La sociedad interpretada

Lo que la sociedad vasca necesita es… La sociedad vasca quiere/no quiere… La sociedad vasca está pidiendo… Eso, en las fórmulas de tono más bajo, que luego están también los que se trepan a la parra para mentar clamores y exigencias irrenunciables con una ligereza que da entre risa y miedo. Hay que tener un ego de talla XXL o una desvergüenza oceánica para erigirse en intérprete o portavoz de decenas de miles de personas que apenas tienen en común la residencia en una delimitación geográfica determinada.

Soy el primero que padece esa inabarcabilidad de opiniones, pasiones, pulsiones y decepciones. Mi trabajo sería mucho más fácil si tuviera la certeza de por dónde respira el cuerpo social al que yo mismo pertenezco. Por supuesto que me vendría de perlas estar en el secreto del sentir mayoritario de quienes me rodean y a los que me dirijo. No para hablar o escribir al gusto, sino para saber a qué atenerme o para reducir el número de meteduras de pata, especialmente cuando utilizo los genéricos. Sin embargo, a lo más que llego es a una leve intuición, a una impresión o, si nos ponemos académicos, a un teorema imposible de probar científicamente. Lo que uno percibe frente a lo que realmente es, ¿quién se atreve a asegurar que siempre coinciden lo uno y lo otro?

La respuesta debería ser que muy pocos, pero los discursos y las declaraciones conducen a creer exactamente lo contrario: allá donde hay un micrófono te encuentras a alguien dispuesto a contarte sin margen de error lo que la sociedad vasca (o la que sea) piensa de esto o de lo otro. Incluso sobre cuestiones de las que jamás has detectado el menor interés en bares, parques, autobuses, centros comerciales, comidas familiares y, en fin, esos lugares y situaciones donde nos codeamos con los individuos que conforman la tal sociedad.

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