1 de octubre. Dos años ya. O quizá, solo dos años. ¿El balance? Dependerá, seguro, de por dónde derrote ideológicamente a quien pregunten. Los soberanistas a machamartillo les dirán que el esfuerzo, incluyendo el tormento de muchos de los suyos, ha merecido la pena y que la causa está más fuerte que nunca. Los de enfrente sonreirán con suficiencia y porfiarán que los secesionistas no han avanzado un milímetro desde aquella histórica jornada en que los dueños de la fuerza no pudieron evitar que acabara habiendo urnas de plástico y que, mal que bien, se votara. Añadirán, además, que hoy la división en el seno del soberanismo salta a la vista y va a más.
¿Y cuál es la versión buena? El corazón quisiera decirme que la primera, pero la cabeza se empeña en que es la segunda la que mejor retrata la realidad actual. Tengo escrito un millón de veces que un día Catalunya romperá amarras con España con los parabienes —o, por lo menos, la resignación— de la comunidad internacional. Cualquiera que tome el pulso a la sociedad catalana, y especialmente a sus elementos más jóvenes, se dará cuenta de que no hay marcha atrás. Es sencillamente imposible revertir la brutal desafección respecto a un estado que ha respondido por sistema con la cachiporra y, casi peor, con el desprecio absoluto a las mil y una llamadas para hablar y dejar que la ciudadanía decidiera.
Pero ese momento de la ruptura no será mañana. De hecho, sostengo que el gran error de los injustamente encarcelados y expatriados, igual que de los que comandaban el Procés y han evitado esos destinos, consistió en hacer creer que la independencia era coser y cantar.
Que hay desafección entre los jóvenes es evidente. Que luego esos jóvenes crecen y se hacen más pragmáticos (haciendo aquí una equivalencia entre pragmatismo y antiinpendentismo, que ni yo mismo tengo clara) creo que también sucede.
Pero ocurren asimismo más cosas, que son aquellas de las que discrepo con las que dice Javier Vizcaíno en su artículo: en infinidad de ocasiones esas «llamadas para hablar» a que hace mención el periodista pasan por un reconocimiento previo de algo que la otra parte no quiere ni aceptar. Concretando: si dices que estás dispuesto a hablar sobre la autodeterminación y la otra parte huye como de la peste del concepto porque dice con razón es inconstitucional ¿qué demontre se hace?
Una posible respuesta sería una salida federal. Pero no limitada a enunciar el nombre de las CCAA en una hipotetica reforma constitucional, como apuntó algún socialista olvidado. Aquí se toparían con una resistencia que, creo, superaría ya la distinción derechas-izquierdas para ser ya una cuestión de pugna entre territorios. Dicho en román paladino: regiones como Extremadura y Andalucía, a las que les ha ido muy bien en la España autonómica, no pueden permitirse que otras regiones ricas se vayan. Por no hablar de que ya muchos (insisto, de derechas o izquierdas) piensan que ya se llegó demasiado lejos ccon las autonomías, las cuales hace treinta y pocos años se aceptó, en algunos territorios, castellanos sobre todo, de mala gana o en el mejor de de los casos con absoluta indiferencia.
Así que por una parte tenemos en Cataluña unas fuerzas que aplicarían un 155 ya mismo (una de las cuales, Ciudadanos, no lo olvidemos, llegó a ser la mas votada en las elecciones autonómicas); otra, el PSC que propone un federalismo desvaído procurando rescatar, aunque haga falta una reforma constitucional, el Estatuto de 2006 declarado inconstitucional en 2010; otros, los Comunes, que ya por definición se podría decir que tienden a la atomizacion, con una ambigüedad no creo que tan calculada…
…y por otra unas fuerzas proindependencia (con una profunda convicción de estar siempre en lo cierto, reiterativas, incluso cansinas, manejando conceptos graves como represión, presos políticos, falta de democracia, etc), muy poco o nada dadas a la autocrítica (Junts per Cat es heredera de Convergència i Unió, que fue ponente de la Constitución y pidió el voto afirmativo a la misma; las promesas de independencia inmediata o declaraciones de que ya no forman parte de España son patéticas; y tanto Convergència como ERC como el PSUC se opusieron a que Catalunya tuviera un concierto económico cuando se lo ofreció Suárez porque eso de cobrar daba mala imagen –el consejero vasco Pedro Luis Uriarte fue testigo–, y aún no he escuchado ninguna crítica al respecto; por no hablar de la vuelta a la reivindicación de los Países Catalanes, que suena a cuerno quemado incluso a los defensores de la lengua y cultura propias de Valencia, entre otros motivos por lo contraproducente de la idea y ese aire de superioridad lo catalán sobre Baleares y Valencia).
