El final del cabo Huerta

El último en llegar y el primero en marcharse. Ni una semana le ha durado la cartera. Nombramiento, arqueología tuitera, pomposa promesa del cargo, consejo de ministros a modo de degustación, descubrimiento de marrón indefendible, amago de resistencia, y rendición. Cuerpo triste, vuelve a donde saliste, que en el caso que nos ocupa es el faranduleo con ínfulas, oficio muy bien remunerado, según hemos comprobado. Notable carrerón, el de Màxim Huerta.

Últimamente repito mucho que hay que quitarle a tal o cual lo bailado, y me da que de nuevo cuadra. Quién le iba a decir al celérico dimisionario que un día formaría parte de un gobierno. Pues ya lo puede poner en la solapa de las novelas que publica y, por lo visto, vende como rosquillas. Con el añadido de que nadie antes había durado menos en el puesto.

Poco hay que llorar, por lo demás. El ministerio que pierde es el de propina. Como en aquel genial gag de Les Luthiers sobre un golpe de estado en una república bananera, el que le dan a un cabo furriel después de que los importantes se los hayan repartido generales, almirantes y comandantes. Tras su caída, han colocado al siguiente de la lista, el tal Guirao, y santas pascuas.

Con todo, el efímero cabo Huerta nos deja, a su modo, un legado. Gracias a su peripecia, hemos vuelto a tener la instantánea precisa del rostro marmóreo y la brutal hipocresía que son seña de identidad de la política española. Para miccionar y no echar gota, el cabreo posturil de la grey pepera, rezumando guano hasta las cartolas o las farfullas de Pablo Iglesias cuando el tipo que se va ha hecho exactamente lo que su defendido Monedero.

Salvemos a Cristiano

Acudo a ustedes con una inmensa congoja por la suerte que pueda correr el benefactor de la humanidad que atiende por Cristiano Ronaldo Dos Santos Aveiro. “Me voy del Real Madrid, no hay marcha atrás”, anunciaba con justísima indignación el astro madeirense en una publicación de su país —a la altura de Os Lusiadas, como poco— llamada A bola. Imposible no empatizar inmediatamente con su sentimiento de ser víctima de una persecución implacable por el despiadado fisco español. ¿Cómo se atreven el mequetrefe Montoro y sus secuaces a reclamarle que pague sus impuestos al genio balompédico más grande del tercer milenio? ¿Qué atropello contra el estado de derecho y la dignidad de las personas guapas es ese?

Menos mal que todavía quedan caballeros españoles, y a la hora de escribir estas líneas ya hay más dos millares de patriotas que han firmado en Change.org para que al apolíneo Dios de las pelotas y papá por subrogación se le perdone la deuda y pueda así seguir vistiendo la gloriosa camisola blanca con el estampado de la aerolínea de los muy democráticos Emiratos Árabes. Emocionante también, la defensa a escuadra de Florentino Pérez, ese otro enorme prohombre nunca suficientemente bien ponderado. Merece igual encomio el férreo apoyo de la ejemplar prensa de orden —Del Marca al ABC, pasando por la hoja marhuendera—, que ha dejado muy claro en sus portadas que el (como mucho) pequeño despiste de Cristiano nada tiene que ver con el antipatriótico desfalco de la Hacienda hispana perpetrado por determinado mercenario argentino enrolado en las filas del separatismo futbolero. Hasta ahí podíamos llegar. Hics.

Liberad a Messi

En materia de infamias, no hay límite; siempre se puede caer más bajo. Como enésima prueba, ahí está el Barça promoviendo una desvergonzada campaña con el incalificable lema “Todos somos Messi”. Hace falta un desparpajo inconmensurable para reivindicar a voz en grito y con el mentón enhiesto el buen nombre de un fulano al que acaban de condenar a 21 meses de cárcel por haber despistado más de cuatro millones de euros a Hacienda.

