El asesinato de David Beriain y Roberto Fraile en Burkina Faso ha hecho que me invada el síndrome del impostor. No es nuevo. Me ocurre cada vez —y por desgracia, son muchas— que desde un país remoto hecho añicos llega la noticia de la muerte de un colega que intentaba contarnos una realidad que, no nos engañemos, nos importa un pimiento. Ahí es, de hecho, donde reside mi desasosiego, en la brutal desproporción que hay entre los lamentos por la pérdida de dos notarios de la incómoda realidad y el interés casi nulo por su trabajo. Por decirlo en pocas palabras, su labor solo nos interesa a título póstumo y, además, únicamente por un ratito, hasta que llega la siguiente información de impacto. No pasará demasiado tiempo antes de que olvidemos el lugar exacto donde dejaron el pellejo David y Roberto. Y suerte si retenemos sus nombres.
Con la autoridad que da haberse jugado la vida varias veces, Mikel Ayestarán sentenciaba ayer en Onda Vasca que los enviados a los lugares calientes valen lo que vale su última cobertura. Minutos después, Jon Sistiaga, que también sabe lo que es salir del infierno de milagro, cuantificaba el precio. De haber sobrevivido, Beriain y Fraile podrían haber vendido cada foto o cada crónica por lo que cuestan tres cubatas. Solo me consuela pensar que ellos eligieron vivir así.
Al menos que nos sirva para pensar en ese siniestro total que es Africa en donde militares sangrientos, señores de la guerra, criminales sin nada que perder, siniestros personajes especuladores del Primer Mundo y también corruptos políticos locales convierten el día a día de las personas indefensas en un infierno del que so pueden se escapan.
Los estados coloniales esquilmaron la tierra y dibujaron irreales fronteras para países artificiales.
Sólo por sacar eso a la vista del que quiera ver y por no pedir nada a cambio, las dos victimas del terrorismo islamista son dignos de admiración.
¡Y luego dicen que el periódico es caro!
Descansen en paz, y un recuerdo: este mundo, en cuanto sales de casa, es MUY PELIGROSO. No deberíamos empeñarnos en estropear lo que aquí disfrutamos.
David y Roberto, descansen en Paz.
Poco o nada puedo añadir a lo que escribe Javier.
Sobran palabras, ante la muerte de quien está haciendo su trabajo. Recuerdo esa frase que dice: trabajamos para vivir, no tenemos que morir trabajando. Aunque hayamos hecho del trabajo, nuestra forma y motivo de vida.
Que pena perderse gente así con esos valores, en labores que no se pagan con dinero y en lugares que ignoramos.
Donde estén, estarán orgullosos y lo volverían a hacer.
Eso es vocación y amor a la profesión, como lo tienen los directivos de la banca.
Mi homenaje y respeto para David y Roberto
Es para gritar de pura y justa ira la enorme diferencia entre cómo se considera y se paga a los reporteros, periodistas de verdad que se juegan la vida en lugares de peligro continuo y cómo se reverencia a los gurús periodísticos de medio pelo y ética floja si existente, youtubers pontificadores con dos libros leídos, tertulianos aulladores o comentaristas de la prensa de la bragueta en este país, famosuelos de medio pelo cuyo principal mérito es haber quedado preñada de un torero corto de luces…