La guerra de los taxis

Sigo con atención y cierta perplejidad lo que, con nuestro habitual gusto por la épica, los medios hemos bautizado como guerra de los taxis. Mi primer apunte del natural al respecto es que si hace apenas quince días el común de los mortales, empezando por el que suscribe, no tenía idea de la existencia de la tal plataforma Uber, ahora la conocen decenas de miles de personas. Efecto Streisand de manual, impagable e impagada campaña publicitaria para lo que, por mucha modernez que la envuelva, no deja de ser otra empresa más con su estrategia para conseguir cuota de mercado y, por descontado, ánimo de lucro.

Ahí entiende uno que debería terminar la bronca. Si compite y busca lograr beneficios, debe someterse a las mismas reglas que cualquier otra compañía: obtiene su licencia de actividad, cumple los requisitos concretos del sector, acuerda unas condiciones con sus trabajadores o colaboradores y, naturalmente, paga sus impuestos. Obviamente, el precio final del producto ya no sería tan atractivo y el negocio no resultaría tan redondo, gajes de la economía de mercado regulada.

Me sorprende de este caso —o quizá no— que los más progres del lugar se hayan erigido en defensores de los vivillos promotores del invento. Cual furibundos neoliberales de la escuela de Chicago andan pontificando que cada quien se lo monta como quiere, que el Estado no es nadie para meter sus zarpas en una iniciativa social (hay que joderse) y que lo que tienen que hacer los taxistas tradicionales es espabilar, o sea, currar más por menos. Y al de un rato, te los encuentras echando pestes del malvado capitalismo. Coherencia.

2 comentarios en «La guerra de los taxis»

  1. Vuelve, con las posibilidades de las TIC´s, el viejo discurso liberal de la defensa de iniciativa privada como único resorte de progreso. La libertad de mi comportamiento y de mis ideas como posibilidad de mi desarrollo individual sin cortapisas por parte de ninguna autoridad directora, utilizada como estandarte contra cualquier regulación encaminada al progreso, bienestar, protección o seguridad publicas, es decir de la mayor parte de mis semejantes. La libertad social confundida con la liberalidad económica, cuando ésta es un importante palo en las ruedas de la primera, vía diferencias económicas y diferencias en las posibilidades de desarrollo de cada cual. Solamente alguien que no haya vivido el siglo XX (ni tampoco haya leído sobre ello) puede defender la eliminación de regulaciones, reducción del Estado al mínimo y suelta libre del mercado, como objetivo ideal a alcanzar por una sociedad desarrollada.
    Aznar decía que nadie le tenía que decir cuanto vino podía beber. Yo también defiendo eso. Pero si voy a coger un coche, quiero que alguien me prohíba beber antes, aunque sólo sea por la vida de los que puedo matar en la carretera. A no ser que no quiera carreteras, ni coche, cosa a la que los liberales no creo que se apunten.
    Me ha salido una chapa, pero es lo que quería aportar. No tratemos la libertad irrenunciable de cada cual con liberalidad económica.
    Buen artículo, Javier. Me gusta leerte.

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