Más de Bosé

¿Que por qué estamos hablando otra vez de Bosé? Porque da audiencia. A la cadena que emite sus balbuceos patéticos, desde luego, pero también a quienes los repicamos a todo trapo. Incluso a los que nos frotamos el mentón y meneamos la cabeza con displicencia, como si no formáramos parte del mismo espectáculo de feria. No busquemos más allá. Renunciemos a encontrar grandes enseñanzas y a disparar sesudas denuncias. Ya escribí tras la primera entrega que las memeces en bucle de un tipo convertido en caricatura de sí mismo no iban a aumentar el parque de negacionistas de la pandemia. Quizá incluso ocurra lo contrario, es decir, que alguno de esos cantamañanas conspiranoicos que padecemos en nuestros círculos íntimos acabe viendo su propia ridiculez en el espejo de ese pobre desgraciado que un día fue una estrella del pop.

Ahora bien, tampoco pretendamos, como hace el autor de la nutritiva entrevista, que estamos ante un documento periodístico del recopón y pico ni tachemos de inquisidores a quienes muestran su desagrado por su emisión. Nos hemos caído de los suficientes guindos para saber que el domingo pasado y el anterior nos sirvieron un puro producto de entretenimiento. En este caso, uno basado en reírse del tonto de turno de la aldea global. Bien es cierto que con su total consentimiento.

Lo de Bosé

Da exactamente igual que uno se empeñe firmemente en no ver el programa televisivo del momento. Antes bastaba con no sintonizar el canal en el día y la hora de emisión. Ahora, sin embargo, prácticamente hay que sacarse los ojos y poner en suspenso todos los sentidos. Y ni así. Por más precauciones que se adopten, el artefacto en cuestión acaba impactando contigo a través de sus mil y una formas de repicarse. Me pasó con las muy bien pagadas y perfectamente racionadas confesiones de Rocío Carrasco, y he vuelto a caer con el show patético de Miguel Bosé en la cadena más progresí del espectro radioeléctrico.

No les vendré con la vaina censora sobre a quién no se debe entrevistar. Después de haber asistido a conversaciones con los peores delincuentes del país o del plantea, me escandaliza lo justo (es decir, absolutamente nada) que se ponga un micrófono a una antigua estrella convertida en grotesco negacionista de la pandemia y difusor de memeces en bucle con voz de farlopa. Por bajo que sea el nivel de la audiencia, no creo que las bravatas de un pobre diablo acabado vayan a provocar una revuelta de mascarillas quemadas. Me da más qué pensar el hecho de que haya quien se pase por el arco del triunfo los escrúpulos más básicos y saque tajada —además en dos entregas— de los desvaríos de un infeliz.

Faltaba Vera

¡Miren quién ha tenido que aparecer en uno de los meandros menores de las vísperas del día de la disolución —definitiva, nos dicen, como si ya la palabra no lo indicara— de ETA! Con un ego como el que gasta Rafael Vera y Fernández-Huidobro, le ha faltado tiempo para reservarse su papelín en el festejo. Y ahí que salió de su catacumba y se fue a largar por esa boquita en el programa de Jordi Évole, ante quien cabe descubrirse, no sin dejar de preguntarse qué les dará a los más sinvergüenzas del barrio hispanistaní, que hacen cola para confesarse ante él.

Como hacía tiempo que no me lo echaba a los ojos, mi primera reacción, incluso antes que la náusea, fue tararear mentalmente una de Sabina: vaya ruina de Don Juan. No resultaba fácil reconocer al pimpollo con planta de actor clásico de sus buenos tiempos, aquellos en los que se dedicó al innoble oficio de la política de cloaca a las órdenes de ustedes ya saben quién. Mantiene, eso sí, la arrogancia, la soberbia, la prepotencia y, en definitiva, la absoluta falta de moral de siempre. Con un añadido digno de mención: después de su corto y plácido paso por la trena, se puede permitir un desparpajo aun mayor.

En su cínico y repugnante relato, el GAL no fue ni justo ni injusto, solo necesario. Y hasta los secuestros y asesinatos de personas que nada tenían que ver con el presunto objetivo resultaron de provecho para la causa. Nada de lo que arrepentirse. Lo contrario: solo motivos para elevar el mentón, sacar pecho y vanagloriarse. Al final, nada se parece tanto a un criminal como otro criminal, independiente de en nombre de qué diga que mata cada uno.

Cebrián, errejonista

Del folletón de Espinar Junior, la parte que más me divierte es la insinuación de que Juan Luis Cebrián es errejonista. ¿Que nadie lo ha dicho así? Nos ha jodido, pero a ver cómo se interpreta la insistencia pabluna en señalar que si la Ser y El País han salido con todo en este asuntejo es porque el joven aprendiz de especulador es su hombre de paja —el de Iglesias, se entiende— en la carrera por hacerse con el esencial aparato de Podemos en la Comunidad de Madrid. Dado que la candidatura rival con más posibilidades es la avalada por Iñigo Errejón, no hace falta ser Einstein para concluir que lo que se deja caer es que el mentado resultaría beneficiado por el escándalo de andar por casa que se ha montado.

Yendo un poco más lejos pero no mucho, la sugerencia final que planea en el éter es que los pormenores de la trama y la documentación correspondiente han salido del bando adversario. Y una vez más, a Iñigo no le queda otra que callar y tragar quina ante la envolvente perfecta. Por feo que le parezca el comportamiento del siempre turbio Espinar Hijo en este y en otros mil asuntos, está obligado no solo a morderse la lengua sino a salir en su defensa. Eso, mientras ve cómo el efecto piña tan fácil de instilar en la masa acrítica morada hace subir las posibilidades de victoria de la plancha pablista.

