Voy para muy viejo. Veo al bienamado Fernando Simón diciendo que es funcionario público y que no piensa bajarse del barco antes de tiempo y recuerdo a Felipito Tacatún (Joe Rigoli) proclamando en su rancio pero siempre vigente gag: “¡Yo sigo!”. Qué persona, el aragonés que hace gala de los estereotipos de su tierra. Cuando pase todo esto, Dios o Belcebú quieran que pronto, alguien debería dedicar una tesis doctoral o, como poco, un trabajo de fin de grado a la adherencia inquebrantable del gachó. Y, claro, a la fascinación absolutamente acrítica que despierta entre las entregadas masas.
Vale, quizá también sea digno de estudio el paquete gratuito que le tiene otra parte del graderío, con disposición de oficio a sacrificarlo antes de abrir la boca. Pero si tienen vocación de neutrales, o incluso, simpatizando de saque con el doctor que presume de no serlo, no me negarán que sale vivo de temporales en los que cualquier otro naufragaría. Da igual que suelte una machistada garrula, que confiese haber mentido sobre la utilidad de las mascarillas, que jure que todo va guay cuando va de culo, que diga que está bien cerrar cines o teatros porque la peña pimpla antes y después o que se descuelgue con que los sanitarios no se contagian en el curro sino cuando salen de mambo. ¿Imaginan a Urkullu o Ayuso en las mismas?
De la familia Duracell, Simón Duracell que creo es familia carnal del 90% de los políticos de Hispanistán. No los echas ni con aceite de oliva virgen hirviendo.
Simón es un superviviente nato, firme candidato a ganar el concurso del susodicho nombre si se presentase, cosa que no descarto.
Aun reconociendo que es difícil ocupar un puesto tan responsable en la primera pandemia que ha acogotado a toda la humanidad, hemos visto durante estos meses que mejor candidato con anchas espaldas es complicado elegir.
Su puesta en escena fue surrealista de verdad.
Apareció de modo apocalíptico escoltado de sables y estrellas. Después nos habló de expertos comités inexistentes, de cifras hacia arriba, abajo, en medio, escaladas y desescaladas, ascensos y descensos y bla, bla, bla.
Lo peor, es cuando nos presentó su vida de hombre normal y aparecieron sus «chistes», sus proezas aventureras, comentarios más o menos afortunados que no han dejado indiferente a nadie y su popularidad ha caído muy bajo.
En definitiva: a Simón le ha pasado como a todas las series televisivas malas. ¡Demasiado metraje!
Creo que estar prácticamente todos los días ante los medios hace que las posibilidades de meter la pata sean altas.Cualquiera en su lugar lo haría.De todos modos se magnifica en exceso su papel.Por cierto esa reacción casi unánime de los colegios de médicos me lleva a una reflexión: creo que oyendo su intervención en su conjunto no se saca la conclusión del cuestionamiento de los profesionales médicos.Y por último me llama la atención que esas organizaciones médicas colegiales no dijeron ni pío cuando en marzo muchos de ellos estaban sin medios materiales.Si hubo quejas individuales pero no como organizaciones colegiadas como ahora.
Dices que Simón siempre se libra. Y tal vez sería mejor que su función la asumiera alguna otra persona. Pero mi duda es si hay alguien que quiera asumirla. Esos «marrones» no los quiere nadie, y menos los «políticos de profesión».
Titulares como :
70.000 muertos más en España en lo que va de año respecto de uno normal.
433 muertos desde el lunes, 83 en la CAV la pasada semana.
1.5 millones de infectados.
¿Vamos a poder celebrar la Navidad?
Algo no me cuadra.
Pues para algunos es un mantra. La nueva corriente de moda en la derechona, salvar la Navidad. Son los nuevos apologistas.