En fin, un enorme berenjenal, en el que la presencia añadida de políticos oportunistas y muy mediocres en todas las formaciones políticas y la existencia de grandes contradicciones hacen pensar en un panorama poco optimista.
Si me dijeras que las opciones independentistas han saltado por encima del 60%, me lo creería. Pero el nacionalismo catalán entero no llega al 50%, tiene una mayoría parlamentaria de chichinabo que quedará al desnudo en el momento en el que uno de los bloques en pugna dentro del mismo se imponga: ERC podría por fin conseguir su ansiada victoria electoral, pero por cada dos escaños que suba, como quiera que se llame lo de Puigdemont perderá tres.
¿Y podríamos ir al origen, por favor? No me refiero al origen mítico de cuando le quitaron a Barcelona la capacidad de decidir a dedo «nuestros» impuestos o intervenir en asuntos ajenos como si tal cosa…¿qué habríamos dicho si el Estatuto fuera el de Castilla y León y le dejara decidir sobre las haciendas forales, me pregunto? El origen real, digo, cuando la corrupción con barretina empezó a oler y se tiró de eau d’independentisme para taparlo.
Cuanto más te llenes la boca con el nombre de tu país, menos substancia tiene el mensaje pero menos te preguntan sobre lo que realmente haces.
Precisamente porque esa desafección indudable va a acabar tarde o temprano en la independencia catalana, como dices, es por lo que el procés les vale la pena. Eso ya lo han conseguido. Necesitan una mayoría real, de soberanistas ya la tienen, y próximamente lo será de independentistas, por los excesos y la torpeza de España. De ahí tu contradicción Javier, la versión primera está más próxima al éxito que la segunda. Con sufrimiento, como todas las independencias arrancadas. Seguro que nadie creyó que era coser y cantar. Eso sí, conocen (conocemos todos, por aquí también) cuál es el nivel democrático de este Estado fallido.
Puede parecer que en los 7 años d el «procés» apenas ha pasado anda pero desde Catalunya vemos cambios vertiginosos.
Los más importantes, a mi entender, son éstos: el primero fue en 2010, cuando el «cepillado» del Estatut hizo ver a muchos catalanes que España era un timo como proyecto político.
El segundo, el 1-O 2017, fue ver que España es un timo democrático.
El tercero, que la inmensa mayoría de políticos «indepes» no están al altura del pueblo; de hecho, sólo se salva Jordi Cuixart, que no es político: es el que sigue diciendo lo mismo que hace dos años; además, es divertidísimo oír a la españolada intentando pronunciar su apellido.
Y, el último y más importante: que la gente se ha dado cuenta que el Imperio hará lo que sea para conservar la última colonia: jugarse la imagen y el prestigio, saltarse sus leyes y su Constitución, usar la mentira y la violencia…Todo por la Patria, que siempre tranquiliza mucho la conciencia.
Y esa asunción de la realidad, después del choque inicial tras la violencia y la represión, avanza a buen ritmo.
Y más lo hará cuando Marchena saque la sentencia del cajón para quitarle el polvo y el olor a naftalina.
Que Nuestro Amado Pedro crea que nos va a engañar otra vez con la zanahoria federal, cuando ni él sabe lo que es un sistema federal, es una muestra más de una España ciega, sorda y que hace lo único que le permite su ADN imperialista y fascista.