Tampoco es que me vaya gran cosa en ello, pero me pregunto cuántos pescozones más va a aguantar Errejón, versión vallecana del santo Job, antes de revolverse y cantarle La Traviata a su perenne abusador. Jordi Évole, gran confesor de políticos con las pelotas hinchadas, tiene ahí un estimulante reto.

Éxito indiscutible

Algo tendrá el agua cuando la bendicen. La entrevista de Jordi Évole a Arnaldo Otegi cosechó en Euskal Herria un 30 por ciento de share. Creo que ni La que se avecina ni Mujeres y hombres y viceversa han llegado ahí. Algún partido de la Champions o de la selección —ejem— española, como mucho, o, según me anotaba ayer Xabier Lapitz, aquel castizo tête à tête tabernario entre Albert Rivera y Pablo Iglesias, también de la mano del mago televisivo de Cornellá de Llobregat. Y eso, contando solo con los que se inyectaron el programa en vivo y directo. Añadan a quienes se lo atizaron en segundas nupcias o a los millones de personas que han sabido de la cosa en los innumerables refritos que hemos hecho los demás a rebufo, y las cifras rondarán las que dan fe de un fenómeno mediático incontestable.

¿Por qué lo es? En la misma pregunta está casi toda la respuesta. El solo hecho de que nos la estemos planteando legiones de opinateros es la prueba del nueve. Bien es cierto que esta misma tarde, si es que no ha ocurrido ya, el furor decaerá y dará paso a una nueva entretenedera de mogollones, quién sabe cuál. Quizá otra vez los refugiados, el señor equis que dicen que también tiene su línea y cuarto en los papeles de Panamá, Piqué enseñando el níspero en Periscope o lo que se tercie. Pero hasta que se produzca —insisto, si es que no se ha producido ya— el cambio de guardia de la atención popular, que les vayan quitando lo bailado a Évole y Otegi, copartícipes de un éxito que admite poca discusión. Otro asunto es que la traducción automática sea una victoria electoral por goleada. Eso habrá que verlo.

Albert y Pablo, desconcierto

Qué enternecedor a la par que revelador: en esa papillita televisiva hecha al gusto de la retroprogresía hispana pero que arrasa en Euskadi más que en ningún otro sitio salen Zipi Rivera y Zape Iglesias echando la tradicional meadita sobre el Concierto vasco. Me imagino que, de rebote, también sobre el Convenio navarro, pero como no se menciona específicamente —así me dicen mis informantes; yo ni jarto me trago esa pelea amañada y edulcorada con sorbitol—, cabe pensar que la pareja yeyé y el que preguntaba no tienen ni pajolera idea de la existencia de tal cosa. En consonancia, tampoco nos asombremos, de los conocimientos que manifiestan sobre lo otro. Se ve en los entrecomillados que ambos tocan partituras ajenas.

El figurín de moda, al que hay que reconocerle que la esencia de su chiringuito siempre ha sido el centralismo cañí, ejecuta la que le hayan soplado alguno de los economistas de cabecera del Ibex 35. A programa pasado, dijo el lunes que hay que subir el cupo un 25 o 30 por ciento. Y por qué uno doscientos, no te jode. Por su parte, el intelectual (cada vez más) orgánico, fiel a su estilo, se apuntó a la tesis más en boga, esa de aluvión que sostiene, sin saber de qué narices se está hablando, que “hay que revisarlo”.

Pues, ¿saben lo que les digo? Que me alegro. Porque así quedan las cosas más claras si cabe, pero también porque esto nos da esperanzas para salir de la modorra plácida en la que nos movemos de un tiempo acá. Les daré pelos y señales en otra columna, pero les avanzo que nada nos haría mayor favor que vinieran en serio a por el Concierto y el Convenio. Ya me entienden.

Rekarte… y los demás

Están Lourdes, Fátima, Covadonga, y en versión progresí, el programa de Jordi Évole. Como en todos los lugares de peregrinación mercantil citados, cada domingo, decenas de miles de creyentes se sienten tocados por el rayo divino y salen dando albricias porque han recuperado la vista de golpe. Por supuesto, la primera luz que notan los ojos va en consuno con la misa del día. Si se trataba de las andanzas de un entrañable ácrata con pico de oro, los alcanzados por el prodigio quedan convencidos de haber recibido todos los conocimientos posibles sobre el anarquismo. Si, como ocurrió en la última edición y objeto de estas líneas, la cosa iba de un miembro de ETA arrepentido, los televidentes más entregados adquieren la certeza de no necesitar saber absolutamente nada más sobre el conflicto (o lo que sea) vasco porque en apenas sesenta minutos han accedido a la sabiduría plena. Lamento venir a pinchar el globo, pero me temo que no es así.

Personalmente, [Enlace roto.] me parece interesantísimo y, desde luego, enriquecedor. Aporta gran cantidad de claves, deja entrever otras, provoca algunas dudas y hace girar la manivela de pensar, lo cual siempre es muy aconsejable. Sin embargo, no es, ni de lejos, el único. Hay, tirando por lo bajo, otros centenares de hombres y mujeres que estuvieron en el medio del medio y que tienen bastante que contar. Es más, algunos ya lo han hecho en documentales como [Enlace roto.] o El perdón, emitidos por ETB no hace demasiado. Ambos están accesibles en la web del ente público. No pretenden ser la verdad revelada y, por eso mismo, se los recomiendo.