Fíjense que uno le concede al tipo el beneficio de la duda. Probablemente, es verdad (o no mentira del todo) que no tenía gran idea de lo que su viejo le daba a firmar. Puesto en su piel, hasta resulta humanamente compresible la codicia que lleva a ahorrarse unas migajas a un individuo que ha ganado lo que no podría gastarse en dos docenas de vidas. Pero hasta ahí. Lo que no cabe ni como hipótesis de una tarde tonta de canícula es hacerlo pasar por víctima de no se sabe qué inmensa injusticia perpetrada por la voracidad del Estado y convertirlo en objeto de la solidaridad tuitera de pijama y pantuflas.

Me consta el bochorno indecible de muchísimos culés de buena fe que se apresuraron a desmarcarse de la ruindad, y así lo anoto. Inmediatamente después, añado el número nada desdeñable de forofos blaugranas que se sumaron con los vellos erizados y echando espuma por la boca a esta versión caspurienta y morruda de Liberad a Willy. De entre la jarca de cínicos irredentos, destaco a esa caricatura con hábito que atiende por Sor Lucía Caram, que reclamaba clemencia para el descuidero de impuestos utilizando como abracadabrante eximente su calidad futbolística. Hay que joderse.

Dejar España

Me encanta el olor del patriotismo cañí al amanecer. Hablo del mismo sentimiento de orgullo nacional español al que ya se refirió hace una porrada de años Julio Camba diciendo que se medía en el número de gallinas que se meten entre pecho y espalda, los copazos que se pimplan y los puros habanos que se atizan los que presumen de llevarlo a toda hora a flor de piel. Cierto, una versión extendida y literaria de la definición canónica de Samuel Johnson: el último refugio de los canallas.

No sé si llega a tal condición Imanol Arias, pero ahí anda haciendo sus pinitos. Ya de paso, estudia para ser de mayor Gerard Depardieu, al que le ha copiado el cabreo tras ser descubierto despistando pasta al fisco del país de sus emocionados hipidos. “Como siga así, dejo España”, ha advertido el tipo tras la segunda oportunidad consecutiva en que su nombre aparece ligado a sociedades creadas para evitar pagar impuestos como el común de los mortales. ¡Tremenda amenaza que nos llena de congoja y de zozobra! ¿Qué será de nuestras bellas artes sin sus ¡Me cago en la leche, Merche! o sus gañotazos a cuerpo de rey por la piel de toro, pagados a doblón unos y otros por el ente público de radiotelevisión? Y ya fuera de las dotes interpretativas —o dentro, vayan a saber—, ¿quién nos endilgará esas lecciones de dignidad que guardamos en la memoria de los tiempos en que se apuntó a portavoz de no sé qué decencia contra aquellos de sus paisanos de la pecaminosa Vasconia que no nos excitábamos en rojo y amarillo? Tanta vena inflamada por la nación española, y a la que le pillan en renuncio, dice que se pira. Qué poco fuste.

Un gobierno paradisíaco

Tiene su gracia, no me digan que no, que el hueco que deja el trolero Soria en el gobierno español en liquidación por derribo lo vaya a cubrir, ensanchando el culo, el titular de Economía, Luis de Guindos. Lo anoto porque si el desmemoriado y/o jeta sosias canario de Aznar tiene acreditado algún pufete en nirvanas libres de impuestos, el calvorota del ricito a lo Estrellita Castro es un auténtico profesional del tiburoneo a gran escala. Su currículum imposible de esconder delata que el individuo fue responsable para España y Portugal de Lehman Brothers hasta 2008, el año en que el macroemporio de la estafa entró en barrena, inaugurando ese inmenso pantano que fue, es y seguirá siendo la recesión mundial.

¿Por qué lugares del globo podía mover la pasta una organización facinerosa como la susodicha? Pues sí, justo por donde están pensando, y Guindos no era precisamente el botones. Para que luego venga ese personaje de Rafael Azcona que atiende por Cristóbal Montoro a proclamar que “Nadie puede estar en el Gobierno si ha operado en paraísos fiscales”. Que se lo cuente al compadre Luis, y ya puestos, a Pedro Morenés, baranda de una empresa de armamento, un tipo de negocio que no se desenvuelve precisamente ante la luz y los taquígrafos.

