No diremos que fue un sueño. 48.121 personas se reunieron en San Mamés una tarde invernal de miércoles para ver un partido de fútbol femenino. Me cuento entre los que —desde casa, ojo— sintieron una íntima invasión de orgullo y emoción ante las impresionantes imágenes del campo a reventar. Incluso cuando el amor a unos colores se ha ido atemperando por los años y ciertos hechos contantes y sonantes, resultaba imposible esquivar la piel de gallina, el nudo en la garganta y los ojos humedecidos. Fue algo grande, sin duda. Sin embargo, me temo que nos haremos trampas al solitario si pensamos que este hito es algo más que eso, un récord que merece celebración, pero que ni de lejos representa que se haya avanzado verdaderamente hacia la igualdad en el deporte.
Lamento el jarro de agua fría, aunque creo no ser el único que estima que en ese camino sería más valioso ver que el próximo encuentro, y el siguiente, y el que venga después cuentan, siquiera, con la mitad del respaldo en las gradas… pagando, claro. O si los ventajistas que se han atribuido el éxito, los que lo glosan con un paternalismo ruborizante o, en fin, los que se apuntan siempre a las fotos y las frasecitas chachiguays, supieran el nombre de media docena de jugadoras, sus correspondientes demarcaciones y sus características. Será magnífico también que en las barras de bar comenten algo sobre las rivales, los esquemas de juego, las alineaciones, los fichajes, las lesiones o la clasificación. Y no digamos si se compran para sí o para sus hijas o sus hijos una camiseta con nombre de mujer sobre el dorsal. Diría, y lo siento, que queda mucho para eso.
Bueno, es que depende el aspecto que se quiera valorar.
Si se valora como algo simbólico está muy bien. No se me entienda mal. Era un partido de competición oficial. Un partido serio e importante y como tal lo prepararon y lo jugaron las jugadoras de ambos equipos. No era un show propagandístico pero sí que ha podido servir, gracias a esa impresionante asistencia, como un empujón más en esa campaña general en los distintos ámbitos (cultura, deporte, etc) de concienciación en favor de la igualdad. Un acto puntual.
Como tal, ya es éxito en sí mismo.
Habrá que tener en cuenta que también ha ayudado los suyo esa fidelidad que tiene a su club la masa social rojiblanca. El Athletic convoca…la gente va.
Pero veo absurdo pasar de eso a la exigencia, que la estoy escuchando, de que el fútbol femeninos tenga la misma repercusión, atención, etc, que el masculino (que, por cierto, ya podía tener un poco menos).
Parece como si existiera un deber de ir a ver fútbol femenino. Como si alguien fuera un machista por ver fútbol masculino y no femenino. El mensaje ese de «a ver cuántos e los del miércoles vais a ver el próximo partido» creo que encierra de alguna forma esa especie de exigencia.
Pues no. Yo no voy a ver fútbol femenino porque me parece un tostón (la mayoría de las veces hoy en día también me lo parece el masculino). El tenis femenino me gusta mucho más que el masculino (sobre todo en pista rápida es ya una mera sucesión de «hostiazos» a la bola), me gusta el balonmano, el atletismo femenino…etc.
Pero el fútbol…creo que es uno de esos deportes en los que en categoría femenina la diferencia es muy grande respecto de la masculina. Y no pasa nada.
El próximo partido vuelta a lo anterior, padres, novios, amigos y algún aficionado que le gusta todo el fútbol.
Los campos de regional que hace años estaban casi repletos, hoy día solo tienen asistencia los sábados cuando juegan los niños de todas las edades, padres, abuelos, tíos etc.
Cuando juega el primer equipo están totalmente vacíos y eso es porque su fútbol es malo comparado con lo que vemos en la élite del mismo.
¿Y el Bilbao Athletic para cuando? Pues eso.
Larry, me ha gustado toda tu reflexión, de principio a fin.