Tales para cuales

Cuánto antifascista, y yo qué viejo. Antifascistillas o antifascistuelos, quiero decir. A más no llegan. Ni unos ni otros, que en realidad son haz y envés de idéntica moneda. Juegan exactamente a lo mismo y se necesitan mutuamente con urgencia, con apremio, con ansia infinita. Por eso se buscan y se encuentran, como este fin de semana en Donostia y Bilbao. ¿Lo de Errenteria? Sí, vale, también, aunque quizá ahí quepan más matices, por lo menos, para los que tiramos de decimales y no vamos a blanco o negro.

Quedémonos pues con las otras grescas y, afinando más, con la de la capital vizcaína, que fue resumen y corolario de la ponzoña extremista o extremoide con que nos toca lidiar. Y la prueba, la felicidad del provocador mayor, Santiago (y cierra España) Abascal. No le entraba una paja por el tafanario al mindundi encumbrando como líder carismático de la fachitud al abandonar la Villa de Don Diego. “Profeta en su tierra”, titulaba viniéndose muy arriba un medio de orden ante un lleno más imaginario que real en el Euskalduna… o, en todo caso, certificado a golpe de autobús y cenutrio foráneo. Un mitin de medio pelo convertido en apertura informativa peninsular a todo trapo gracias a los alteregos del terruño vascón, que regalaron a los convocantes la batalla campal, duras cargas policiales incluidas, que habían venido a buscar los de la falange renombrada con tres letras. Y casi peor que los que la liaron en el asfalto, los burguesotes que a buen cubierto cantaron la gesta en Twitter, tomándose la licencia de comparar a los bronquistas con Neus Catalá, auténtica antifascista fallecida el mismo día. De vómito.

Salvemos a Cristiano

Acudo a ustedes con una inmensa congoja por la suerte que pueda correr el benefactor de la humanidad que atiende por Cristiano Ronaldo Dos Santos Aveiro. “Me voy del Real Madrid, no hay marcha atrás”, anunciaba con justísima indignación el astro madeirense en una publicación de su país —a la altura de Os Lusiadas, como poco— llamada A bola. Imposible no empatizar inmediatamente con su sentimiento de ser víctima de una persecución implacable por el despiadado fisco español. ¿Cómo se atreven el mequetrefe Montoro y sus secuaces a reclamarle que pague sus impuestos al genio balompédico más grande del tercer milenio? ¿Qué atropello contra el estado de derecho y la dignidad de las personas guapas es ese?

Menos mal que todavía quedan caballeros españoles, y a la hora de escribir estas líneas ya hay más dos millares de patriotas que han firmado en Change.org para que al apolíneo Dios de las pelotas y papá por subrogación se le perdone la deuda y pueda así seguir vistiendo la gloriosa camisola blanca con el estampado de la aerolínea de los muy democráticos Emiratos Árabes. Emocionante también, la defensa a escuadra de Florentino Pérez, ese otro enorme prohombre nunca suficientemente bien ponderado. Merece igual encomio el férreo apoyo de la ejemplar prensa de orden —Del Marca al ABC, pasando por la hoja marhuendera—, que ha dejado muy claro en sus portadas que el (como mucho) pequeño despiste de Cristiano nada tiene que ver con el antipatriótico desfalco de la Hacienda hispana perpetrado por determinado mercenario argentino enrolado en las filas del separatismo futbolero. Hasta ahí podíamos llegar. Hics.

Pijama de leopardo

Voy teniendo la edad en que casi todo debería resbalarme, en expresión que le robo a John Benjamin Toshack, como el agua en la espalda de un pato. Pero no consigo llegar a ese plácido nirvana de la impasibilidad, fatal carencia que pago con bilis hirviente y alteraciones de pulsos que ya me han valido la tarjeta amarilla de quien sea que decide la duración de las estancias en este valle de lágrimas y mocos. Ocurre así que situaciones o hechos que al resto de los mortales les resultan muy divertidos, a mi me provocan cabreos del quince y medio, acompañados de negrísimas reflexiones sobre la insoportable mentecatez del ser y la nula esperanza respecto a la posibilidad de arreglo del género humano.

Para que decidan con conocimiento de causa si soy un puñetero vinagre o un alma noble y sensible que se duele con razón, les cuento el último episodio de esta erisipela social de la que aún sigo convaleciente. Me sobrevino al leer el pasado jueves que en todos los centros de los grandes almacenes del triangulito verde se había agotado el pijama de leopardo que luce Belén Esteban en ese tele-engendro llamado Gran Hermano VIP, cuyos participantes cobran (casi) como consultores internacionales del gobierno venezolano.

Incluso entre los que tienen la sensatez de no echarse semejantes porquerías a los ojos, habrá quien lo resuelva con un jijí-jajá y un comentario sobre cómo está el patio. Para mi, sin embargo, la constatación de que hay miles de prójimos y prójimas que corren a pulirse unos euros para imitar la indumentaria gualtraposa de tal individua es un desazonador síntoma de lo que pasa y por qué pasa.