Un restaurante de Bilbao ha conseguido su cuarto de hora de fama y su publicidad gratuita porque, por lo visto, es el primero de la Villa —no sé si de Euskadi o incluso del Estado— que prohíbe la entrada de niños. O para ser más exactos, de menores de 18 años, que no es lo mismo. La justificación del responsable de marketing del local va de lo medianamente lógico a lo peregrino. Por un lado, se supone que se pretende crear un ambiente donde los adultos estén cómodos y, en el doble tirabuzón final, se arguye que los sabores de su carta seguramente no son aptos para paladares infantiles. Como excusatio non petita, se añade que el mismo grupo posee otros establecimientos específicamente dedicados a las familias en los que las criaturas son recibidas con los brazos abiertos.
Si me preguntan qué hay de malo en la iniciativa empresarial en cuestión, les diré que, en principio, nada. Otra cosa es que mi imaginación vuele y les plantee directamente a ustedes qué nos parecerían otras limitaciones de edad. Fíjense que no lo voy a poner fácil preguntando si sería lícito o moralmente defendible un restaurante que no admitiera mujeres, personas LGTBI o inmigrantes. Qué va. Centrémonos solo en los calendarios vividos. Me consta que hay tasqueros que echan las muelas porque en sus garitos se apalancan abuelos y abuelas que pasan la tarde entera consumiendo un café con leche y, además de espantarles otro tipo de clientela, no les salen nada rentables. ¿Sería admisible que impidiesen el acceso a mayores de 65 años? Si nos parece que no, ¿por qué, sin embargo, le encontramos una lógica al veto a los niños?
Dicen que estamos en un mercado libre, donde mandan la oferta y la demanda. Así es que, si no quieren niños, aún que estén a las puertas de los 18 tacos, pues allá ellos con su negocio. La demanda les dará o quitará la razón. Tiempo al tiempo.
Pero más allá de la casuística, es preocupante que nuestra sociedad vaya por el camino de la segregación, del apartheid, por unas y otras cuestiones. Y luego se nos llena la boca diciendo que queremos una sociedad cohesionada. Ja ja ja.
Cohesión social si, pero antes mi negocio, mis intereses y mi comodidad.
Mal camino es el que ha abierto ese restaurante.
¿»Que hace una chica como tu en un sitio como este»? decía la canción. En aquellos años los abuelos tenían sus locales para tomarse el café, los adultos poteaban en sus bares y los jóvenes empezaban a tener sus locales para tomarse los tragos con música y baile. Cada generación sabía donde se iba a encontrar a gusto. Los niños siempre hemos molestado. Ahora bien, si en un local los niños molestan el problema no son los niños. El problema son los padres que permiten que los niños molesten y se comporten en un restaurante como si estuvieran en un parque de atracciones. Digamos que habría que preguntarse ¿»que hacen unos padres como estos en un sitio como este»?
Yo creo que una de las claves para entenderlo es que todos hemos sido niños. No así LGTBI, mujeres, inmigrantes ni mayores de 65 años. Es algo así como lo de esas series en las que actores homosexuales en la vida real hacen chistes sobre homosexuales en la serie que no se permitirían a cualquier otra persona que no lo fuera. Recuerdo aquellas juntas de la sociedad en las que la gente «mayor» se quejaba de la desidia de los padres en lo que a la vigilancia de sus retoños se trataba, del follón que montaban y lo que les trastocaba su plácida partida. Recuerdo como nos indignábamos los jóvenes padres, eran tiempos en los que nuestros retoños no levantaban la cabeza por encima de la mesa y que, hay que reconocerlo, los fines de semana y sabiendo que los pequeños fieras estaban en el redil nos relajábamos y estábamos más atentos a la conversación con el compañero de mesa y al vino que a otra cosa. Lo curioso es que esos mismos «mayores», en cuanto se hacían todavía más «mayores» y les rodeaban los nietos cambiaban de bando y les dejaban de molestar, tanto, los niños y la algarabía infantil. Mira por donde que coincidía con el tiempo en el que nosotros, que ya teníamos retoños que nos sacaban media cabeza y dejaban de acompañarnos, nos empezaba a molestar tanto ruido y tanto niño tocando los cojones. en fin, que hasta a plantear a mi amada esposa alojarnos en un «adults only» las próximas vacances hemos llegado.
En fin, que reconozco que cuando he sido niño, y joven, he tocado los cojones lo que no está escrito y mis retoños, no digamos los de los demás, me han tocado los cojones también, pero no creo que los niños sean ni hayamos sido un colectivo marginado, al contrario, aunque a ratos la tentación de mandarlos y mandarnos para Alaska haya sido importante, en general, los queremos y nos han querido a rabiar y daríamos la vida por ellos.
Así que yo no le daría mayor importancia a que haya un restaurante de Bilbo que no admita menores de 18 años, seguramente casi ninguno de ellos iría aunque le dejaran, de la misma forma que hace muchos años no entro al gaztetxe de mi pueblo aunque no me lo prohiban y, por cierto, poco me importaría que lo hicieran.
