Todo lo que cabe pedirle al rey —es decir, exigirle— es que devuelva lo que no es suyo y se quite de en medio. Lo demás es entrar en el juego y aceptar, aunque sea por pasiva, que a estas alturas del tercer milenio tiene sentido que la jefatura de un estado sea hereditaria por vía inguinal. Incluso si el destino nos deparase al más justo y benéfico de los monarcas, deberíamos poner pie en pared y renunciar a la hipotética felicidad que nos hubiera de traer, simplemente por una cuestión de principios. Hay que acabar de una vez con la anomalía histórica, con el tremendo anacronismo. Punto. Hasta plantear un referéndum es conceder carta de naturaleza a lo irracional. ¿Sería admisible, por más que lo apoyase una mayoría, que todas las instancias de gobierno, cargos judiciales o empleos públicos fueran hereditarios? Ahí dejo la pregunta.
Hago estas anotaciones sin albergar ninguna inquina especial por el ciudadano Felipe de Borbón y Grecia. Pasando por alto que, como dice Luis María Anson, lo más parecido a un Borbón es otro Borbón, no dudo de que este en concreto tenga la preparación del copón y medio que le cantan los juglares. Y seguro que es un tipo sensato, moderno, cabal, menos dado a la jarana y a los caprichos bragueteros que su antecesor, con un círculo de amistades que no desprende tanta caspa, amén de esposo ejemplar y cariñosísimo padre, como hemos podido ver. Todo eso estaría muy bien si se tratara de tomarse unas cervezas o unos cafés con él o, por qué no, de votarle en unas elecciones en las que se enfrentara de igual a igual a otros candidatos. Pero ya sabemos que ese no es el caso.
Sin minimizar el carácter que en sí tiene la monarquía como contraria a todo raciocinio de modernidad democrática, esta monarquía española, llamada parlamentaria (entiendo que sólo porque coexiste con un Parlamento, no por que esté controlada por éste) tiene adicionalmente una connotación histórica de indecencia y inadmisibilidad: Procede de una dictadura sanguinaria, cuyos criterios y estructura ideológica en otros países de nuestro entorno occidental fue deslegitimada y vencida, que fue denostada por intelectuales de distintas ideas, por la sociedad llana, e incluso por gran parte del capital.
Torcuato Fernández Miranda. último ideólogo de dicho Movimiento usurpador diseñó la transición jurídica de la impostura, forzando la senda la legislación vigente, a la benéfica ensenada de la nueva legalidad democrática: De la Ley a Ley, como le gustaba decir a Torcuato.
Pues bien, por mucho que la Constitución, y su huevo de serpiente escondido de la monarquía, fuera plebiscitada y admitida por una ciudadanía harta, asustada y coaccionada con la amenaza de la posible involución, la clave de la ilegitimidad de esta Monarquía está precisamente en ese traspaso «de la Ley a la Ley»: La Ley precedente es una ley usurpadora de la legalidad democrática, es una legislación contraria a cualquier sentido democrático, y por tanto sin legitimación para producir nuevas Leyes.
Así, ni Juan Carlos fue un Jefe de Estado Legítimo, ni Suarez fue un Presidente de Gobierno legítimo, ni la Ley de Reforma Política debió entrar en vigor, ni los partidos políticos legalizados al amparo de esta ley tenían legalidad suficiente para diseñar una Constitución, ni el Referendum fue convocado legalmente, y, por tanto, su resultado tiene la misma legitimidad que la Monarquía que ampara: Ninguna. De hecho la actual monarquía no es una re-instauración, sino una designación, con una nueva línea sucesoria, a partir de un Estado usurpador e ilegal.
Pues Javier, ese es precisamente el quid de la cuestión: salvo que nos refiramos a chanchullos bajo cuerda para llevárselo crudo – de lo que, al menos de momento, parece estar libre-, lo que tiene Felipe VI, o sea la Jefatura de Estado, le pertenece legitimamente.
¿Que esa legitimación vino dada de forma más o menos directa por un dictador sanguinario y sin que la gente pudiera realmente oponerse, ya que se votaba un pack de «todo o nada»? Precisamente por eso es necesario el referéndum, para revalidar el pacto de la Transición… o enterrarlo definitivamente. Las fuerzas partidarias de la República deberán consensuar cómo debe de ser la jefatura de Estado republicana (elegida por el Congreso/Senado o por sufragio universal, dentro o fuera del sistema de partidos, con o sin poder ejecutivo, etc.) y que sea la gente la que decida entre los dos modelos.
¿Que hay que dejarse de zarandajas porque lo único democrático es tener un jefe de Estado elegible cada x años? Solo estaré de acuerdo cuando se demuestre que eso es lo que quiere la mayoria de los ciudadanos.
¿Si seria democrático si la mayoria de los ciudadanos deciden que todas las instituciones deben ser hereditarias? Conozco la frase de Lenin de que «la mejor manera de desprestigiar una idea es llevarla hasta sus últimas consecuencias». 😉 El caso es que no se está hablando de extenderlo a todas, sino si de debe existir esa excepción. Pero si, si lo decide libremente una mayoria de ciudadanos, sin que se conculque ningún derecho humano antes, durante ni después, y habiendo posibilidad de revocar posteriormente esa decision, a mi me pareceria admisible en democracia.
Un saludo.
P.D.: perdón por la falta de acentos, pero por alguna extraña razón no puedo escribir acentos sobre la «i»…