Desde hace unos días, anda revuelto el patio —mayormente, el progresí posturero— a cuenta de una vieja entrevista inédita en la que Adolfo Suárez confiesa a Victoria Prego que en su momento no se hizo un referéndum sobre la monarquía porque las encuestas aseguraban que se perdería. Noticias frescas: la (modélica) Transición fue un trile del recopón y medio. Enternece ver a los recién caídos del guindo clamando por el tongo con carácter retroactivo, como si de pronto hubieran dado con la explicación de por qué estamos donde estamos y han sido como han sido estos últimos cuarenta años. Hay un punto de infantilismo —el habitual, vamos— en esos pucheritos que dan por hecho que de haberse celebrado la consulta, habría ganado la opción republicana y hoy viviríamos en una felicísima Arcadia, no solo libre de Borbones campechanos y/o preparados, sino gobernada por seres justos y beatíficos.
Quien no se consuela es porque no quiere. O en este caso, porque desconoce la Historia reciente, empezando por todo lo que tiene que ver con el personaje central de la trama. No diré, como algún desalmado, que en la época en que pegó la largada de marras, Suaréz había caído en las garras del Alzheimer. Está documentado que la enfermedad le sobrevino un tiempo más tarde. Sin embargo, por aquellos días de 1995, el hoy mitificado padre de no sé qué libertades era un pobre desgraciado que inspiraba más lástima que respeto. Y eso, sin contar con la legión de agraviados y envidiosos de diverso pelaje que directamente le odiaban. Por lo demás, tenía dichas cosas bastante más graves que esa revelación. Les animo a buscarlas.
¿Y ahora lo dice?
Lo que sorprende es que sorprenda.
El asunto más bien me parece una especie de fachada con rostro de cemento de la Prego para seguir ostentando el puesto de primer informadora de la historia contemporánea, a la que ella con su exquisita responsabilidad profesional ha documentado para mayor gloria «transicional».
Ella sabe, y sabe mucho. Para llegar a la verdad hay que preguntarle a ella, que es la depositaria de la verdad histórica, y la soltará a su libre albedrío. Esto es lo que nos muestra, y posiblemente sea así, pero lo que está evidenciando es que ha administrado la información a su interés o el interés de quien le paga, para que el tragasapos que llaman transición resultara lo más modélica posible.
Es decir, en la medida que suelta lastre, gana en su protagonismo, pero se embarra su honestidad como periodista, servidora de la verdad.
¿Para cuando el siguiente capítulo y sobre qué versará? ¿De Diego Prado y Colón de Carvajal? ¿de los interlocutores de Armada? ¿Algo de ta-pa-ta-pa?.
Nos va a dejar sorprendidos.
Me gusta que el periodismo sirva a la verdad. Aunque no sé cómo va a hacerlo, teniendo en cuenta que no vive de sus lectores: ni siquiera de sus anunciantes. Ahí andan los periódicos, cada vez más delgaditos, con menos redactores, más y más dependientes de la publicidad institucional, con lo que eso supone.
Además, a Victoria Prego de Olivar y Toliver, que es su nombre completo -le pega mucho: sí, ya sé que no ha escogido llamarse como una duquesa de alguna de las varias restauraciones borbónicas, pero sí ha escogido actuar como una de ellas- eso de servir a la verdad, pues no le parece ético.
No es que viva bien de tapar escándalos y de crear realidades y le dé igual, por cinismo: es que piensa que ese es su deber como periodista. Si sabe algo que no contribuya a la unidad territorial o a la estabilidad de las instituciones que, según este modo de pensar, nos hemos dado, pues no lo dirá: nunca. También es verdad que cumplir con lo que dice que es su obligación le ha venido muy bien.
Y por eso no ha contado el off the record de Suárez, que para eso es de la Antigua Escuela: es que lo pronuncia como si estuviera en mayúsculas. Lo que ha pasado es que La Sexta ha decidido divulgar una entrevista a Suárez que forma parte de uno de aquellos reportajes ditirámbicos de Antena3 -entonces financiada en parte por Banesto, que entonces presidía Mario Conde- dedicados al vigésimo aniversario de la proclamación real. Victoria Prego dice que en 1995 la dirección de la cadena decidió que lo que tuviera que decir Suárez no tenía interés, y que la entrevista se descartó del programa: por tanto, no se editó. De hecho ni siquiera sospechaba que siguiera en el archivo de Antena3, que ahora es parte, como La Sexta, de Atresmedia. Hay interés en desprestigiar un periodo del que deberíamos estar orgullosos, se lamenta. Y es cierto que hay ese interés: pero es que para desprestigiarlo basta con decir la verdad.