Como ya se han hecho todos los análisis políticos sobre el revolcón de Pedro Sánchez a su gobierno, déjenme que me quede con el factor humano. O, en este caso, inhumano. Al presidente no le ha temblado el pulso en fumigar a sus más fieles servidores, las y los que han puesto la cara en incontables ocasiones para recibir los bofetones que iban dirigidos a él. Alguno, como el extitular de Justicia, Juan Carlos Campo, que volverá a su plaza en la Audiencia Nacional, ha comprometido su crédito profesional avalando decisiones jurídicamente muy cuestionables. Qué decir de Iván Redondo, aquel que hace un mes dijo (plagiando, por cierto, a un personaje de El ala oeste de la Casa Blanca) que su cargo implicaba tirarse al barranco con su presidente si era preciso. Pues ahí está, despeñado solo y sin una palabra de reconocimiento de su amo. Lo de Carmen Calvo, Celaá, González Laya, ídem de lienzo: tristísimas historias de estajanovistas sumisos siempre a la orden que han acabado recibiendo la patada de quien seguramente consideraban, además de su jefe, su amigo o, como poco, su compañero de fatigas. Claro que si hay alguien que tiene especiales motivos para sentirse abandonado como un perro, ese es José Luis Ábalos, que en las jornadas previas al cambio había estado aconsejando a Sánchez sin saber que él era uno de los sacrificados. Comprende uno que en el ejercicio del poder haya que prescindir más de una vez de los sentimentalismos. Pero no se me ocurre de qué acero glacial hay que tener forjado el corazón para actuar como lo ha hecho quien seguirá durmiendo en La Moncloa. Que tomen nota los relevos.
El señor Sánchez es un chuletón al punto al que supongo ya napoleonizado por cuestión de su cargo.
Observando el asunto desde otra perspectiva si su cargo lo ocupara una persona sentimental y compasiva, entre los cavernícolas de la derecha y los trogloditas de su propio partido se lo merendarian en un periquete.
Es pues evidente en mi modestisima opinión que para meterse de buen grado en una jaula de alimañas rabiosas como es la política española y que no te devoren hay que ser despiadado y poco escrupuloso.
La verdad es que no me dan ninguna pena la forma en que los ministros han sido defenestrados. Seguramente entraron no por méritos y capacidades, ellos lo saben, sino por «lealtades» y ambiciones políticas.
De todas formas habrá que estar ojo avizor y observar que puertas giratorias se abren por los «servicios prestados.»
Javier, creo que pides mucho al suponer que política y factor humano puedan ir juntos. Y más difícil aún cuando la formación del Gobierno es potestad del Presidente, sin limitación ninguna, salvo las que se deriven de las amistades y las lealtades personales, así como de los compromisos contraídos dentro y por intereses de su partido.
Y no hay más, porque valía, como el valor en el ejército, se les supone cuando son nombrados Ministros. Otra cosa son los resultados, pero si hace falta se cambian sin ningún problema, pues la lista de «ministrables» es muy larga. Y es que los requisitos para ello no son tantos.
Un poco exagerado lo del acero glacial, ¿no? ¿Los ministros tienen que durar para siempre? Me parece lo más normal del mundo que de vez en cuando haya cambios en el gobierno y del mismo modo que Pedro Sánchez los puso, Pedro Sánchez los quita. Por altos intereses de la nación, navajazos barriobajeros en el partido, equilibrios entre facciones, profundas (o no) estrategias electorales o lo que sea que él considere. Pero tomar esas decisiones forma parte de su trabajo como presidente del gobierno.
Si quereis los periodistas, el presidente deberia hacer lo que digan los tertulianos, los periodistas y la oposicion.
Ojo, pero siempre, asi el pais estara siempre iluminado, pues de acuerdo con el pensamiento de los citados se pueden encontrar manifestaciones a favor, en contra y mediopensionistas lo que hace que la iluminacion sea perfecta.
Y los que tienen o tenemos pensamiento propio pues a triunfar