El Estatuto de Gernika acaba de cumplir 40 años. Algunos vamos para viejos. Aunque todavía estaba lejos de la edad de votar, recuerdo perfectamente los Bai gigantes pintados con mejor o peor gusto en las paredes. También un coche —juraría que un Renault 12 azul— con megafonía atronadora recorriendo el barrio en bucle para llamar a los vecinos a votar en aquel referéndum. Ese vehículo se cruzaba con otro que profería a todo trapo sapos y culebras contra el texto que se sometía a votación y pedía que no se acudiera a las urnas a dar validez al Estatuto de La Moncloa. La banda sonora entre consigna y consigna era Lepoan hartu. Y para completar el retrato, también tengo grabadas en mi memoria las inserciones publicitarias, creo que en La Gaceta del Norte, de Alianza Popular abogando sin matices por el No a algo que suponía la destrucción de España.
Empezando por lo último, es gracioso que el PP, sucesor sin ruptura de aquella AP de Fraga, Arias Navarro y demás quincalla que había compartido consejo de ministros con Franco, sea quien enarbole con mayor frenesí aquel texto y tenga el rostro de alabastro de decir que es el instrumento que une a todos los vascos. Bien es cierto que tal mentira, defendida al unísono con el PSE, se basa en una circunstancia que no dejo de señalar de aniversario en aniversario: vacío de su contenido, con casi 40 transferencias eternamente incumplidas, el Estatuto resulta un chollo para el centralismo cada vez más asilvestrado. Es triste a la par que revelador pensar que cuatro décadas después, ese documento tan celebrado habría sido echado atrás sin miramientos en las Cortes españolas.