Lo leí en uno de esos medios digitales que expiden certificados de ciudadanía fetén en régimen de oligopolio. Abandonen toda esperanza de conseguir uno. De hecho, lo que deben hacer es sacar el flagelo del nueve largo y comenzar a fustigarse como los recalcitrantes pecadores medioambientales que son. ¿Por no haberse desprendido del utilitario Diésel? ¿Por no ir al súper con bolsitas de algodón para la fruta? También por eso, por supuesto, pero además, por ver series y películas en Netflix o cualquier otra plataforma satánica por el estilo Sí, sí, sí, incluso aunque se trate de esos documentales requetebuenrollistas que trufan la oferta de los expendedores de productos audiovisuales de consumo masivo.
La fuente es una beatifica organización francesa llamada The Shift Project, que asegura haber echado cuentas de los estragos que causan lo que creíamos inocentes pasatiempos modernos. Según esos cálculos que a ver quién es el guapo que demuestra o desmiente, media hora de La casa de papel, Juego de Tronos o un partido de la Champions por streaming emite la misma cantidad de CO2 que un coche chungo durante 6,3 kilómetros. Y si suman todos los vídeos descargados en un año, les saldrá el equivalente a las emisiones de dióxido de carbono de España o Bélgica.
Les dejo que saquen sus propias conclusiones. La mía es que va llegando el momento de entregarse con armas y bagajes al imperio de sabiondos apocalípticos para que dispongan de nuestras destructivas existencias a su justo entender. O quizá proceda mandarles a esparragar y, en nombre de su propia buena causa, exigirles que depongan el sensacionalismo de una vez.
Buenos días, Javier.
Este es uno de esos artículos en los que te he comentado en otras ocasiones, que admirando su estilo no comparto el fondo.
Apocalípticos de uno y otro signo los ha habido siempre y en cualquier tema.
Sin embargo entre las dos posturas que propones yo creo que cabe una tercera. Me explico entre tu primera posición, que no considero acertada porque nunca es acertado entregarse ·con armas y bagajes» a ningún imperio para que dispongan de nuestra existencia, y la segunda, negar la mayor la menor y la mediana (posición de tufillo Trump-iano, Aznariano y otros -anos) cabe una tercera que creo que es tan simple como echarle seriamente una pensadita y actuar en consecuencia.
Un saludo
A ver si lo que va a ser dañino para el planeta es la proliferación descontrolada de organizaciones de todo tipo «sin ánimo de lucro», pero que se crean y sostienen como un fin en sí mismo…
A Orwell parece que se le olvidó en «1984» el que nos medirían a todos nuestras emisiones de CO2. Los humanos, como el resto de seres vivos, emitimos dicho veneno para llegar a fin de mes respirando. Falta el que cualquier gran timonel ecoplanetario mida nuestra propia huella de gas contaminante y decida con ese dato si merecemos vivir o no.
O peor aún, debamos comprar derechos de emisión, que lógicamente serán trasmisibles y objeto de cotización en algún mercado regulado.