Aunque era apenas un niño de doce años, guardo entre mis recuerdos más queridos la victoria de la revolución sandinista en Nicaragua en julio de 1979. Sin tener pajolera idea de política internacional, la viví como una historia de buenos y malos. Y claro, los buenos eran los que se habían levantado contra la dinastía asesina de los Somoza y habían conseguido derrocarla después de casi medio siglo de implacable dictadura. Con el elemento romántico, además, de la música de Carlos Mejía Godoy, que en la España posfranquista pasaba por intérprete banal por Los Perjúmeres o Clodomiro, pero que le había puesto la banda sonora a la lucha por la libertad en su país con decenas de canciones directas al alma de un pueblo condenado al analfabetismo. ¿Cómo no emocionarse con Ay, Nicaragua, Nicaragüita, el himno extraoficial del triunfo del movimiento popular?
Seguí haciéndolo durante años. También aquel doloroso día de 1990 en que Violeta Chamorro, heredera de la satrapía, ganó en las primeras elecciones tras la revolución. Confieso que ahí perdí bastante el interés, aunque lo fui recuperando intermitentemente con las entrevistas que hice en persona o por teléfono a varios protagonistas de los momentos épicos, como Ernesto Cardenal, Tomás Borge o Sergio Ramírez, todos escritores, por cierto. Por diferentes motivos, las conversaciones terminaron de hacerme pedazos el mito, de tal suerte que años después no me alegró en absoluto la vuelta al poder de Daniel Ortega. Pero me fue imposible hacérselo ver a esos amigos progres que hoy callan groseramente ante la matanza inmisericorde —van unos 300 fallecidos— de sus opositores.
Yo recuerdo la visita de Juan Pablo II en 1983 y el dedo acusador a Ernesto Cardenal.
Despues hizo otra visita en 1996, invitado por Violeta Chamorro, haciendo referencia a la «oscura noche sandinista» y alabando la nueva libertad religiosa.
Conservo un casete de la época; carátula «casera» con la foto de un guerrillero y la bandera del frente en una esquina. Típico casete que pasaba por mil grabaciones de las de radiocasete a radiocasete y cada cual personalizaba su carátula. También recuerdo una campaña que organizamos en clase para recoger lápices, bolis, cuadernos…….que enviaban a través de los comités internacionalistas a Nicaragua, incluso organizamos una especie de coloquio con un «nica» que había venido a estudiar aquí (vinieron bastantes) dentro de un programa. Irvin se llamaba y muchas veces me he preguntado que será de él y, sobre todo, qué pensará de la actual situación en su país.
En fin, efervescencia juvenil,otra época y otro mundo. Un mundo en el que aún se podía soñar con revoluciones que lo cambiaran, con revoluciones, como dices, de buenos y malos………..
No obstante, muchas veces me he perdonado a mí mismo el haberme permitido pontificar sobre revoluciones de los demás . Supongo que la extrema juventud se podrá colar si no como eximente, al menos de atenuante. Como canta Silvio Rodriguez:
«Desde una mesa repleta cualquiera decide aplaudir
La caravana en harapos de todos los pobres
Desde un mantel importado y un vino añejado
Se lucha muy bien»
Pues eso.
Fuimos muchos los que nos alegramos de la victoria sandinista.
Años después somos también muchos los que sentimos el devenir del mandato de Daniel Ortega y sus revolucionarios.
También somos muchos los que lamentamos todas la victimas de hombres y mujeres que murieron y sufrieron defendiendo la palabra libertad, esa que solo existe en el diccionario.
Cuando dejamos de ser esclavos de unos, pasamos a serlo de otros, lo único bueno de hacer años es que cada vez cuesta mas que te engañen.
Un saludo.