El PP de Bilbao se retrata

Lo admito. Me llevé un berrinche considerable al enterarme de lo del PP de Bilbao. ¿De la presentación de la gilimoción para expulsar del callejero a Zumalakarregi, Sabino Arana y Dolores Ibarruri?  Qué va, eso me encantó. De hecho, lo que les decía que me molestó fue la bajada de pantalones, o sea, la retirada de la memez pretextando no sé qué balbuceos de que quizá no tocaba. Los ridículos, mejor hasta el final. Especialmente, si son de esos que delatan a quien los comete, y en este caso estamos ante una reproducción a escala 1:1 de la pobreza cultural que anida en el cacumen de —seamos justos— alguno de los ediles gavioteros en la capital del señorío.

Me dirán que también es señal de ranciendad ideológica. Por ahí veo que van la mayoría de los comentarios, pero fíjense que yo aparto ese cáliz. Prefiero señalar la vacuidad intelectual de tanto presunto sabio de casinillo con caspa y en el mismo bote, las ganas locas de dar el cante para salir en los papeles, una vez comprobado que en el desempeño normal del cargo no se vende una triste escoba.

Que levante la mano quien tenga conocimiento, fuera o dentro de la villa, de media actuación del cuarteto de munícipes del PP, y no vale citar cierto vídeo. Desde la inauguración de la legislatura lideran la clasificación consistorial de la absoluta irrelevancia pública. Incluso Udalberri o Goazen, con la mitad de electos, tienen una presencia infinitamente mayor en los medios y, desde luego, en la calle. No es mal síntoma esa insignificancia, y en mi opinión, tampoco que traten de superarla haciendo propuestas grotescas. Insisto, una pena que la retirasen.

Que la prohíban más

Propongo un monumento por suscripción popular para la Unión Europea de Radio y Televisión. En la peana, copiando mi poema favorito de Gloria Fuertes, mandaremos grabar: Gracias, amor, por tu estúpido comportamiento. Una vez más, el dios de los sentimientos identitarios ha escrito derecho con renglones torcidos. Desde los días de Aznar y aquellos piadores asilvestrados que nos ayudaron a servir miles de raciones de Cocidito no se recordaba una reacción de efecto inverso igual a la que ha provocado el chusco, memo y lisérgico episodio de la prohibición de la ikurriña en Caspavisión, digo en Eurovisión.

Lo más parecido que se puede citar son las broncas sobre las pitadas al himno español en las finales futboleras. La gran salvedad, la gran diferencia, es que esta vez la defensa de la enseña vasca ha unido a prácticamente todo el espectro cromático-ideológico, incluyendo a muchos que hasta la fecha habían mostrado por ella un respeto y un cariño más bien escasos. ¿Qué me dicen de ese tuit de Mariano Rajoy con una tricolor ondeando al viento? ¿O de las palabras de Soraya Sáenz de Santamaría, casi en imitación de Escarlata O’Hara, proclamando que su gobierno en funciones defenderá la ikurriña allá donde haga falta? ¿O de García Margallo moviendo hilos diplomáticos para que los gañanes de la UER rectificaran su brutal cantada y se disculparan? Se imagina uno a Sabino despatarrado de la risa en su tumba, y a Fraga, en la suya, ciscándose en lo más barrido por la complacencia de los suyos con el trapo que tan antipático le resultaba. Visto lo ocurrido, quizá no estaría mal que la prohibieran más veces.