El capitán Schettino crea escuela. Rosa Díez, Carlos Martínez Gorriarán y (el pobre) Andrés Herzog se han dado de baja de UPyD y piden “un final digno para el partido”. Desvergonzada desbandada póstuma que es, en realidad, el retrato perfecto de lo que ha sido, desde que los dos primeros mentados lo parieron para su propio provecho, ese cachivache ideológico que aún grita una mentira por cada sigla. Pero que les vayan quitando lo bailado a la de Sodupe y al brioso alevín de la VI asamblea. Lo que habrán medrado —partiendo de un bolsillo ya notable— en pasta gansa y en ego faisán la una y el otro. Ahora, a seguir viviendo de una colección de pingües jubilaciones, bolos varios y, por supuesto, tertulias de las de a doblón y pico. ¿Y el ardoroso delegado local de la cofradía magenta? No se aflijan. Les apuesto, y creo que gano, que para cuando se le acabe el momio actual, no le faltarán ofertas acordes a los servicios prestados, puede que en otro punto de la escala cromática. Capacidades no le faltan; menudas paellas con salchichas de Franckfurt que le salen al muchacho. También es diestro, aunque por fortuna, no del todo, mandando gente al paro.
Y poco más. Les confieso que escribo esta columna simplemente porque me consta que docena y media de lectores sabían que lo haría. Algo me dice que he defraudado las expectativas. Tengo que alegar en mi descargo que ya hace mucho solté la última gota de vitriolo real que me provocaba esta recua de sablistas churrulleros. Remedando el clásico, el único comunicado de ellos que esperaba es aquel en el que anunciaran su disolución. Se diría que está al caer.