Por más que el comisario honorario Marhuenda y otros patrulleros gaviotiles traten de vendernos que la enseñanza de estos días marrones es que el que la hace la paga, no cuela. Si el tramposo Soria ha caído, no ha sido por un ataque de decencia. Como hemos visto en tantas películas y novelas de mafiosos, simplemente se había convertido en un lastre para el negocio.

Las trolas de Soria

Del (¿todavía?) ministro José Manuel Soria, lo único que queda por descubrirse es que, como muchos sospechamos por el tremendo parecido físico, es gemelo univitelino de José María Aznar. Y la confirmación es cosa de un rato, si se mantiene el ritmo de exclusivas sobre su persona que llevamos en las últimas horas. Hasta los más puestos en la trama del trapicheo offshore del gachó sudan tinta para estar al día de las novedades. Lo último, que seguro que a estas alturas es solo lo antepenúltimo, es que su firma está en el acta anual de la sociedad que jura no reconocer y, hay que joderse, que además de esa empresa en las Bahamas, también administró otro bisnes chungo radicado en Jersey. Vamos, que en materia de paraísos, lo mismo le da el Caribe que el Atlántico europeo.

Si esa torrentera de chanchulletes es grave, aún lo es más el rosario de fantasías animadas que están saliendo de la boca del individuo. Más que trolas, algunas son fenómenos paranormales o, directamente, material para el diván. Sin solución de continuidad, asegura que nadie de su familia ha tenido nada que ver jamás con la sospechosa UK Lines y proclama que no fue él sino su padre el responsable de la compañía. ¡Y cuando los periodistas le señalan la imposibilidad metafísica de que ambas cosas sean ciertas, se agarra un rebote y pide respeto por lo que él entendía un acto de suprema transparencia.

Escribía ayer en Twitter un señalado dirigente del PP vasco que en política, con la verdad puedes llegar o no a muchos sitios, pero con la mentira tarde o temprano te vas casa. En el caso de Soria, parece que está siendo más bien tarde.

De Reikiavik a Donostia

El que no se consuela es porque no quiere. Siempre nos quedará Reikiavik, donde el pueblo ha salido a la calle para acordarse de la calavera de su primer ministro, uno de los chopecientos mandarines mundiales pillados con el carrito del helado de las ofsshores de Panamá. Con una gota de suerte, entre que llegan estas líneas al periódico y se publican, al tal Sigmundur Gunnlaugsson le da un ataque de dignidad y se pira a su casa. Antes de echarse a brincar y a tuitear con los ojos fuera de las órbitas que sí se puede, pongan en su contexto el hipotético éxito considerando que toda Islandia no alcanza la población de Bilbao. Y si quieren terminar de deprimirse, recuerden que el partido del pájaro este formó parte de la coalición gubernamental que llevó al país a la bancarrota, y que fue restituido en el poder después de lo que aquí celebramos como una revolución del copón. Quien la entienda, que compre a la ciudadanía boreal.

Moraleja: ocupémonos —y sobre todo, preocupémonos— de lo que nos toca más de cerca. ¿De lo de la Real? Anden, circulen, que ahí no hay nada que ver. Proclama el club y lo refrenda la autoridad fiscal competente en el territorio que eso está re-gu-la-ri-za-do. No hay por qué dudar de que sea así. Seguramente, hasta existen unos papeles que lo certifican. Otra cosa es que a los que somos de ir medio milímetro más allá de lo estrictamente legal nos dé por preguntarnos por lo moral y no aceptemos pulpo como animal de compañía. Y es aquí donde firmo al pie de las sabias palabras del consejero Toña: “Los que utilizan estrategias para defraudar nos están robando a todos”. Pues eso.