Parece que proliferan este tipo de locales. No recuerdo que hace…yo qué sé…20-25 años…existiesen. Quizás sí y lo que pasa es que ahora todo es noticia y estamos al tanto de todo. Pero no suenan de entonces.
¿Qué sucede? Pues imagino que muchas cosas. Por un lado seguramente somos más caprichosos y menos tolerantes y si vamos con la idea de una cena perfecta…tranquila…de disfrute y por la que vamos a pagar una pasta no admitimos que nada nos la perturbe.
Puede haber algo de eso.
Lo que pasa es que ese mismo carácter caprichoso y egoista es el que hace que muchos padres y madres no se paren a pensar ni un segundo si sus churumbeles están dando por saco a todo el restaurante. Si ellos, ya acostumbrados a sus sonoros infantes, están disfrutando de su charla y su crema de espárraros calentita…no van a cortarlo para sacar a sus críos fuera del restaurante a que se calmen o a echarles la bronca…que se les enfría la crema.
Yo creo que a muchos de los que no hacemos demasiados ascos a este tipo de propuestas lo que nos repatea no son tanto los niños (en mi caso también un poco, lo admito, pero son niños) sino esos aitas y amas que cuando sus niños están molestando a todo el mundo parece que no va con ellos, a lo suyo.
Mi solidaridad y comprensión cuando en un tren, avión, autobús…un niño está nervioso o inquieto y monta bulla y ves al aita o ama que no saben dónde meterse, intentando tranquilizarle, disculpándose con todo el mundo. No hay nada de qué disculparse…y ni medio reproche.
Pero…un restaurante…un cine….te coges al niño y te vas.
Y si proliferan estos sitios es porque muchos padres…pasan olímpicamente de la que están liando sus niños
Mencionas los casos de esas personas mayores que con café se tiran tres horas de tertulia ocupando una mesa.
Para esos supuestos se puede habilitar algún tipo de norma objetiva. Con consumiciones de menos de x euros..máximo de una hora en mesa. No se discrimina y no hay discusión de si se da el caso o no. Reloj y cuenta.
Si en mitad de una cena unos niños la están liando y los papis y mamis no están por la labor de complicarse llamándoles al orden…la cosa tiene mala solución. ¿Se les echa? Bronca al canto que seguramente acabe con la policía en el local. Si a alguien de otra mesa se le ocurre llamar la atención…idem…y que no acaben llegando a las manos.
Por eso llego a entender que se quieran evitar a priori esas situaciones con esa medida.
Una anécdota. Hace unos años…cuando un amigo perdió la cabeza y decidió casarse ya pasados los 40 traté de reservar mesa para 20 para la despedida de soltero. Al ser grupo grande el hostelero me preguntó por curiosidad si era algún cumpleaños o alguna celebración y al decirle que era una despedida de soltero me dijo que entonces no. Que buscásemos otro sitio. Intenté tranquilizarle diciendo que no éramos unos jovenzuelos alocados sino ya unos señores cuarentones serios…la.mayoría padres de familia…respondió: «Peor me lo pones. No te ofendas, que no os conozco pero esos sois los peores. Ya sin rodaje, con ganas de desfogaros y de los que dicen «usted no sabe con quién está hablando. A unos chavales los sé controlar. Los de vuestro perfil sois un coñazo»
Me pareció genial el argumento y no exento de razón.
Ese hostelero no quería en su local cuarentones de exaltación de la amistad y estaba en su derecho.
Menciona Intza lo de la Sociedad y ahí ya me sale mi lado más intransigente y herodiano.
Es que en la Sociedad…ni aunque no molesten.
Rara vez suelo ir a la Sociedad los domingos pero un día organizamos una comida por no sé qué motivo en el día del Señor y coincidimos con un nutrido grupo familiar que copaba varias mesas con niños de variadas edades.
Una mesa para los adultos y adultas. Otra para los niños y niñas de entre 7 y 10 años o así. Y otra para los más renacuajos que se dedicaban a pintar y hacer dibujos con sus pinturas y fóleos. Todavía había un diminuto mas en su cochecito.
Claro…para los txikie comida ad hoc…unos fingers de pollo..cosas así.
Debo decir que se portaron bastante bien. Lo único, que los mayores entraban y salían constantemente de y a la calle corriendo y gritando pero soportable. Bueno…y que una de las madres nos requirió que apagásemos los puros (eran otros tiempos) o los fumásemos en la calle, «por los txikis».
Pese al aceptable comportamiento de la pequeña jauría…no me hallé…no me hallé. No pude con esa imagen dea Sociedad llena de carritos de niños, bolsas de risquetos, juguetitos y cachibaches, foleos garabateados y pinturas…no me sentí en la sociedad en ningún momento.
Como, según me dijeron, esto es habitual los domingos, la solución fue sencilla; evitar tal día.
Como se han gastado tanta pasta en estudios de FENG SHUI y el local tiene LOUNGE y zona CHILL OUT pueden amortizarlo como quieran, incluso con bonos del Ayuntamiento.
