Gernika, condena y algo más

A nadie se le ha escapado que este aniversario, el 85 ya, del bombardeo de Gernika no ha sido uno más. La despiadada invasión rusa de Ucrania y las tremendas imágenes que llevamos viendo desde hace dos meses le han dado otra dimensión, otro significado. El propio presidente Zelenski contribuyó a ello cuando, en su comparecencia en las cortes españolas, escogió la destrucción de la villa foral como término de comparación con lo que estaban sufriendo sus conciudadanos en Mariúpol, Bucha, Irpin o tantos otros lugares arrasados por la soldadesca rusa, que se lleva cobradas miles de vidas.

Es altamente probable que esa mención del dirigente ucraniano haya sido el impulso definitivo para que por primera vez un gobierno español legítimo haya condenado expresamente la agresión de las huestes franquistas ejecutada por la Legión Cóndor. Con buen tino, se añade en la declaración que Gernika se ha convertido en símbolo internacional contra la barbarie por lo que tuvo de ataque contra personas indefensas. Por descontado, se trata de un gesto meritorio por parte del Ejecutivo de Sánchez que, en cualquier caso, demuestra que quienes venían reclamándolo hasta ahora no estaban subiéndose a los cuernos de la luna. Es un buen comienzo que muy bien podría tener continuidad en algo que incluso trascendiera lo simbólico y se reflejara en un compromiso práctico para la reparación efectiva de las víctimas. Desde luego, no sería nada que fuera contra la vocación tantas veces manifestada por este mismo gabinete de mantener viva la llama de la memoria histórica, no por espíritu de revancha sino de pura justicia.

Todavía niegan Gernika

A poco menos de tres semanas del 85 aniversario del bombardeo de Gernika, hay que agradecerle al presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, que en su comparecencia ante las cortes españolas lo escogiera como término de comparación con las carnicerías que está perpetrando la soldadesca rusa en su país. La pertinente analogía está provocando un hondo y revelador crujir de dientes entre los que, casi un siglo después de la inmisericorde devastación de la villa foral bajo las bombas nazis de la Légión Cóndor, siguen instalados en la nauseabunda manipulación a la que se entregó la propaganda franquista desde el mismo día de la fechoría.

No voy a decir que me sorprende, porque conozco a mis clásicos requetediestros y llevo lustros escuchando sus bazofias minimizadoras, justificadoras, exculpatorias o directamente negacionistas. Pero no puedo evitar mostrar mi hastío y, al tiempo, mi alarma al comprobar que esa versión insidiosa no solo resiste el paso del tiempo sino que hace fortuna entre los borregos ignorantes se tragan lo que les echen al buche sus referentes ideológicos. Y aquí es donde los extremos vuelven a magrearse impúdicamente porque esa actitud de los que no aceptan la realidad documentada de lo que ocurrió en Gernika tiene su correlato exacto en quienes, ante la evidencia irrefutable de las matanzas de Bucha o Mariúpol a manos de los matarifes de Putin, siguen vomitando que se trata de montajes orquestados por los ucranianos o, incluso, de daños autoinfligidos para explotar la baza del victimismo. Unos son los espejos de la miseria moral de los otros. Y viceversa, claro.