Gloriosa gesta de la Guardia Civil. Esta vez no fue al alba y con viento de Levante, sino en la sobremesa tripera de Farias y copa de Fundador, y, como mucho, con una brisilla tontorrona. El peligrosísimo objetivo, una imprenta de Tarragona, sospechosa de estar fabricando, a base de tinta y papel, esas mortíferas armas que son las papeletas para la consulta del uno de octubre.
Tan grotesco y, a la vez, tan tremebundo como suena. Los aguerridos beneméritos habían acudido a la perversa factoría “tras el soplo de sus trabajadores”, según se engolfaba en comentar en portada uno de los diarios oficiosos de la Una y Grande. Tuvo que ser digno de ver el intento de requisa, seguramente con los agentes apuntando a montañas de papeles que resultaban ser folletos de ofertas del supermercado o, quizá peor, libros. Lástima, sin embargo, que la operación no se viera coronada por el éxito. A la hora de escribir esta crónica bufa, siguen sin aparecer la mayoría de las dichosas bombas, digo las papeletas. Pero, calma, que es cuestión de tiempo que se desmantele el arsenal de ejercer la voluntad popular. Cacareaba el otro órgano mediático del eje del bien, el dirigido por el Comisario Honorífico Marhuenda (no es coña), que la fuerza tricorniada está buscando las urnas… adivinen dónde: “En naves de la CUP y de radicales vascos”. Tal cual.
Cuesta trabajo decantarse entre la risa, la sensación de bochorno indecible y el acojono ante tamaña sucesión de chusquedades cuarteleras. Pero así se está escribiendo esto que, como anotaba el otro día y seguiré subrayando, se supone que habrá de convertirse, ¡ay!, en Historia.
Además de ese esperpento, también da para llevarse las manos a la cabeza el hecho de que, vía acusación de rebelión, los convocantes del referéndum pueden pasarse en la cárcel más tiempo que el que efectivamente pasaron unos verdaderos rebeldes como Armada, Tejero y Millans del Bosch. Y todo se hará dentro del estado de derecho, que dicen que estamos.