Y después del ultimátum, había… ¡un nuevo ultimátum! Otra vez los días de mucho blablá han sido las vísperas de prácticamente nada entre dos platos. Se venía encima la intemerata si no había un sí o un no a una pregunta que ya en sí misma, era delirante —¿Ha declarado usted la independencia, buen señor?—, y todo lo que ha llegado ha sido la prórroga número ene. Acompañada, vale, de mohínes y aspavientos sorayescos, en plan cuánta guerra me das y qué paciencia hay que tener contigo, pero tan prórroga como todas las anteriores.
La versión más optimista, rozando lo cándido, sostiene que este juego infinito del gato y el ratón es una muy buena señal. Si amagan y no terminan de dar ni los unos ni los otros es porque algo se está moviendo “debajo de la mesa”. Entrecomillo la expresión porque tal cual se ha dado en repetir, pronunciándola con un tono a medio camino entre el misterio y la suficiencia de estar al cabo de la calle. Y si levantas un ceja a modo de signo de interrogación, que diría Sabina, te cuentan no sé qué película de mediadores de tronío actuando en las sombras. Será en las chinescas.
Siento no compartir el voluntarismo. Más me temo que este festival de amenazas incumplidas en bucle—salvo la paliza policial del 1 de octubre— obedece en realidad a una causa más pedestre. Simplemente, ni en Moncloa ni en el Palau tienen claro cuál debe ser el próximo paso. O lo saben, pero no se atreven a darlo porque son conscientes de que no tendría marcha atrás y no quieren quedar como los responsables de algo irreversible. Hasta el día en que, sin haberlo anunciado, ocurra. Y entonces sí será histórico.
Tanto como mediación puede que no, pero sí creo que la UE debe de estar mandando algún recado que otro en varios sentidos. Cuando Cospedal dijo que «no será necesario recurrir al Ejército», no puedo evitar imaginarme a un Cyrano diciéndole entre bastidores «ni se os ocurra sacar al Ejército, que la tenemos». Las declaraciones de Juncker de «no quiero una UE de 90 estados» creo que equivalen a un «Mariano, sé fuerte; Carles, no te pases». Y, quizá, si parece que el Gobierno ha bajado un poco el tono apocalíptico en el segundo requerimiento a Puigdemont que, teóricamente, marcaría el principio de la aplicación del 155, sea porque alguien le ha dicho que no queda elegante ese tono frente al que te ha explicado muy educadamente su legitimidad y sus razones y te ha solicitado dos meses de diálogo.
O quizá no. Pero la UE también se juega mucho en esto. Siempre han blandido la amenaza de la expulsión automática de una región en caso de secesión. Pero es que eso, en la práctica, sería un reconocimiento de independencia y a quien le haría la puñeta (también) es… a España, que vería de pronto como una parte de lo que ella sigue considerando su territorio deja de golpe de pertenecer a la UE. Y tampoco pueden aceptar a una Cataluña recién independizada así como así, ni mucho menos aferrarse a la cantinela del «asunto interno de un Estado miembro» para fingir que no ha pasado nada. De ahí que, ahora, también a ellos les convenga evitar que se tense demasiado la cuerda.
Por otra parte, y hablando de la UE, me gustaría saber qué les pasa a los eurodiputados del PP para aburrirse tanto, con lo bonitas que son Bruselas y Estrasburgo. Ahora González Pons sale con que «tiene pruebas» de que Rusia ha influido en el Procés. Imagino que abduciendo a Rajoy para recurrir el Estatut ante el TC, rechazar el pacto fiscal o mandar a la policía a la caza de la urna y a pegar palos el 1-O. Y que serán del calibre de las que tenía su exjefe el de las Azores, cuando nos pedía que le creyéramos con respecto a las armas de destrucción masiva. Desde luego, vaya tropa. Aún me extraña que no haya salido don Extraordinario Placidez a hablar de «diálogo trampa»…
A la UE, creo, no sólo le preocupa la posibilidad de abrir el melón de las aspiraciones nacionales dentro de los Estados miembros (corsos, bretones, norte de Italia…) sino también el discurso de deslegitimación de la ley vigente en que se basa gran parte del proceso catalán.
No creo que en Bruselas haga mucha gracia el discurso que antepone la voluntad popular expresada a través de movimientos populares y fuera de los cauces e instituciones oficiales a la ley. No creo que haga gracia que cunda el ejemplo de no reconocer la autoridad de Tribunales (como el TC) o de la desobediencia.
Y en el terreno económico…no les hará ilusión una nueva república en cuyo nacimiento haya sido motor (y por tanto, jugarían un papel relevante) un movimiento como la CUP, antisistema, partidario de nacionalizar bancos y empresas estratégicas…