Propongo un monumento por suscripción popular para la Unión Europea de Radio y Televisión. En la peana, copiando mi poema favorito de Gloria Fuertes, mandaremos grabar: Gracias, amor, por tu estúpido comportamiento. Una vez más, el dios de los sentimientos identitarios ha escrito derecho con renglones torcidos. Desde los días de Aznar y aquellos piadores asilvestrados que nos ayudaron a servir miles de raciones de Cocidito no se recordaba una reacción de efecto inverso igual a la que ha provocado el chusco, memo y lisérgico episodio de la prohibición de la ikurriña en Caspavisión, digo en Eurovisión.
Lo más parecido que se puede citar son las broncas sobre las pitadas al himno español en las finales futboleras. La gran salvedad, la gran diferencia, es que esta vez la defensa de la enseña vasca ha unido a prácticamente todo el espectro cromático-ideológico, incluyendo a muchos que hasta la fecha habían mostrado por ella un respeto y un cariño más bien escasos. ¿Qué me dicen de ese tuit de Mariano Rajoy con una tricolor ondeando al viento? ¿O de las palabras de Soraya Sáenz de Santamaría, casi en imitación de Escarlata O’Hara, proclamando que su gobierno en funciones defenderá la ikurriña allá donde haga falta? ¿O de García Margallo moviendo hilos diplomáticos para que los gañanes de la UER rectificaran su brutal cantada y se disculparan? Se imagina uno a Sabino despatarrado de la risa en su tumba, y a Fraga, en la suya, ciscándose en lo más barrido por la complacencia de los suyos con el trapo que tan antipático le resultaba. Visto lo ocurrido, quizá no estaría mal que la prohibieran más veces.