Se me vino encima el tercer aniversario. Andaba atento a otras cosas, y de repente, ¡pafff!, impactaron contra mi los balances, los titulares, las cronologías y las mil entrevistas de rigor. En realidad, exagero: fueron muchas menos, y de hecho, una de mis primeras composiciones de lugar sobre la efeméride es que el asunto va perdiendo fuelle, si es que alguna vez lo tuvo. No puedo arrancarme la impresión de que ya entonces, cuando interrumpimos la programación y paramos las rotativas, todo fue bastante menos lustroso de lo que nos habíamos imaginado. El día después fue casi otro más, y no digamos los que han ido viniendo al rebufo. La normalidad —bendita o maldita, juzgue cada cual— era esto.
Lo extraño es que siendo así, veo que la mayoría de los interlocutores se abonan al adverbio: todavía esto, todavía lo otro, todavía lo de más allá. Se enumeran las carencias, lo que no ha llegado, con una mezcla de voluntarismo e ingenuidad que produce ternura. Los que no esperábamos nada más que lo esencial nos hemos librado de la decepción. De esa en concreto, la del incumplimiento de expectativas demasiado elevadas. Las otras las arrostramos como buenamente podemos.
Por ejemplo, si bien algo me olía, no entraba en mis cálculos que fuéramos a olvidar tan pronto las consecuencias de la violencia, que otra vez vemos relegitimada hasta por algunos que en los años duros estuvieron en primera línea de denuncia. Palabra que no contaba con esta justificación retrospectiva, y menos, con el poco disimulo, por no decir descaro, con que se deja que ver que lo que conmemoramos no obedeció a convicciones morales.
Convicciones morales?
Hombre Javier, se exprese con descaro o mediante rueda de prensa con flashes y escenario, sí que parece evidente que de “ternuras” e ingenuidades poco.
Pero a quien se le ocurre pensar que las FARC, el Polisario o el todopoderoso Tío Sam cuando “negocian” sus cambios de escenario lo hacen por convicciones morales?.
Lo que sí me parece enternecedor e ingenuo es asumir que en el tercer aniversario estamos en la “normalidad”. Que se lo cuenten a los familiares de los que siguen desenterrando de fosas y simas de la cruzada nacional. Y van unos cuantos aniversarios más que tres.
Para no olvidar las consecuencias de la violencia, ni las consecuencias de los desahucios, ni las consecuencias de los saltos en las vallas de Melilla, es moralmente ingenuo analizar las causas. Pero en esto lleva el género humano unos milenios.