Cuánto moralista, y yo qué viejo. Panda de hipócritas, en realidad, que disfrutan como gorrinos en el fango mientras riñen al personal con gesto de vinagre. Ya les presento yo a media docena que fuera de foco hablan, como cualquier mortal, del mango que gasta el de la parte delantera, de la concentración extrema del que está en retaguardia y, claro que sí, de la actuación de la tercera en concordia. Luego, cuando hay que dirigirse a la parroquia, se lían a hacer ascos, a preguntarse hasta dónde vamos llegar y qué va a ser esto y, cómo no, a sacar conclusiones irrefutables a partir de un puñado de datos y tres quintales de prejuicios.
Por si no lo habían pillado, que es posible porque me he puesto deliberadamente oscuro, les hablo del vídeo. Sí, de ese que es una vergüenza intolerable que haya trascendido, pero del que todo quisque está al cabo de la calle. En su cerrilidad, los y las apóstoles que claman sobre la ignominia delictiva de su difusión no se dan cuenta de que están contribuyendo a hacer lo que tan oprobioso les parece, es decir, a darle más bola al asunto. Pero claro, a ver quién se resiste a ganar el concurso del repudio más gordo, cuando se combinan elementos tan suculentos como el sexo que se sale del nada emocionante misionero y el fútbol, aunque sea con la intervención de un par de jornaleros del balón casi ignotos.
Seré lo peor de lo peor, pero, aparte del lucimiento de los escandalizados de carril, no veo motivo para tanta bronca. Por lo demás, estoy por afirmar que a la mayor parte de la gente que conozco y seguramente a casi toda la que desconozco no le pasaría nunca algo así.