Ya casi nadie lo recuerda, pero en los meses inmediatamente anteriores a las elecciones de 2009 se daba por hecho un pacto PNV-PSE. Estaba tan asumido, que se hablaba con naturalidad del reparto de carteras y organismos públicos, a la espera de certificar la correlación de fuerzas. Por entonces, las encuestas reflejaban una cierta igualdad entre ambas formaciones de cara a unos comicios en los que se tenía muy claro que la izquierda abertzale no podría participar bajo ninguna denominación; lo de EHAK no volvería a ocurrir.
¿Y qué desvió el plan? Ahí tendrían que aportar su testimonio los protagonistas —la mayoría de ellos aún en activo—, aunque mi interpretación es que hubo dos factores fundamentales. Por un lado, gracias al arrastre del candidato Juan José Ibarretxe, la ventaja del PNV sobre el PSE fue mayor de la prevista. Más decisivo diría que fue, si cabe, el mero hecho aritmético. Cuando, terminado el escrutinio, Patxi López cayó en la cuenta de que sus 25 escaños y los 13 rascados por el PP de Antonio Basagoiti sumaban los 38 exactos que marcaban la mayoría absoluta, la situación giró 180 grados. En ese punto se fue al garete la célebre promesa electoral de no pactar con el PP. La posibilidad histórica de ser lehendakari y formar gobierno bien valía el incumplimiento de la palabra dada.
A la misma hora en que ya se había tomado esa decisión, en Sabin Etxea se celebraba lo que resultaría una amarga victoria. En los días que siguieron, el PSE, con Jesús Eguiguren como ariete principal, no aceptó las generosísimas ofertas jeltzales. Se abrió así una brecha que parece que se acaba de cerrar.