Telecinco solo hace negocio

Qué cosas tiene el azar cuando lo fuerzan. Resulta que la actual esposa del expicoleto maltratador Antonio David Flores ha ganado ese concurso megaintelectual de Telecinco en que una panda de famosos necesitados de cash se dejan grabar en taparrabos y bikini haciendo el minga en un paraje exótico. Ni de broma sigo un bodrio así, pero he leído que la favorita era otra. ¿Qué ocurrió? Exigencias del guion, que marcaba que la mengana victoriosa sería recibida en el plató por los hijos de su odiada antagonista Rocío Carrasco. Hubo abrazos moqueantes, hipidos y palabras como dardos para la ausente madre no querida.

Y ahí fue cuando la mojigatería cínica explotó. “¡Eso es violencia vicaria!”, atronaron las redes sociales progresís usando el término recién puesto de moda por los prescriptores chachis para nombrar lo que ha existido, por desgracia, toda la puñetera vida. Los rasgados de vestiduras eran por la utilización de los hijos —y especialmente de uno de ellos, con “capacidades especiales”— para hacer daño a la madre biológica. Todo sería de lo más loable, si no fuera porque los sapos y culebras iban dirigidos a la misma cadena que convirtió la denuncia de maltrato de Rocío Carrasco en espectáculo desvergonzado para ganar audiencia. Con dos millones de euros de paga previa a la denunciante y un contrato de 3.000 pavos por cada media hora en ese despojo catódico llamado Sálvame. Así que, hipocresías, las justas. Lo que hace el canal de Mediaset es puro y duro negocio, igual con el serial por entregas del infierno de Carrasco que con el numerito de sus hijos besoteando a la actual pareja del tipo que la maltrató.

Lo de Bosé

Da exactamente igual que uno se empeñe firmemente en no ver el programa televisivo del momento. Antes bastaba con no sintonizar el canal en el día y la hora de emisión. Ahora, sin embargo, prácticamente hay que sacarse los ojos y poner en suspenso todos los sentidos. Y ni así. Por más precauciones que se adopten, el artefacto en cuestión acaba impactando contigo a través de sus mil y una formas de repicarse. Me pasó con las muy bien pagadas y perfectamente racionadas confesiones de Rocío Carrasco, y he vuelto a caer con el show patético de Miguel Bosé en la cadena más progresí del espectro radioeléctrico.

No les vendré con la vaina censora sobre a quién no se debe entrevistar. Después de haber asistido a conversaciones con los peores delincuentes del país o del plantea, me escandaliza lo justo (es decir, absolutamente nada) que se ponga un micrófono a una antigua estrella convertida en grotesco negacionista de la pandemia y difusor de memeces en bucle con voz de farlopa. Por bajo que sea el nivel de la audiencia, no creo que las bravatas de un pobre diablo acabado vayan a provocar una revuelta de mascarillas quemadas. Me da más qué pensar el hecho de que haya quien se pase por el arco del triunfo los escrúpulos más básicos y saque tajada —además en dos entregas— de los desvaríos de un infeliz.

Es la audiencia, amigos

Es verdad, como me reprochaba cariñosamente una lectora, que mi columna de ayer sobre la carta de la víctima de La Manada a uno de los programas más infectos de la televisión —y también de mayor éxito— terminaba con una trampa. En efecto, me apeaba en marcha de la opinión y dejaba en manos de ustedes la extracción de las conclusiones pertinentes. ¿Y las mías? Pues tampoco creo que mis reflexiones cínicas y esquinadas les vayan a sorprender a estas alturas. Simplemente, estamos ante la enésima prueba de que no hay nada lo suficientemente terrible que no sea susceptible de convertirse en espectáculo. Y en este caso, espectáculo es sinónimo, casi eufemismo, de negocio. Se impone la ley de la audiencia, que se basa en el principio más primario de todos, el de la oferta y la demanda.

Comprendo que sea incómodo asumirlo, pero hasta los medios y los espacios que no trafican tan descaradamente con el morbo como este del que hablamos actúan guiados por parecidos fundamentos. Y no necesariamente por vocación. En buena parte de los casos se trata de necesidad de supervivencia en un mercado donde vales lo que tu último share. Por eso, cuando el jueves pasado se conoció la puesta en libertad de estas escorias humanas, a más de uno se le iluminó una sonrisa interior pensando en las buenas cuotas de pantalla que se avecinaban. De igual modo que a media docena de individuas e indivuduos benéficos de esos que siempre saben lo que hay que decir y en qué tono se les ponía en los ojos el signo del euro calculando los bolos que les caerían para predicar la verdad desnuda y soltar las arengas de repertorio. Ya no queda (casi) nada puro.

Telebasura… a veces

Agradezco a mi pereza para meterme en según qué charcos haber llegado hasta hoy sin escribir una línea —¡Vamos, es que ni un mísero tuit!— sobre la posibilidad de que todos o alguno de los vomitivos componentes de La Manada sevillana fueran entrevistados previo pago en determinado programa de la teleinmundicia matinal. Esa modorra vecina del instinto de conservación me ha servido para llegar al momento de teclear con un dato fundamental que ni podía sospechar: resulta que, de entre las mil y una posibilidades que ofrece el amplio y plural abanico comunicativo actual, la víctima de los tipejos ha escogido justamente ese programa para lo que la práctica totalidad de los medios hemos definido con la cursilería acostumbrada como “romper su silencio”.

