Como ya se han hecho todos los análisis políticos sobre el revolcón de Pedro Sánchez a su gobierno, déjenme que me quede con el factor humano. O, en este caso, inhumano. Al presidente no le ha temblado el pulso en fumigar a sus más fieles servidores, las y los que han puesto la cara en incontables ocasiones para recibir los bofetones que iban dirigidos a él. Alguno, como el extitular de Justicia, Juan Carlos Campo, que volverá a su plaza en la Audiencia Nacional, ha comprometido su crédito profesional avalando decisiones jurídicamente muy cuestionables. Qué decir de Iván Redondo, aquel que hace un mes dijo (plagiando, por cierto, a un personaje de El ala oeste de la Casa Blanca) que su cargo implicaba tirarse al barranco con su presidente si era preciso. Pues ahí está, despeñado solo y sin una palabra de reconocimiento de su amo. Lo de Carmen Calvo, Celaá, González Laya, ídem de lienzo: tristísimas historias de estajanovistas sumisos siempre a la orden que han acabado recibiendo la patada de quien seguramente consideraban, además de su jefe, su amigo o, como poco, su compañero de fatigas. Claro que si hay alguien que tiene especiales motivos para sentirse abandonado como un perro, ese es José Luis Ábalos, que en las jornadas previas al cambio había estado aconsejando a Sánchez sin saber que él era uno de los sacrificados. Comprende uno que en el ejercicio del poder haya que prescindir más de una vez de los sentimentalismos. Pero no se me ocurre de qué acero glacial hay que tener forjado el corazón para actuar como lo ha hecho quien seguirá durmiendo en La Moncloa. Que tomen nota los relevos.
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¿Agur, Rajoy?
Nostradamus al aparato. Apenas hace cuatro días hablaba de una moción de fogueo, y empieza a darme a la nariz que pronto tendré que apostillar que las carga el diablo. O que donde menos se espera, salta la liebre. En qué cabeza iba a estar hace nada que, después de haber salvado mil y una bolas de partido, a Mariano Rajoy se le acabarían de golpe las existencias de baraka —folla, nata, churro o suerte en castizo— y estaría a cinco minutos de la extrema unción política. Corríjanme porque puedo volver a estar equivocado, pero en el instante en que tecleo, lo más parecido a una salida honrosa (o no excesivamente humillante) es la dimisión.
¿Es exactamente ese el camino que le está mostrando el PNV al Tancredo en horas bajas? Volvemos al terreno del onanismo mental, porque aunque se leen y escuchan muchas cosas, lo cierto es que en Sabin Etxea impera un silencio cartujano, acorde con el tamaño de la papeleta que toca gestionar. Lo de los presupuestos, máxime viendo cómo se ha cumplido el pronóstico del decaimiento por su propio peso del 155, se antoja una menudencia en comparación con lo que se dilucida ahora. Aunque imagino el Potosí que puede estar en juego y me consta la alta posibilidad de salir palmando de esta, no veo el modo de justificar la continuidad al frente del Gobierno de España de quien ha adquirido la condición impepinable de cabeza de turco. Y será verdad que Sánchez como anticipo de Rivera puede ser, andando el tiempo, hacer un pan con unas hostias. Pero la política se juega también en el plazo corto, y mañana no se va a entender que si hay 171 votos para echar a Rajoy no haya 176.