Esa irritante sensación de haberlo visto antes. Quince folios de portantoencuantos creativos y un mengano o varios —en el caso que nos ocupa, dos, de momento— se van a la cárcel en nombre del estado de derecho funcionando a pleno pulmón. Hasta la última coma viene en el guión, desde los aplausos cerrados a la decisión a los bramidos cavernarios porque se les queda corta… pasando, no nos engañemos, por lo que se piensa pero no se dice: no hay mal que por bien no venga. Acción-reacción-acción se llama el viejo juego, que se disfruta en los extremos con fruición de gorrino revolcándose en el barrizal.
A fuerza de encabronamientos en bucle, se busca, y está ya conseguido casi totalmente, que no quede nadie en medio para levantar el dedo y tratar de señalar los matices. Que me perdonen en Galicia y Asturias por la metáfora, pero es el tiempo de los incendiarios. El panoli indocumentado Casado anunciando ilegalizaciones para que sus alter egos de enfrente —pongamos Rufián— batan el récord de demagogia tuitera.
Ocurre que al final, por más demoras sobre demoras que llevemos, los plazos acaban cayendo a plomo. Hoy mismo miramos al cielo a ver si precipita y por dónde el temido 155, que aun en la versión más suave, es un patadón en la boca del estómago de la convivencia. Y además, un paso difícilmente reversible. Exactamente lo mismo que, en la otra acera, la proclamación de la república catalana, ya dejándose de hostias de periodos de carencia, y que sea lo que tenga que ser. Sería tragicómico, pero a más de uno le colaría, que el desenlace fuera la convocatoria de unas elecciones. Hagan sus apuestas.