Ardo en deseos de ver las contorsiones de los campeones y las campeonas mundiales de la superioridad moral que estos días nos han estado aleccionando al respecto. Miento, porque en realidad me las imagino de sobra. Otra cosa no, pero el ejército de salvación (lo escribo en minúscula adrede) es de un previsible que echa para atrás. Habrá silbidos varios a la vía, encogimientos de hombros a gogó y, como reacción más habitual, engorilamientos al grito de “¡No es lo mismo!”. Y claro, mejor no discutir lo obvio: efectivamente, sin necesidad de ver Barrio Sesámo, se llega a diferenciar a quienes agredieron de quien fue agredida. Pero luego entran los decimales: resulta que lo que no cambia de la ecuación es el vehículo elegido para difundir el mensaje. Añadan, además, que la carta se ofreció por entregas para evitar la tentación de zapping, y saquen sus propias conclusiones.

Circo del morbo

Ya tenemos montado de nuevo el gran circo de la bilis con sacarina. El mismo que recientemente se refociló en el fango de Boiro con el caso Diana Quer, que antes estuvo en A Coruña ordeñando la muerte de Asunta Basterra a manos (supuestamente) de sus padres, y que, en definitiva, se estrenó en sus inmundicias en Alcasser, con la inefable Nieves Herreros como jefa de pista. Ahora sienta plaza en una pedanía de Almería, donde han acudido, cual tábanos al olor de la sangre fresca, decenas —si es que no son centenares— de tribuletes que no pararán hasta sacar la última gota de mierda sobre el asesinato de una criatura de ocho años, Gabriel Cruz, que en gloria esté.

Como precuela, doce días de búsqueda radiotelevisada al segundo, sin escatimar en la exhibición de miserias humanas en primerísimo primer plano. Por si no fuera suficiente filón con la angustia inconmensurable de la madre, a los traficantes de morbo al peso les cayó el gordo de la lotería: la más que posible infanticida es la novia del padre, que en titulares y grafismos es señalada como la madrastra para otorgarle un tono aun más siniestro a la brutal tragedia.

¿Quién deja de meter la cuchara en semejante perola putrefacta, si hasta los líderes políticos se han liado a codazos para ganar la carrera de las condolencias más lacrimógenas y/o la condena más rimbombante? Me temo que nadie, incluidos usted, lector o lectora, y yo, avinagrado fiscal de lo que se ponga a tiro, da igual un proceso soberanista que un suceso truculento. No es la primera vez que recuerdo que esto que tan mal nos parece sigue ocurriendo porque tiene público. Mucho.

La otra manada (2)

Constato que predico en el desierto. Claro que sí, no al morbo y tal, cómo vamos a caer nosotros en eso, qué barbaridad, hasta ahí podíamos llegar, si tenemos todos los certificados de puridad periodística en regla. Pero toma titular a todo trapo con lo que declaró. ¡Eh, pero que es descriptivo, una cita literal —vale, más o menos— de lo que dijo la víctima de la violación grupal! Bueno, no nos pongamos tiquismiquis: de lo que nos dijeron que dijo, pero si no le echamos una gota de literatura, el montón de periódicos se queda en el kiosko. Y no nos hacen clics en la página, ni nos comparten por Twitter, Facebook o WhatsApp. Si lo ponemos más neutro, no nos lee ni Blas, y eso es malo también para la víctima, porque nosotros estamos a muerte con ella, que conste.

Allá quien comulgue con tal rueda de molino. Yo no trago. De hecho, he llegado al punto en que prefiero el amarillismo a cara descubierta y calzón quitado que el disimulo de los fariseos que se rasgan las vestiduras incurriendo en el mismo pisoteo de la intimidad de la mujer agredida.

¿Que sea más concreto? Es precisamente lo que no quiero, lo que intencionadamente evito, porque para serlo, tendría que enumerar los detalles que estoy clamando que sobran. Y sí, ya sé que me queda una columna oscura, que habrá lectores que se pierdan, pero lo prefiero antes que enrolarme en el ejército mixto de tipos sin escrúpulos y santurrones fingidos que están buscando el espectáculo y/o una ocasión de lucimiento allá donde no debería haber otra cosa que información (u opinión, por qué no) lo más aséptica posible sobre un proceso judicial muy delicado.

La otra manada

De la víctima de la violación grupal que se juzga en Iruña me sobran casi todos los detalles. No necesito saber cuántos años tiene ni de dónde es. Mucho menos qué estudia, cuáles son sus aficiones o con qué tipo de gente anda o deja de andar. Y, por encima de todo, no tengo la menor curiosidad por conocer su aspecto. Es más que suficiente la dolorosa certidumbre de que esta mujer ha pasado por una experiencia demoledora para la que no hay reparación. A partir de ahí, únicamente espero un juicio justo con el castigo proporcional para sus agresores, a los que en estas líneas no me queda más remedio que citar como presuntos.

Aunque la mayoría de lo que expreso depende de las instancias judiciales, hay una parte no pequeña que está en otras manos. En las de mis compañeras y compañeros de oficio, por citar lo que me toca más de cerca. No pondré en duda que estamos ante una cuestión de indudable interés. Procede, pues, concederle un espacio de relieve en el relato de la actualidad. Pero procede más aun extremar el celo para evitar que los aspectos morbosos prevalezcan sobre lo puramente informativo.

De eso van o deberían ir la responsabilidad, la ética y la deontología sobre las que un día —en mi caso, ya bastante lejano— nos contaron no sé qué en la facultad. Y sí, por desgracia, es verdad que vivimos tiempos de lucha sin cuartel por la audiencia. A mi, sin embargo, jamás me ha valido como excusa. Lejos de la intención de imponer lecciones, animo a cada colega a darle una vuelta. Quizá consigamos que la justificada atención mediática no se convierta esta vez en circo. Ojalá no seamos la otra manada.