Vuelve la berrea presupuestaria. En este caso, para sacar adelante las cuentas españolas. Estamos atrapados en un bucle temporal. Esta va a ser la reedición milimétrica de la anterior negociación y, salvo sorpresa mayúscula, acabará con las cuentas aprobadas. Pero hasta el día de la votación definitiva, los participantes de la coreografía nos aburrirán con los amagos de ruptura, los puñetazos de pega en la mesa, los no sabe usted con quién se está jugando los cuartos y toda la palabrería de rigor. Que si altura de miras, que si mano tendida, que si líneas rojas, que si cheques en blanco, que si poner en el centro a las personas.
Por lo que nos toca más de cerca, siento ser tan directo, pero se trata de sacar lo más que podamos. “Hasta los higadillos”, escribí ya hace años, cuando al otro lado de la mesa de ping-pong estaba Mariano Rajoy. Por supuesto que buscamos el bien común, pero no nos hemos caído de ningún guindo. Lo ideal sería un toma y daca lleno de fair play y música de violín. Pero enfrente, como ocurre en el célebre pasaje de las uvas del Lazarillo, tenemos a alguien que pretende dárnosla con queso. Que ya nos la ha dado, de hecho. Así que, pardillismos, los justos. Será excelente que cuando se anuncie el sí se escuche el rugido doliente de la caverna mediática. Cuantos más decibelios lleve la llantina del ultramonte, mejor habrá sido el resultado. Y a ver si esta vez se consigue el pronto pago de las contrapartidas. Soy consciente, no lo oculto, de lo fácil que es pedirlo desde el burladero de una columna de opinión. Pero, leñe, no será recibo que dentro de un año nos veamos peleando otra vez por el IMV.
La política, por aquello de que es «el arte de lo posible» resulta aburrida y cansina. Y con esto de los presupuestos, todos los años igual. Seguramente tendrá que ser así, pero mucha parte de la ciudadanía no lo entendemos. Tal vez falten explicaciones claras del proceso de aprobación de los presupuestos, de los temas, de las partidas presupuestarias que cada año entran en las negociaciones, y sobre todo el porqué y el para qué, de las enmiendas que presenta cada partido.
Y por supuesto, lo más importante, que luego se cumplan los acuerdos, y que no estemos todos los años con los mismos temas.
Así es que, señorias, a trabajar para conseguir lo que cada uno considere mejor para el bien común, olvidando intereses de partido.
Esta rutina que consiste en inútiles y eternas campañas electorales, elecciones, Via Crucis de pactos postectorales y posteriores cansinas negociaciones presupuestarias entre diferentes que son muy diferentes, terminará y ya estamos en ello, por extenderse un aburrimiento mortal entre los ciudadanos vulgares.
Si a ello le sumamos los odios viejos, las crisis económicas de siempre y el peligro eterno de la ruptura de España, ya está construido el camino del fascismo.
Nos extrañamos de que cada vez más gente joven y más curritos voten a la ultraderecha carroñera española.
A ver si nos vamos a creer que todos los que votaron a Hitler eran viejos o ricos.
El obrero que vota a la caverna está cabreado como una mona por diversos y algunos oscuros motivos
No es ni de coña «una gacela votando a un león» como dice PODEMOS. Es un depredador que se une a la manada, porque es la época de las manadas.
Pactar los presupuestos no debe consumir tanto tiempo político y provocar más encono. Hay tanto por hacer por el bien de todos y tan poquitas ganas de dedicarse a ello…
Contra el espíritu constructivo de algunos, la zancadilla de los inútiles y el poco nervio de otros.
continuamos en la bici estática.