Votar mal, votar bien

Recuerdo cómo hace apenas cuatro meses nos revolvimos contra Mario Vargas Llosa por haber dicho que en unas elecciones lo importante no es la libertad sino votar bien. Menuda golpiza dialéctica le atizamos al tan insigne literato como despreciable malmetedor politiquero. Y en vanguardia del linchamiento, la crème de la crème progresí. La mismita que anda ahora repicando con ardor un meme en el que sobre la imagen de Paco Rabal en Los santos inocentes se lee: “Señorito, hemos votado lo que nos ha dicho”. O la que, por todo análisis del hostión cósmico de la izquierda en las elecciones del domingo pasado sentencian que lo que pasa es que en Castilla y León no hay más fachas desorejados.

Les puedo asegurar que lo que salió el otro día de las urnas no me gusta ni medio pelo. Pero no me quedan más bemoles que aceptarlo como lo más aproximado al reflejo de la legítima voluntad popular. Y no, bajo ningún concepto, me siento con la superioridad moral de achacarlo a la ignorancia de los que depositaron su papeleta ni a su condición de borregos manipulados por los perversos medios de comunicación. De hecho, si fuéramos una migaja sinceros, admitiríamos que ahora mismo el discurso dominante en las teles y los digitales que cortan el bacalao es justamente el de la acera de enfrente. Quizá merecería la pena reflexionar sobre el efecto bumerán de las hiperventiladas alertas antifascistas. Pero supongo que ante la victoria por goleada de la requetederecha resulta más fácil cogerla llorona que dedicar un par de segundos a plantearse si las formaciones que se dicen de izquierda no lo estarán haciendo rematadamente mal y así les luce el pelo.

El pésimo patrón

No entra en mis planes ver El buen patrón. Seguro que es una película chuchi, muchi y guachi, pero paso un kilo. Ya no está uno en edad de babear con potitos buenrollistas. Menos si, como es el caso, la moralina progresí te la cascan unos gachós con rostro de alabastro. Porque mucho jijí y mucho jajá, pero en 2013 el bar de la familia del aclamado protagonista de la reivindicativa cinta echó a la calle a todos sus currelas y les aplicó la entonces recién estrenada reforma laboral de Mariano Rajoy. Solo cuando el asunto salió a los medios y provocó un cierto escándalo, los Bardem de más tronío —Javier, Carlos y la difunta Pilar— se ofrecieron a pagar de su bolsillo una indemnización superior. Paternalismo e hipocresía hasta el final. No consta, por cierto, si los despedidos cobraron o no.

Todavía más sangrante, si cabe, es el caso del productor de la cosa, Jaume Roures. Hay que reconocerle cuajo para plantarse a recoger el Goya por un panfleto obrerista, cuando el tipo tiene presentada una amplia bibliografía como pésimo patrón. Y aquí no hablo de oídas, se lo puedo asegurar. Su concurso de acreedores por la puerta de atrás en el diario Público dejó colgados de la brocha a decenas de compañeras y compañeros que, además de quedarse en el paro de un día para otro, nunca recuperaron los varios salarios adeudados. Para rematar la faena, cuando la plantilla quiso comprar la cabecera para tratar de seguir ganándose el jornal como cooperativa, el individuo mandó a un propio a la subasta y la arrampló por un puñado de euros más. Ya ven cómo las gastan los que nos dan lecciones de dignidad a granel.

Vértigo ante el consenso

No hace ni una semana celebré aquí mismo lo que me pareció una acogida ilusionante al borrador de la ponencia parlamentaria para ir construyendo una ley vasca de Educación. Lo hice venciendo mi natural escepticismo, y ya voy viendo que mejor me habría callado. Conforme han pasado los días, han ido llegando los desmarques en una amplia gama que va desde la tibieza a las cajas destempladas pasando por los que no se sabe si quieren hacerse de nuevas o los interesantes. Para nota (mala nota, de insuficiente a muy deficiente), lo del PSE de Eneko Andueza y el profesor Retortillo reclamando a buenas horas mangas verdes que primero se hable entre los socios de gobierno y luego, ya si eso, se les eche el alpiste a los demás partidos, a los sindicatos y a la comunidad educativa en toda su amplitud a ver si tragan. Si fuéramos nuevos, quizá no viéramos que la reacción atiende, además de al clásico ataque de cuernos, al tembleque de piernas porque desde una caverna les acusan de ser cómplices del apartheid del castellano y desde la otra, de echar carretadas de pasta a la concertada y asfixiar a la pública.

Tampoco quiero pasar del optimismo del martes pasado al cenicismo total, pero algo me dice que en lo que queda hasta que se entre en la fase decisiva se van a ir ahondando las diferencias. Algún día tendremos que hacernos mirar el vértigo y el miedo al qué dirán que nos provocan los acuerdos plurales de verdad. Con todo, no quiero dar este envite por perdido. Y como les digo una cosa, les digo la otra. Ayer EH Bildu, la segunda fuerza del país, mostró (creo que sinceramente) su disposición a buscar el consenso. Ojalá cunda.

Audiencia Nacional, último bastión

La Audiencia Nacional sigue teniendo vocación de último bastión y non plus ultra. Por segunda vez en poco tiempo, como se engolfan en destacar algunas cabeceras del ultramonte mediático, ha anulado el tercer grado concedido a un preso de ETA alegando poco más o menos que no ha pedido perdón con la suficiente intensidad y credibilidad a sus víctimas. El argumento de la fiscalía, comprado a peso por sus señorías del órgano judicioso, es en la práctica aceptar pulpo como animal de compañía. Para empezar, manda muchos bemoles que alguien se erija en intérprete del grado de sinceridad de las peticiones de perdón. Para seguir, ni siquiera deberíamos llegar ahí. Salvo que nos hayan engañado mucho, el reconocimiento del daño causado, la mentada solicitud de perdón e incluso el arrepentimiento pueden ser factores que se consideren positivamente de cara a la progresión de grado, pero en ningún caso son condiciones imprescindibles. Por lo demás, el resto de requisitos los ha acreditado una comisión de personas que saben lo que se traen entre manos y con arreglo a la legalidad penitenciaria vigente.