Pero sí deberían admitir a los gatos, animal ZEN que transmite misterio, no mete ruido y no le gusta por lo general la cocina asiática. Prefieren chupar una raspa de besugo.
Bilbao ha pasado de beber vino de garrafa en vasos de vidrio de culo gordo y cantar bilbainadas a experimentar olores y sabores metiendo la napia en un gintonic antes de pegarle un trago en un local de moda de Pijolandia con fondo de música esotérica. Ser referente mundial de todo tiene su peaje. ¡Es el progreso, amigo!
Buenos días, don Javier.
Al contrario de muchas otras personas, yo no lo acabo de tener claro. Existe el derecho de admisión, y de hecho, en París, hay varios restaurantes que no se permite la entrada de niños porque con sus conductas molestan al resto de comensales. En cambio, en esos mismos restaurantes, sí que se permite la entrada de mascotas. Hasta donde yo sé, de perros. Y entiendo que les exigirán unas determinadas conductas, la primer no molestar a los demás clientes.
Creo que casi todos habremos sufrido las consecuencias de unos padres, que en un local público (bar, cafetería, hotel, etc.) sus hijos incordiaban por todo el recinto mientras ellos se desentendían. Claro, mientras fastidian a los demás no les fastidian a ellos. Lo de subirse y corretar por los sofás y entre las mesas es una conducta que no creo que se lo permitieran en sus propias casas.
Al final, eres tú quien tiene que darles un bufido y acto seguido, recibir los reproches de los padres por lo impertinente que eres.
Dicho lo dicho, no sé cual es la solución… ¿dejar de ir a ese local donde se permite a los niños incordiar, o confrontar con los padres por lo mal educados que están sus hijos? Esta última no me convence, sabemos cómo empieza pero nunca cómo acaba.
Un saludo
No es un sitio para ir con niños
Tampoco los llevamos a las discotecas.
Hay restaurantes estupendos para ir con niños
Por otro lado estoy de acuerdo con que si sus padres cuidaran de que no molesten sería más cómodo en cualquier sitio ,porque a veces hay que sufrirles cuando vas a comer a un sitio y aparecen los txikis con su griterío y sus padres elevan el tono para poder entenderse .
Ya existen los hoteles «adults only» y nadie se rasga las vestiduras, porqué no restaurantes? Esto no pasaría si algunos padres educaran a sus hijos de manera que no importunaran la comida al resto de clientes, pero es más cómodo dejar que molesten a cualquiera, menos a ellos, claro.
¿ Si no molestan porqué no puede haber niños ?. Pero si molestan, ni niños ni mayores.
Dejemos la igualdad, inclusión y otras garantías obligadas por la convivencia para el estado de derecho, titular único de la administración de lo público.
Si empezamos a exigir a la actividad privada estos tratamientos universales, igualitarios y respetuosos con todos los ciudadanos, relevaremos de su obligación a nuestros legisladores, ejecutivos y aplicadores de la justicia, que son los detentadores del poder que obliga a respetar este tratamiento en su relación de lo público con el ciudadano, pero que no incluye dicha protección en ámbitos y ambientes por definición particulares (salvo incidencia penal, claro).
Si un hostelero ha cifrado su objetivo de negocio en aquellas personas que no quieren compartir su espacio con menores de edad, pues él mismo sufrirá el costo de hacerlo, o bien recibirá el beneficio que busca.
Sí, efectivamente hay una posible deriva peligrosa en la especialización de espacios de negocio privados abiertos al público, pero éste limitado, por ejemplo, a personas no LGTB, o sólo LGTB, o bien de una raza o credo determinado. No creo que, si esto fuera así, hubiera mayor problema social, ya que la solución es tan marxista como la aplicada por Groucho, que no entraría nunca en un club donde se le admitiera como socio, pero a la contra: Yo no entraría nunca e un negocio hostelero que me limitara la entrada por la condición que fuera: No se merecen mi deseo de ello.
Entiendo que es un tema espinoso, pero sólo si se consideran estas actividades como parte de los derechos que una sociedad avanzada debe defender. Hay mucho derecho sobrevenido como fundamental para poder fumar en una terraza y también mucho principio constitucional atacado por no poder seguir cogiendo la cogorza sabatina más allá de las tres. En este caso el derecho básico a llevar a los niños al restaurante se cruza con el derecho del de la mesa de al lado, tan básico (o no) como el otro, de comer en cálida armonía y compañía de amigos o pareja bajo el manto de una conversación madura y educada. Y por consiguiente, también tiene el hostelero a buscar el ambiente que más idóneo le parezca.
Luchemos encarnizadamente para que a ningún niño, niña, blanco, negro, cholo, chino, trans, o de la condición que esté por surgir, se le prive de recibir una educación adecuada y en libertad, así como protejámosles de maltratos y vejaciones, y no gastemos ni una micra de energía en discutir si el hostelero u hotelero tal o cual tiene derecho a limitar la entrada a su negocio por razón de edad o comportamiento, siempre que no implique un acto de odio o desprecio.