y la lengua inquieta, lo han mandado a las bárbaras tierras norteñas en comisión de servicio. Lunes en el cuartel de la Guardia Civil de Leitza y martes en Intxaurrondo. Entre esos muros que han amortiguado tantos gritos desesperados, testigos o más bien cómplices de ciento y un episodios de la violencia que no cabe en la versión oficial, el jefe de la porra hispana arengó a la tropa verdeoliva. Una palmadita en el lomo a los penúltimos de Sidi Ifni, que necesitaban escuchar que allá en la metrópoli los tienen en sus pensamientos, que siguen siendo su anacronía predilecta, y que así será por siempre jamás, digan lo que digan las habladurías.
Desconozco cómo sonarían sus palabras desde dentro. Desde fuera, el eco era de ultratumba, de no-do o, como poco, de telediario de Urdaci, definitivamente divorciadas del día que señala el calendario. La amenaza, a estas alturas, de la ilegalización inminente, con la metáfora de un supuesto contador de ofensas que, una vez colmado, tendría su traslado a los señores de las togas para que procedieran en consecuencia. Como en los buenos tiempos. Solo que esos, así haya muchas ganas, no volverán. Han pasado dos o tres docenas de cosas que hacen impensable la marcha atrás, y Fernández es el primero que lo sabe, o el segundo, después de superior jerárquico, el Tancredo de Moncloa.
Otro asunto es que no quieran darse por enterados y prefieran seguir con el lenguaje y las actitudes añejas, pecado del que no tienen el monopolio, por cierto. En muchos aspectos, no les va mal por el momento. Todavía mantienen y ejercen draconianamente su capacidad de bloqueo, su contumaz negativa a moverse un solo milímetro. No es poca cosa, pero es casi lo único que les queda. El resto es pólvora mojada, pura farfulla de aluvión, como las amenazas extemporáneas del ministro en su gira por los cuarteles.