Rajoy ensayando para estadista. Le queda grande el traje. Y no es el único, ojo. O quizá es simplemente que la épica es cosa de los novelistas del futuro. Mientras se viven los acontecimientos que han de pasar a la Historia —por lo menos, estos—, se diría que prima lo chusco y lo bufo. Gresca tabernaria, tópicos de cinco duros en los discursos, improvisación a favor y en contra, y hasta turistófobos declarados haciendo turismo porque a nadie le amarga un selfi acompañado de tal o cual carga de profundidad. Y menos si, allá en el fondo, se paga con dinero público, vayan ollas y vengan días. Concretamente, 24 a partir de hoy para el de la verdad, ese uno de octubre en el que habrán de hablar (o no) las urnas.
En la irreversible cuenta atrás, lo único claro es que no está nada claro. Por descontado, hablo de mi, que ya me consta que hay quien conoce con pelos y señales lo que habrá de suceder sin lugar a dudas, y así anda contándolo. Yo, sin embargo, confieso mi absoluta incapacidad siquiera para imaginármelo. Cada vez que intento hacerme una idea cabal del desenlace, embarranco. Cualquier previsión se me antoja posible e imposible al mismo tiempo. Como lo leen, al mismo tiempo; no primero lo uno y después lo otro, tal es mi confusión.
Nada me dicen las continuas apelaciones a una legalidad a punto de caducar o a la que se hace a toda prisa y aún está por estrenar. Lo mismo me pasa con las represalias de fogueo o las amenazas que, a fuerza de repetirse, no tienen atisbo de credibilidad. Solo se me ocurre pensar en lo fácil que habría sido evitar el todo o nada. Sencillamente, escuchando a la ciudadanía.
Lo que veo un contrasentido es que, calificado el referéndum de ilegal, anuladas las leyes catalanas que lo posibilitarían, advertido todo interesado en que el resultado sería de validez nula, ¿por qué someter todo el posible engranaje electoral a persecución digna de otros acontecimientos verdaderamente criminales?
La rotundidad de Rajoy en afirmar que pondrá todos los medios de que dispone para evitar el referéndum hace sospechar que lo que alguien ha determinado que es grave no es que España se rompa, no es la desobediencia a la legalidad por parte de políticos que siguen otras legitimidades, sino el hecho de que la gente vote (?!). Muy peligroso.
Escuchemos al pueblo,pero en cada ley,en los sueldos de políticos,en cada ordenanza municipal,etc,me apunto a eso que según algunos tenemos derecho a opinar sobre todo,no?
Hombre, se supone, Paz, que para los temas de gestión política, delegamos en representantes. No llevemos un deseo político básico en democracia, como ejercer el voto, a niveles ridículos para menospreciarlo. No es lo mismo la ordenanza sobre la O.T. A. en la ciudad a decidir qué pone en mi pasaporte sobre mi nacionalidad, o, lo que es lo mismo, a quién tengo que pagar el 23, 35 o 45 % de mis ingresos. Seamos serios.