El problema es que esa legalidad se fuerza impúdicamente en función de la ideología de los magistrados. La asunción de la gestión de las prisiones de los tres territorios por parte del Gobierno Vasco ha radicalizado (si cabe) todavía más a los togados del tribunal de excepción, que se sienten llamados a actuar no ya como uno de los poderes, sino como el contrapoder por excelencia. Todo hace temer que estos dos primeros casos sean el menú degustación de lo que está por venir. Y no va a ser una realidad sencilla de gestionar.

EA, camino del final

“Se acabó”, me guasapeó un muy estimado amigo al difundirse la noticia de la expulsión de cuatro críticos de Eusko Alkartasuna. Me temo que mi interlocutor pecaba de optimismo. Y aquí es donde no sé explicar si lo pienso porque ya se acabó hace mucho o porque todavía queda un tiempo largo de despiadada e impúdica sangría pública de lo que quiso ser el espacio intermedio entre las dos fuerzas abertzales hegemónicas. Aunque no se trate de un fenómeno novedoso en absoluto, nunca ha dejado de fascinarme la querencia de los partidos ya irremisiblemente condenados por radiotelegrafiar su proceso degenerativo.

Y siento escribirlo con esta crudeza porque a ambos lados de los decrecientes restos de serie hay personas a las que profeso un aprecio grande y sincero. Supongo que está en la condición humana luchar hasta el último minuto, pero todos los indicios apuntan a que la que llegó a ser formación decisoria y decisiva en Euskal Herria, tanto en la demarcación autonómica como en la foral, ha completado su ciclo vital. En cuanto a los motivos, tampoco me parece que haya que ser el más fino de los analistas para desentrañarlos. La maldición de la misma división que hizo nacer a EA le ha acompañado durante todo su periplo. Las rupturas se han sucedido en bucle hasta que ya no queda prácticamente nada que disputarse. Como mucho —y aquí está otra de las claves— las migajas que deja caer EH Bildu por el arrendamiento de las siglas a cambio de renunciar a las señas de identidad y de aceptar sin rechistar el catecismo oficial no de la coalición como tal sino del partido abrumadoramente mayoritario que es el que marca el paso.

¿Se compran y se venden votos?

No creo ser sospechoso de simpatizar ni personal ni (mucho menos) políticamente con los diputados descarriados de UPN en el Congreso Sergio Sayas y Carlos García Adanero, pero me cuesta horrores creer que votaron contra la reforma laboral porque el PP les había untado con pasta. Es verdad que se les puede poner a caer de cien burros por la brutal hipocresía que lucieron al asegurar que, pese a no estar de acuerdo, acatarían el mandato de su partido para terminar pasándose tal mandato por la sobaquera. Y también que en sus declaraciones y actitudes posteriores, uno y otro han vuelto a demostrar lo que, por otra parte, ya sabíamos de ellos: que son un par de vividores de la política a los que les da igual arre que so con tal de seguir chupando de la piragua. Quizá incluso se puede interpretar que obraron del modo en que lo hicieron como inversión de cara al futuro.

Pero hasta ahí. Acusarles de dejarse comprar como han hecho primero la hiperventilada Adriana Lastra y después el gran fontanero de Sánchez Santos Cerdán, que llegó a mentar a la mafia, es una demasía que, si creyéramos de verdad en tres o cuatro principios básicos, no deberíamos tolerar por muy mal que nos caiga el PP. Para empezar, cabe exigirles que nos enseñen las pruebas. Y para seguir, procede reflexionar en voz alta sobre si no volveremos a estar en el clásico de la viga y la paja. Porque si hablamos de compraventas de voluntades, resulta que este es el minuto en que el PSOE no ha explicado qué le ofreció al presidente de UPN, Javier Esparza, a cambio del sí en aquella misma votación. Tampoco importa porque todo el mundo lo sabe.

Ley de Educación por consenso

Es una de esas noticias de calado que, me temo, no acaban de llegar a la ciudadanía en su justa dimensión. Después de meses de discreto e intenso trabajo, ayer conocimos el borrador de la ponencia parlamentaria que deberá fructificar en la futura ley vasca de Educación. El documento recoge las aportaciones no solo de distintas fuerzas políticas y sindicales, sino de una amplísima representación de personas que trabajan a pie de obra en las aulas y/o que acreditan un profundo conocimiento sobre las diferentes vertientes de la enseñanza. Incluso con ese aval, y dado que estamos ante una materia que se presta golosamente a la controversia politíca (o, sea, politiquera), cabía temer una acogida, como poco, recelosa en general. Sin embargo, no ha sido así.

Con sus matices y sus apuntes propios, los cuatro principales partidos de la CAV (es decir, 68 escaños sobre 75) han ponderado muy positivamente el texto de base. Seguramente habrá que apurar mucho en los meses que quedan por delante, pero estamos ante un interesante e ilusionante punto de partida. Será una extraordinaria noticia que se mantenga el espíritu constructivo en el todavía largo proceso. No faltará, seguro, quien trate de embarrar el campo esparciendo especies como que se busca el appartheid del castellano o el finiquito de los conciertos. En la contraparte, habrá versiones que sostengan que el euskera queda relegado o que se favorece a los centros privados en detrimentos de los públicos. Nada de lo que hemos conocido en el borrador sustenta estos mensajes maximalistas. Ojala esta vez no se imponga el partidismo cortoplacista.