Diario del covid-19 (3)

Ya no queda casi nada por cancelar, suspender o aplazar, que de entre todos, es el verbo más esperanzador. Es el clavo ardiendo al que aferrarse o quizá el punto indefinido en el horizonte en que debemos fijar la vista para seguir caminando. No dudo, no quiero hacerlo, que muchos de la infinidad de actos que han caído podrán ser realidad en cuanto escampe. ¿Cuándo recuperaremos esa rutina de la que renegábamos? Seguramente un día. Miren que deploro la grandilocuencia, pero estoy por proclamarles que es una obligación cívica no ceder a la tentación del desaliento. Y si no están para pensar en los congéneres, les diré también que es la forma egoísta de que cada cual consiga salvar su culo.

En el tránsito hacia la luz al final del túnel nos ayudará la firme convicción de que vamos a ser capaces de superar esta situación excepcional. Pero no será suficiente. También deberemos afrontar una torrentera de lo que para otras generaciones serían inconvenientes y para la nuestra (pongamos a los nacidos del 65 en adelante) nos resultan brutales sacrificios. No derrochemos en sufrimiento. Si ahora hacemos un drama de no poder darnos un homenaje en una sidrería o de perder un fin de semana en no sé qué hotel con encanto, qué haremos si nos encontramos con males que prefiero ni escribir, aunque muy probablemente rondan en más de una cabeza. No olviden que no todo el mundo tiene un sueldo asegurado.

Termino con una imagen soñada. ¿Qué tal las y los responsables de todos los partidos políticos que se presentan a las elecciones del 5 de abril anunciando que han tomado por unanimidad una determinación sobre el retraso de los comicios.

DUI con freno y marcha atrás

Qué les voy a decir que no hayan pensado ya ustedes a la vista de la independencia que ha durado apenas un suspiro antes de irse al cajón hasta quién sabe cuándo. Si me tocase escribir argumentarios, me agarraría, claro, al clavo ardiendo de la altura de miras, la enorme generosidad, el sacrificio colosal de tender la mano cuando se roza con los dedos el objetivo por el que se han dejado quintales de sangre, sudor y lágrimas. No digo que no haya algo de eso, pero sí que a la fuerza ahorcan, que para este viaje han sobrado una hueva de alforjas y que, joder, es imposible no tener la sensación de haber vuelto a asistir al parto de los montes, cuyo fruto era finalmente un ratón.

Lo dije ayer. Era DUI o no DUI. Lo que se viene prometiendo desde hace ya tres años —¿no recuerdan el 9 de noviembre de 2014?— o claudicar otra vez. De acuerdo, por un bien superior, porque era peor el remedio que la enfermedad, porque lo otro era el abismo, porque, como cantaba Gardel, contra el destino nadie la talla. Ocurre que todo eso había que haberlo pensado antes. Sin la menor dote de escrutador de vísceras de pollo o politólogo, se veía a leguas que la desconexión encabronaría a la hidra de mil cabezas, y que de poco valía dejarse hostiar a modo. Mal vamos, si la fuente de legitimidad es recibir palos.

No, no diré como los ventajistas del otro lado que esto en una rendición en toda regla. Mejor que se cuiden antes de cantar victoria. Simplemente, anoto la frustración de quienes creyeron que era verdad lo que les decían. Es revelador que con los primeros que va a tener que dialogar Puigdemont sea con muchos de los suyos.