¡Miren quién ha tenido que aparecer en uno de los meandros menores de las vísperas del día de la disolución —definitiva, nos dicen, como si ya la palabra no lo indicara— de ETA! Con un ego como el que gasta Rafael Vera y Fernández-Huidobro, le ha faltado tiempo para reservarse su papelín en el festejo. Y ahí que salió de su catacumba y se fue a largar por esa boquita en el programa de Jordi Évole, ante quien cabe descubrirse, no sin dejar de preguntarse qué les dará a los más sinvergüenzas del barrio hispanistaní, que hacen cola para confesarse ante él.
Como hacía tiempo que no me lo echaba a los ojos, mi primera reacción, incluso antes que la náusea, fue tararear mentalmente una de Sabina: vaya ruina de Don Juan. No resultaba fácil reconocer al pimpollo con planta de actor clásico de sus buenos tiempos, aquellos en los que se dedicó al innoble oficio de la política de cloaca a las órdenes de ustedes ya saben quién. Mantiene, eso sí, la arrogancia, la soberbia, la prepotencia y, en definitiva, la absoluta falta de moral de siempre. Con un añadido digno de mención: después de su corto y plácido paso por la trena, se puede permitir un desparpajo aun mayor.
En su cínico y repugnante relato, el GAL no fue ni justo ni injusto, solo necesario. Y hasta los secuestros y asesinatos de personas que nada tenían que ver con el presunto objetivo resultaron de provecho para la causa. Nada de lo que arrepentirse. Lo contrario: solo motivos para elevar el mentón, sacar pecho y vanagloriarse. Al final, nada se parece tanto a un criminal como otro criminal, independiente de en nombre de qué diga que mata cada uno.
La pregunta que nos hacemos es como un partido corrupto hasta el infinito puede ganar elección tras elección sin que el pueblo que les vota sienta la más mínima vergüenza a la hora de emitir su voto.
Quizá la respuesta es que el presunto oponente de izquierda (PSOE) tuvo personajes tan siniestros como Vera, González, Guerra y demás elementos.
Estos no mostraron la mínima empatía hacia cualquier vida que no fuera la suya propia, y de ahí sus barbaridades y crimenes de Estado.
Esta gente no está para dar lecciones de ninguna cosa que tenga que ver con las buenas prácticas, pero como bien dices, su soberbia, prepotencia y ruindad son infinitas.
¿Cuándo estos, junto con los otros que manejaron y manejan la capital del reino hispanistaní van a ser juzgados por las graves tropelías de las que siguen alardeando?
Un saludo.