En este punto del baile del abejorro electoral es justo y necesario entonar un elogio a Mariano Rajoy Brey. Lo escribo sin haber mediado ingesta alcohólica y, palabrita del niño Jesús, lejos del menor asomo irónico. Al Tancredo lo que es del Tancredo. Que levante la mano quien solo hace año y medio se imaginara que el tipo llegaría a boca de urna tan entero. Cualquiera que no se haga trampas en el yoyó reconocerá que los augurios de apenas anteayer lo pintaban hecho un Ecce Homo —concretamente el de Borja— a punto de caramelo para regalar el juguete a los requetenovedosos del barrio.
Pues ya ven que nanay. Acháquenme si quieren alguna versión extraña del síndrome de Estocolmo, pero a mi estos días el notario compostelano se me está antojando un coloso. Bueno, vale, quizá es solo que sus rivales en la lid están menguando cual filetes con clembuterol al contacto con la sartén. ¿El tuerto en el país de los ciegos? Por ahí creo que va la cosa, sí, añadiendo un curioso fenómeno que aún no han estudiado los gurús demoscópicos: el acojono que provocan los de enfrente, y en particular, Iglesias Alcampo, le está propiciando un tantín así de futuros votantes.
No, por supuesto no le darán ni para acercarse a la mayoría absoluta, pero sí para amortiguar el tantarantán que se le vaticinaba. Con una migaja de suerte, incluso, para poder sumar un nuevo rodillo con quien, a pesar de los disimulos y las bofetadas de pressing catch castizo que se cruzan, no deja ser su media naranja. Literalmente, naranja, ustedes ya me entienden. Nos va a descacharrar que la segunda transición también esté atada y bien atada.