Del (¿todavía?) ministro José Manuel Soria, lo único que queda por descubrirse es que, como muchos sospechamos por el tremendo parecido físico, es gemelo univitelino de José María Aznar. Y la confirmación es cosa de un rato, si se mantiene el ritmo de exclusivas sobre su persona que llevamos en las últimas horas. Hasta los más puestos en la trama del trapicheo offshore del gachó sudan tinta para estar al día de las novedades. Lo último, que seguro que a estas alturas es solo lo antepenúltimo, es que su firma está en el acta anual de la sociedad que jura no reconocer y, hay que joderse, que además de esa empresa en las Bahamas, también administró otro bisnes chungo radicado en Jersey. Vamos, que en materia de paraísos, lo mismo le da el Caribe que el Atlántico europeo.
Si esa torrentera de chanchulletes es grave, aún lo es más el rosario de fantasías animadas que están saliendo de la boca del individuo. Más que trolas, algunas son fenómenos paranormales o, directamente, material para el diván. Sin solución de continuidad, asegura que nadie de su familia ha tenido nada que ver jamás con la sospechosa UK Lines y proclama que no fue él sino su padre el responsable de la compañía. ¡Y cuando los periodistas le señalan la imposibilidad metafísica de que ambas cosas sean ciertas, se agarra un rebote y pide respeto por lo que él entendía un acto de suprema transparencia.
Escribía ayer en Twitter un señalado dirigente del PP vasco que en política, con la verdad puedes llegar o no a muchos sitios, pero con la mentira tarde o temprano te vas casa. En el caso de Soria, parece que está siendo más bien tarde.